Balza y la autonomía universitaria
Peor que antes, la autonomía y la propia noción de universidad están al borde de la extinción. Los viejos encapuchados, empinados en la Venezuela dineraria de entonces, asoladores del campus, ahora ejercen el poder cebándose contra la independencia de toda casa de estudios.
No prevén otro futuro que el de la conatelización, pedevalización y, por supuesto, militarización del adiestramiento superior en un país que menosprecie el conocimiento y la búsqueda misma de la verdad. Sospechan y atemorizan frente a toda referencia moral que se les resista, encontrando complicidades tácitas y descaradamente expresas en un ámbito que ha de ser de natural diversidad y rebeldía.
Antaño, la autonomía universitaria encontraba voces consistentes y persistentes que la defendieran; hogaño, resultan escasas para la trágica posibilidad de una pérdida definitiva que se hará sentir con prontitud en el país que marcó un hito histórico al bregarla y conquistarla. Quizá porque ya no cuenta con los medios que difundan sus juicios y opiniones, como ocurría desde aquellos sísmicos ’60 del ‘XX, o quizá porque obra – pertinaz – la prudencia política que lo caracterizaba, no sabemos de una sentencia contundente de José Balza en torno a los peligros que confronta la universidad venezolana. No obstante, extendiendo la celebración de sus ochenta años de edad, rápidamente nos referimos al breve ensayo en el que exaló el “talento autónomo” y la “decidida independencia ética ante su realidad” del presbítero y doctor José Moreno, rector de la Universidad de Caracas entre 1787 y 1789, atraído por los sucesos estadounidenses, promotor de una campaña contra la viruela en la ciudad y quien, en nada ajeno a las acciones de Picornell, Gual y España, murió antes de las estelaridades de 1810 [“Pensar a Venezuela”, Bid&Co Editor, Caracas, 2008: 199-217].
La reseña del novelista invoca las inquietudes que suscitaba la autonomía entre los intelectuales que denunciaban el acoso, sin relevo en la escena actual con las muy contadas excepciones de rigor. Intenta una definición de la que pudiera apropiarse la dictadura socialista del siglo, adulterándola: “La autonomía es el espíritu ilimitado del conocimiento, ya que debe atravesar las sugerencias del pasado, el fermento del presente y la proposición de un futuro posible”.
Aceptemos, los eufemismos no caben en la solidez de los enunciados que prometen una profundidad por siempre temida, siendo más expedito eliminar a la universidad tal como universalmente se le entiende, reivindicando el pleonasmo. Y esto lo sabe Balza, quien llamó la atención sobre Asdrúbal Baptista (“nuestro Freud matemático”) y el oculto tramado histórico del rentismo, quejumbroso ante la “estéril gesticulación de los políticos” para recordar a los hacedores de la Independencia y la sabiduría de Simón Rodríguez, festejar a nuestros artistas plásticos, las ciudades pujantes, el humor y la inventiva del lenguaje cotidiano, deslizándonos sobre gasolina por los paisajes [“Ensayos crudos”, Monte Ávila Editores, Caracas, 2006: 58] : sólo queda el trauma rentístico, ya sin renta, el “árbol de las tres raíces”, el pincel deshilachado, las ruindades metropolitanas, la gasolina dolarizada, los políticos a la medida y, obviamente, la universidad a ultimar para encubrir absolutamente todo.
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