Venezuela en el mundo al revés
En Venezuela, a veces la izquierda es la derecha; y la derecha es la izquierda. ¿Cómo así? Pues acompáñame unos minutos en esta rara historia sobre nuestro bizarro sentido de la orientación política.
Normalmente, la izquierda suele proponer el abstencionismo y hasta el uso de la insurgencia y la lucha armada para cambiar el orden político. Sin embargo, en Venezuela, la oposición calificada de «derecha» propone el abstencionismo, la insurgencia y la lucha armada contra el gobierno. Por otro lado, lo normal es que la «derecha» se apoye en los mitos de la nación, el conservadurismo (valores culturales y religiosos), el militarismo y se oponga al cambio; pero en Venezuela la izquierda se ha adueñado de todo lo que significa ser la derecha.
En realidad, en Venezuela, la derecha e izquierda se han asumido como conceptos estrictamente económicos, que ni siquiera son del todo ciertos. Se asume que la izquierda está en contra del libre mercado, pero Donald Trump, presidente de EE.UU, es de derecha y está abiertamente en contra del libre comercio. ¿Eso convierte a Trump en izquierda? Contrariamente, el país que más le ha hecho frente a esta política anticomercial de EE.UU. ha sido China, un gobierno comunista, de izquierda. Eso quiere decir que las definiciones venezolanas sobre derecha e izquierda son terriblemente inapropiadas.
Para simplificarlo: la derecha se asocia a todas las ideas que tienden hacia el conservadurismo, es decir, al conjunto de doctrinas, corrientes, opiniones y posiciones, que favorecen tradiciones y que son adversas a los cambios políticos, sociales o económicos radicales. Toda idea opuesta al cambio y que apuesta por el status quo, es de derecha. En cambio, la izquierda se asocia a todo el conjunto de teorías, doctrinas o ideas que proponen cambios radicales en la estructura social, política, económica y cultural. Así, toda idea a favor del cambio del status quo, es de izquierda.
Si nos guiamos por esos conceptos, veremos que ninguna de las partes en el conflicto político venezolano califica demasiado como izquierda o derecha según ellas mismas se definen. En general, se basan en conceptos caducos, del período de la Guerra Fría, que no representan la realidad actual, y que son utilizados por ambos grupos (aunque mayormente por el Gobierno venezolano), a fines de exacerbar la polarización. Y es que el discurso del «ellos contra nosotros» es particularmente poderoso desde los tiempos de la edad de piedra, el cual se ha usado a lo largo del tiempo para facilitar la cohesión social entorno a mitos, ficciones, ídolos y entre otros inexistentes.
¿Qué cambio radical propone el gobierno además de cambiar los nombres a las cosas? Las variaciones políticas entre la llamada Cuarta República y la Quinta República no van más allá de las autoridades, aspectos normativos y alguna institución nueva, pero en esencia el Estado venezolano y su estructura se ha mantenido igual. A pesar de llamarse de izquierda, poco ha hecho el gobierno venezolano, inclusive desde los tiempos de Chávez, a favor de ideas claramente progresistas como los derechos de las personas LGBTI, el derecho de la mujer a decidir sobre el aborto, el derecho a la eutanasia o incluso los derechos ambientales. Inclusive, líderes políticos del chavismo se han mostrado claramente homofóbicos en muchas circunstancias y algunos de ellos/ellas no son abiertos a reconocer su orientación sexual, a pesar de que pueda ser evidente. Y para más colmo, Nicolás Maduro se reunió en diciembre de 2019 con representantes de las Iglesias Evangélicas de Venezuela, y anunció la creación de la Universidad Teológica Evangélica de Venezuela, siendo que la religión ha sido clasificada dentro del ámbito de la «derecha» desde los tiempos de la Revolución Francesa, precisamente por su oposición a los cambios en la estructura social (los derechos de la mujer o los derechos de los LGBTI, por ejemplo). El marxismo, desde que existe, siempre se ha declarado ateo y anti eclesiástico, cosa que el chavismo no ha hecho.
En cuanto a lo económico, probablemente lo más destacable y lo más irónico es que ya el valor del dólar no es fijado por gente inescrupulosa desde Cúcuta, como solían decir los chavistas, sino por mesas de cambio bajo la libre oferta y la demanda. Pero tampoco el control de cambio y de precios es algo exclusivo de la izquierda, siendo que antes de partir, el gobierno de Mauricio Macri en Argentina, de derecha, también impuso un control cambiario y de precios en la economía. Un reciente artículo del New York Times, inclusive, develó un pacto secreto entre el gobierno y su otrora archirrival, las Empresas Polar y Lorenzo Mendoza, un pacto que cualquier izquierdista serio calificaría de neoliberal.
En Colombia, la izquierda radical optó hace más de 50 años por el abstencionismo y la lucha armada. Ello, bajo el argumento de que el sistema político era corrupto, y que no se podía participar ni negociar dentro de ese sistema. Ahora, algunos en el lado de la oposición venezolana han tomado la bandera del abstencionismo y la lucha armada que una vez alzó la izquierda latinoamericana. Al menos, la izquierda latinoamericana no era cobarde y ellos mismos se atrevían a tomar el fusil, en cambio, la oposición pseudo-guerrillera venezolana le pide a personas de otros países que arriesguen su vida por Venezuela. Los opositores menos radicales se oponen a un conflicto armado, pero en su mayoría aún se mantienen, rodilla en tierra, con la política izquierdosa del abstencionismo y de la no negociación con el enemigo. Y los opositores que apoyan la participación política y la negociación, son tan de derecha y favor del status quo, que uno sinceramente duda si no son chavistas disfrazados.
No sé ustedes, pero yo me río absolutamente cuando la izquierda venezolana utiliza los mismos epítetos que el gobierno de Sebastián Piñera en Chile frente a los encapuchados en las protestas, acusándolos de terroristas, criminales y entre otros adjetivos similares. Pero también me río de la insurgencia opositora y su llamado a salir a las calles a protestar, cerrar calles y quemar autos, como lo haría un movimiento de izquierda en un país normal. Y es que cada uno ha tomado la posición del otro: uno, que quiere que las cosas permanezcan tal cual están desde hace 20 años; y el otro, que quiere cambiar radicalmente las cosas.
Pero quizás no sólo Venezuela vive en el mundo al revés, tal vez podamos reírnos de más ironías en otras latitudes, como las de acusar a potencias extranjeras de planes de desestabilización, pero no hablo de Cuba o Bolivia, sino de Chile, Ecuador, Perú y Colombia, que a finales del año pasado, tras los brotes de protestas sociales, acusaron tanto a Venezuela como Rusia de dirigir y financiar las protestas, un argumento muy similar al «EE.UU. dirige y financia las protestas en Venezuela, Cuba o Bolivia». Y es que, cuando quieres desacreditar una protesta, el argumento «son tarifados por potencias extranjeras» suelen aparecer, independientemente de la tendencia política. De hecho, muy probablemente, si Guaidó fuera un presidente con poder efectivo, y surgieran protestas en su contra, muy seguramente serán tachadas de «pagadas por los rusos y los chinos». Eso es un claro sesgo cognitivo o falacia lógica.
Tampoco sé hasta que punto son efectivas las sanciones extranjeras contra el Gobierno venezolano. Habría que definir, ¿Efectivas para quién? Algo bueno que han traído las sanciones, es que han obligado al gobierno de Maduro a actuar como un país normal, es decir, como un país no petrolero; por lo que se vio obligado a recurrir a mejorar su política fiscal, apoyar el sector productivo nacional (ya no hay tantos productos importados en las cajas CLAP, por ejemplo) e ir sincerando poco a poco los costos de los servicios públicos y trámites. La maldición de los países con grandes recursos naturales es que los políticos, al disponer de grandes ingresos de manera rápida y relativamente fácil para los proyectos estatales (o personales), poco se preocupan por el desarrollo económico de la ciudadanía; mientras que los países con pocos recursos, para disponer de dinero los políticos requieren el desarrollo económico de sus ciudadanos, de quienes podrán conseguir el financiamiento para los proyectos del Estado a través de los impuestos. Todo esto sería positivo, y sería gracias a las sanciones, pero irónicamente esa situación no impulsa la salida de Maduro de Miraflores, sino todo lo contrario. Tanto la oposición como EE.UU. asumieron que el gobierno de Maduro sería incapaz de financiarse sin petróleo, pero los gobiernos tienen muchas maneras de buscar financiamiento, particularmente a lo interno. Es ciertamente irónico, que un gobierno intervencionista esté siendo obligado por una medida de derecha (las sanciones) a ser más liberal y ello le empuje a mejorar su economía y posicionar su poder.
En Medio Oriente, los gobiernos occidentales han hecho un llamamiento a los medios de comunicación para que no utilicen el acrónimo ISIS (en inglés, Islamic State of Iraq and Syria) para referirse a los yihadistas que operan en Siria e Irak. En su lugar, se les pide que se les llame «DAESH» («al-Dawla al-Islamiya al-Iraq al-Sham») porque esta palabra, al tener connotaciones especialmente ofensivas para los arabeparlantes, irrita a los yihadistas, debido a que en la lengua árabe, el sonido de esta palabra es parecido a «algo que aplastar o pisotear», una acepción que usan sus enemigos y ofende a los terroristas. En sentido similar, si yo fuera dirigente de la oposición, dejaría de seguirle el juego al gobierno, y le llamaría como lo que es: un gobierno de derecha. Y si yo fuera el gobierno, haría lo mismo y acuso a la oposición de ser de izquierda radical. Pero tal cosa no ocurrirá porque ambos grupos necesitan la polarización, y porque la vida real no es tan divertida.
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