CAP: un hombre para la historia
Por: Carlos Blanco
Contra la imagen que sus enemigos quisieron forjar, el presidente Carlos Andrés Pérez solo tenía una confesada ambición: la historia. Le obsesionaba la manera en que su papel fundamental en toda la segunda mitad del siglo XX venezolano sería registrado. Tal vez este haya sido su motor y su determinación más importante para atreverse a intentar cambios de profundidad inimaginable en su segundo gobierno.
CAP no llegó a culminar su formación académica, sin embargo, leía, reflexionaba y, sobre todo, tenía una inmensa capacidad para absorber el conocimiento de sus contertulios. Una etapa crucial de su formación intelectual, ya en su madurez, fue el período que media entre sus dos presidencias. En ese tiempo viajó mucho por el mundo y se puso en contacto con líderes mundiales; periplos en los cuales tuvo un importante papel quien después sería su ministro de la Secretaría y Canciller, Reinaldo Figueredo.
Cuando CAP se propone la segunda presidencia entiende que Venezuela necesita cambios muy profundos. Comienza a hilvanar una transformación inédita que le permitiera a Venezuela salir del rentismo petrolero, para lo cual se requerían no solo adecuadas políticas económicas sino transformaciones políticas e institucionales de inmensa magnitud. Era consciente –alguna vez lo conversamos– de que su primer gobierno había reforzado casi inevitablemente el rentismo debido a la abundancia de recursos imprevistos que le correspondió administrar.
Las reformas
La Comisión para la Reforma del Estado (Copre) fue creada por el presidente Lusinchi, a la cual le dio un apoyo consistente durante poco más de un año. Cuando se planteó la elección popular de gobernadores y alcaldes, Lusinchi le retiró el apoyo a la Copre tanto del gobierno como de Acción Democrática. Sin embargo, CAP en forma discreta, pero no secreta, se interesó en el trabajo que se realizaba y compartió la idea de que la reforma del Estado debía ser el gran objetivo de su gobierno. Logró ser el candidato de AD de abajo hacia arriba y desde afuera hacia adentro en una campaña que se convirtió en imparable, a pesar de la oposición de la dirección de su partido y del gobierno encabezado por sus propios compañeros. Aquí se sembró la distancia y el odio fratricida que después tanto aportarían al derrocamiento de CAP.
El 23 de enero de 1988 a los 30 años de la caída de la dictadura, ya convertido en candidato oficial de su partido, el presidente Pérez pronunció un discurso en la sesión del Concejo Municipal de Caracas en el que planteó sin ambages su compromiso con la reforma del Estado. Tal compromiso conmovió a los miembros de la dirección de AD contrarios a las reformas.
La campaña electoral de 1988 estuvo signada fundamentalmente por las reformas que debían llevarse a cabo en el sistema político. CAP y Eduardo Fernández, los dos principales candidatos, las tuvieron como banderas; tanto que el 29 de agosto de 1988 –antes de las elecciones– los dos aspirantes llevaron a sus partidos a aprobar la Ley de Elección y Remoción de los Gobernadores de Estado. La dirección dominante de AD lo hizo a regañadientes porque sus miembros sabían que perderían poder. Se venía de aquella operación del gobierno de Lusinchi en la cual se designaron a los secretarios generales regionales de AD como gobernadores de estado, para, con la descentralización, tener que compartir el poder en los estados por obra de la elección popular.
Igualmente, tuvo clara conciencia de la necesidad de darle un vuelco a la economía. Tuve la fortuna de estar presente en encuentros de CAP con Gerver Torres, Moisés Naím, Gustavo Roosen, y de saber de su búsqueda de talentos entre gente joven y formada. Especial papel cumplió la estrecha relación que estableció con Miguel Rodríguez, cuya inteligencia y verbo con pedigrí lo impresionaron; sobre todo, la claridad en relación con el programa que debía desarrollarse en el gobierno. También apeló a quienes estando vinculados a su partido tenían posiciones propias y hasta controversiales como Armando Durán y Simón Alberto Consalvi y a amigos entrañables como Beatrice Rangel, Antonio Ledezma y Reinaldo Figueredo. Igualmente, figuras de su partido entre las que descolló un hombre bondadoso como Alejandro Izaguirre y algunas concesiones forzadas a Gonzalo Barrios y otros dirigentes adecos. En enero de 1989, en presencia de Antonio Ledezma me propuso la presidencia de la Copre.
La reforma económica y la reforma política serían los buques insignia de su gobierno.
El Caracazo
A los 25 días de gobierno estalla el Caracazo. Esa rebelión no fue ni un plan de Fidel Castro ni una expresión pura de desencanto popular por la crisis social de la década de los ochenta; fue un estallido espontáneo que, a las horas, fue colonizado por grupos organizados de la izquierda sumergida e insurreccional. Como las hipótesis de conflicto que había estaban fundamentalmente hacia las zonas fronterizas, Caracas no poseía importantes unidades militares para manejar estas crisis de orden público y la policía estaba penetrada por el malandraje radical, al menos en un sector. Entre la perplejidad, la comprensión tardía de lo que ocurría, la ausencia de tropas en Caracas, y la velocidad en que los medios de comunicación desplegaron los incidentes, se retardó la respuesta y la crisis se hizo mayor.
Una de las razones del retardo en sacar a las fuerzas del orden público a la calle fue –y eso casi nadie lo comenta– porque CAP quería suspender las garantías para hacerlo y no lo iba a hacer sin el apoyo de todos los partidos políticos. Después del Consejo de Ministros del 28 de febrero en la mañana, el presidente convocó a los partidos. A AD y Copei al mediodía y al resto de los partidos un tanto después, como a las 2:00 pm. AD y Copei respaldaron al presidente inmediatamente; los demás partidos, MAS, La Causa R, MEP y otros, se empataron en una discusión interminable, mientras CAP, el ministro Izaguirre y los jefes militares encabezados por Ítalo del Valle Alliegro, esperaban y esperaban para tomar medidas que no podían tomar si no se suspendían las garantías y no se suspendían porque los partidos menores discutían y discutían, y al final no respaldaron al presidente. Recuerdo cómo el general Alliegro, gran militar y gran demócrata, comentó en mi presencia y con extrema impaciencia: si no se suspenden las garantías no puedo sacar las tropas a la calle. Así se respetaban las leyes en ese tiempo.
La demora política permitió que la rebelión avanzara hasta niveles incontrolables y el uso del Ejército en terreno desconocido ocasionó más víctimas que las que una acción temprana de contención habría permitido. Fueron casi 300 ciudadanos los muertos en el Caracazo. Nada de los miles que argumentaba Chávez y siguen argumentando algunos; pero, esa cifra de 300 es lo suficientemente trágica como para no necesitar por politiquería barata aumentarla más. La información la reportaba el ministro de la Defensa cada cierto número de horas al Consejo de Ministros reunido de forma permanente.
Ese evento fue un golpe noble al gobierno del cual nunca se recuperó completamente. Se generó la narrativa según la cual el “paquete neoliberal”, que ni era neoliberal ni se había aplicado, salvo los 25 céntimos de bolívar del aumento de la gasolina, había provocado el Caracazo. Esa narrativa tal vez podría haberse contrarrestado pero AD se sumó a la lucha contra el “neoliberalismo” gubernamental. Es la segunda ruptura de AD con Carlos Andrés Pérez.
Dos días después, en un almuerzo en la cual estábamos Armando Durán y yo, le pregunté al presidente su opinión sobre el Gabinete que había nombrado un mes antes. Respondió que le parecía magnífico, que era de primera. Allí Armando Durán le dijo: Presidente, eso podía haber sido hasta el 27 de febrero, pero de entonces en adelante es otro Gabinete el que se necesita.
La ruptura con AD
Hay tres procesos que marcan la ruptura entre AD y CAP. El primero es la designación del Gabinete. Los dirigentes con mayor poder consideraban que el partido no estaba adecuadamente representado entre los ministros. El segundo fue la descentralización política que dio como resultado en la primera elección de gobernadores y alcaldes el siguiente resultado: de los 20 gobernadores electos, 11 correspondieron a AD, 7 a Copei, 1 a La Causa R y 1 al MAS y de los 269 alcaldes electos, 149 correspondieron a AD, 99 a Copei, 11 al MAS y 10 a otras fuerzas políticas. El partido pasó de tener todo el poder regional a tener la mitad. El tercero fue el proceso de reforma económica que significaba la apertura de la economía, la competencia del sector privado con sus pares foráneos, la libertad de invertir, la privatización de bienes en poder del Estado que habían permanecido como piezas del clientelismo y no de la eficiencia productiva, la reforma comercial, la libertad cambiaria y otras transformaciones que no desaparecían el rol del Estado sino que lo innovaban. Reformas que, por cierto, eran apoyadas retóricamente por el empresariado pero que a puertas cerradas muchos de sus integrantes se les oponían por precipitadas e imprudentes, ya que los obligaban a cambiar su molicie de tanto estar recostados al Estado.
Las relaciones fueron de estira-y-encoge permanente entre partido y gobierno. Recuerdo una reunión en La Casona entre el gobierno y el partido. Miguel Rodríguez hizo una convincente intervención ante un grupo de dirigentes adecos que le estaban buscando la caída; también habló Pedro Tinoco, presidente del BCV. Alfaro Ucero se quejó del gobierno y de “algunos ministros” –refiriéndose a mí; lo haría después igual en un CDN- que escriben en los periódicos “en contra del partido”; la verdad es que no escribía “en contra” sino que planteaba críticas a la conducta de AD. En esa reunión el único dirigente que habló con intención constructiva y analítica fue Luis Piñerúa Ordaz, hombre de gran honradez intelectual y política, adversario de Pérez en los momentos de gloria del presidente y solidario compañero y amigo en las horas amargas de la adversidad; hizo preguntas, indagó y criticó. Al salir de esa reunión, Octavio Lepage me comentó sobre la intervención de Miguel Rodríguez y como para excusar la falta de participación de los demás dirigentes en el debate, “es que Miguelito es un encantador de serpientes”, refiriéndose a su talento y elocuencia.
La única otra oportunidad en la que Alfaro Ucero y el CEN que controlaba apoyaron a CAP fue con ocasión del 4 de febrero de 1992, a un costo alto para el presidente. Un mes después del golpe habría cambio de Gabinete y salimos de nuestras responsabilidades Miguel Rodríguez, Gerver Torres, Imelda Cisneros, Virgilio Ávila Vivas, Armando Durán, y yo, entre otros, con el propósito de darle más participación a la gente del partido, con excepción de Cordiplan, en el cual el sustituto de Miguel fue Ricardo Hausmann. CAP pensaba, equivocadamente, que así obtendría respaldo del partido. No lo obtuvo y las reformas no pudieron avanzar mucho más. Miguel pasó unos días como presidente del BCV del cual fue eyectado por la inquina de AD en su contra.
Pedro Tinoco es otro capítulo aparte. Fue gran amigo personal del presidente. Hombre de pocas palabras y certero en su razonar. Respetaba y creía mucho en Miguel Rodríguez; fue impulsor, también él, del Gran Viraje. Sin embargo, fue un desacierto su nombramiento como presidente del BCV y en una conversación entre el presidente, su hija Sonia, Armando Durán y yo, después de un almuerzo, cuando los otros ministros se habían retirado, le planteamos al presidente la inconveniencia de Tinoco en el BCV no por las razones que esgrimían sus enemigos contra el Gran Viraje sino porque no se podía venir de la presidencia del Banco Latino y de la Asociación Bancaria a ser presidente del BCV. Lo podía haber nombrado ministro de Hacienda; sin embargo, AD se tiró en el piso por ese cargo.
No todo el partido estaba en contra del presidente. Hubo dirigentes importantes pero sin poder interno que apoyaron y en algunos casos lideraron las reformas: Arnoldo José Gabaldón, Pedro París Montesinos, Héctor Alonso López, Antonio Ledezma, Carlos Canache Mata, Marco Tulio Bruni Celli, Aura Celina Casanova, entre algunos más.
Nuestros errores
He sostenido que los miembros independientes del gobierno cometimos, en mayor o menor grado, errores importantes. También el presidente. Esos errores fueron básicamente, en primer lugar, los de la arrogancia política e intelectual. En un doble sentido: algunos estimaron que las políticas a aplicar serían tan eficaces que sus propios resultados inmediatos exonerarían de los tragos amargos que en lo inmediato provocarían. Tinoco lo expresó una vez con una frase original que quedaría para nuestra historia: “La mejor política social es una buena política económica”. En otro sentido, la arrogancia se manifestó en la idea de que los jefes adecos eran unos ignorantes incapaces de discutir los temas que la ilustración del Gabinete desarrollaba y, por tanto, podíamos desentendernos de sus dudas y sus silencios; en clara impericia de este lado ya que podían no saber pero tenían inmenso poder. No supimos neutralizar su oposición y menos ganarnos su respaldo. Tal vez no era posible pero el intento no fue entusiasta, salvo por quienes dentro del gobierno equivocadamente les hacían concesiones a sus caprichos clientelares.
El otro error le corresponde al presidente. Quien esto escribe estaba totalmente de acuerdo con el Gran Viraje, sin embargo estaba convencido que sin apoyo político no sería viable. La descentralización había conseguido un gran respaldo en la opinión pública, no así la reforma económica; a pesar de que el Gran Viraje llevó a la economía a crecer a tasas altísimas, en 1990 fue de 7% y en 1991 de 10%, con una reducción sustancial del desempleo a un nivel de 6%. Tengo como imborrable la vez en la que le presenté mis dudas sobre el curso que llevábamos sin el suficiente apoyo político, tesis que compartíamos Durán, Ledezma, Izaguirre, Pastor Heydra, entre otros, y la respuesta que me dio el presidente fue tajante: “Ministro, hagan ustedes su trabajo que yo me ocupo de darles el apoyo que necesitan”. Al final, su capital político no dio para tanto.
En una oportunidad muy temprana y ante la seguridad de que AD no lo apoyaría, le propusimos que se fuera a la calle a recabar y organizar el apoyo popular que tenía y que podía incrementar. Ledezma organizó una primera gira a Cumaná que fue apoteósica y le planteamos seguir en ese camino. No lo hizo y quedó amortiguado solo por su capital político que perdió fuelle a velocidad asombrosa. AD desdeñaba a Pérez, pero este no podía darse el lujo de desdeñar a AD y no trabajó lo suficiente para convencer a varios de sus dirigentes. Hay quien dice que ese trabajo solo habría significado cuotas de poder –como ocurrió después del golpe del 4-F–, mientras otros consideran que podría haberse obtenido apoyo con más interacción personal. Era un problema de economía política que nunca sabremos si podría haber tenido otro resultado.
La Convención de AD en 1991 la podía haber ganado un hombre solidario con CAP, Héctor Alonso López. La verdad es que el presidente no puso su peso político (¡y mucho menos recursos!) para que López ganara: perdió por 78 votos la Secretaría General, mientras la estructura cuaternaria del partido anuló delegaciones y con algunos fraudes se impuso.
La venganza del gomecismo
El gomecismo, en su evolución hacia el “lopecismo” y el “medinismo”, representados por los generales López Contreras y Medina Angarita, nunca perdonó a los adecos el golpe de 1945. Ese gomecismo se desparramó y licuó en la historia, pero quedó vivo en manos de una élite política representada por Arturo Uslar Pietri.
Uslar y el grupo de notables que se aglutinó a su alrededor también se uncieron al tropel de las reformas. En la Copre fueron invitados permanentes y en varios aspectos ayudaron a ampliar su significación en la opinión pública. Algunos pensamos que este esfuerzo conjunto iba a permitir superar las resistencias que en el mundo partidista se producían hacia el gobierno que las impulsaba. No fue así. Cuando CAP perdió el apoyo de su partido, Uslar y los notables arremetieron desde otro frente: primero dijeron que los cambios no eran suficientes y luego que CAP no podía desarrollarlos porque la corrupción que representaba –según su criterio- era abominable. Varias veces conversé con el escritor sobre el tema y se mostraba proclive a apoyar los cambios y en el curso de ese proceso en realidad lo que se proponía era quitarle todo pilar de sustentación al gobierno. De allí a pasar a exigir la renuncia del presidente no hubo sino un pequeño trecho.
En el fondo, la posterior victoria de Chávez y la tragedia conocida, fue la venganza del gomecismo representado por sus más ilustres herederos: Arturo Uslar Pietri, José Vicente Rangel y los Notables.
El papel de Rafael Caldera
Un aliado inesperado de los Notables desde una perspectiva histórica fue Rafael Caldera. Durante el gobierno de CAP consideraciones especiales fueron dadas a Caldera. Fue Presidente de la Comisión Bicameral de Reforma Constitucional desde 1989 y la Copre le dio todo su apoyo para que el ex presidente cumpliera su misión. CAP estimuló este apoyo, especialmente cuando se programaron las Jornadas Constitucionales Jóvito Villalba presididas por Caldera, para discutir las reformas de la Carta Fundamental. Sin embargo, por diversas razones psicológicas, políticas e históricas, Caldera tenía aborrecimiento hacia Carlos Andrés Pérez que este no tenía hacia él y a pesar de la distancia condescendiente con la que se trataban, cuando Caldera lo percibió débil le saltó a la yugular. Su vuelta a un segundo período no tenía el carácter de una nueva propuesta sino de una revancha.
A partir del golpe de Chávez el descontento adquirió el rostro de un oficial del Ejército, pero quien podía recoger la efervescencia y la inquina social fue Caldera quien la empleó a fondo en su marcha desde “la reserva” hasta el estrellato. Después del 4-F el presidente estaba muy débil y muchas iniciativas se disolvieron en la crisis gravísima derivada de un gobierno arrinconado.
En una oportunidad, antes del segundo golpe del 27 de noviembre de 1992, fuimos a visitar a Caldera Joaquín Marta Sosa, Andrés Stambouli y yo. Tuvimos una conversación larga y allí le planteamos que se reuniera con CAP para que entre los dos líderes abortaran la crisis talla mamut que se avecinaba. Caldera en su sillón enlazó sus manos a la altura de las rodillas, bajó la cabeza en actitud reflexiva y al cabo de unos segundos preguntó: ¿el presidente Pérez sabe de esta reunión?, le dijimos que no. Luego nos respondió: no puedo… moralmente no puedo. Así se abortó una iniciativa que la pensamos como instrumento para domesticar el conflicto.
Los jinetes del apocalipsis ya andaban juntos: Uslar Pietri, José Vicente Rangel, Ramón Escovar Salom y Rafael Caldera, mientras en la sala de máquinas Alfaro Ucero, secretario general de AD y sus sargentos preparaban el derrocamiento del presidente.
Los militares
Las Fuerzas Armadas fueron factor esencial para la recuperación y luego la estabilidad democráticas. Nunca dejó de haber en su seno murmuraciones, trapisondas y conspiraciones, tal vez menores en las presidencias de Raúl Leoni, Caldera I y CAP I. Cuando Carlos Andrés Pérez llega a su segunda presidencia ya se sabe que Chávez y su gente andaban conspirando desde hacía rato y también había un bochinche de generales: pugnaban entre sí altos oficiales con formación intelectual y, si no aspiraciones, al menos posiciones políticas militantes. La competencia entre varios de ellos limitaba la colaboración entre organismos y convertía la inteligencia recabada en disputas interminables.
CAP subestimó las informaciones sobre la conspiración de Chávez. Lo hizo por dos razones: no se concebía en ese entonces y él menos que nadie, que pudiera haber intentos de golpe contra la democracia ya considerada estable; y consciente como estaba de la pugna entre generales, atribuía en alguna medida el manejo de informaciones y rumores a esa causa. Aunque la verdad es que todo el mundo hablaba de golpe y Uslar Pietri lo anunciaba; en los trabajos de la Copre, ya a finales de los años ochenta se planteaba que de no adoptarse las reformas hasta el golpe de estado podría estar planteado.
Al producirse el 4-F, CAP se colocó al mando con los eventos conocidos. Sin embargo, no tenía en sus manos el control militar completo y ese golpe descompuso la situación institucional aún más. Muchos dentro del gobierno, del partido y en sectores políticos pensaban que el general Ochoa Antich, ministro de la Defensa, era parte del golpe. CAP nunca lo creyó; decía que “los Ochoa son locos, pero no traidores” (exceptuaba al padre, a quien quería mucho, de tal crítica). Lo cierto es que la desconfianza en Ochoa se basó en que desobedeció las órdenes del comandante en jefe en dos oportunidades; una, de la cual fui testigo presencial y alguna vez discutí hace pocos años con Ochoa. Este hablaba con el comandante de la Aviación y el presidente le ordenó que bombardeara La Planicie. El ministro desobedeció transmitiéndole un parecer diferente en voz baja al jefe de la Aviación Militar. De seguidas, CAP, en Consejo de Ministros, nos dijo: van a pasar nuestros aviones de combate para bombardear; no se preocupen. Pasaron y no dispararon ni un tirito… El otro episodio fue la presentación de Chávez “en vivo”, lo que el presidente había prohibido expresamente. Ambos hechos los ha discutido Ochoa en diversas oportunidades; sin embargo, dejaron un ambiente de sospecha sobre muchos mandos militares, lo que se corroboró con el nuevo alzamiento del 27 de noviembre de ese mismo año.
La caída
Al final la tremenda popularidad inicial de CAP se había diluido. La alianza liderada por la revancha gomecista, encabezada por Arturo Uslar Pietri y José Vicente Rangel, logró sumar a personalidades relevantes del país. Allí concurrieron los Notables, Rafael Caldera, Copei, el MAS, las insurrecciones militares, varios medios de comunicación importantes, empresarios que fueron sus amigos, y, desde luego, el golpe de gracia con la traición de Acción Democrática. Al término del breve gobierno de Ramón J. Velásquez llegó Caldera y después de dos años de cumplir al pie de la letra su Carta de Intención con el Pueblo Venezolano, que significó una crisis financiera y económica brutal, firmó su Carta de Intención con el denostado FMI para adoptar con Teodoro Petkoff el programa “neoliberal” contra el cual había basado su largo camino de nuevo al poder. Entonces el líder social cristiano contó con el auxilio de Acción Democrática, auxilio que este partido le había negado a su compañero Presidente y que ahora prodigaba en abundancia para desarrollar con Caldera las mismas políticas que con CAP condenaba.
En esa soledad que precede a la caída, CAP vio desfilar a sus enemigos alborozados y a muchos de sus antiguos compañeros y amigos. La asquerosa trama judicial desarrollada desde la Fiscalía por Escovar Salom y desde la Corte Suprema por magistrados cuyo ascenso Pérez había apoyado, conformaron la hoja de parra con la que se cubrió lo que de otra manera no podría sino ser calificado como derrocamiento.
Carlos Andrés Pérez soportó con estoicismo la destitución; las infamias de sus enemigos, ahora con carne de cárcel para morder; la prisión en El Junquito; la prisión domiciliaria; el exilio; la soledad; y, al final, una senda injusta y tortuosa hacia la muerte. Sus enemigos yacen en la cuneta del olvido o en el desprecio de los ciudadanos que hoy padecen las consecuencias del irreversible disparate de entonces. Varios dolores le conocí y dos me impresionaron para siempre: la muerte de Jóvito Villalba que tuvo para Pérez un significado muy hondo, del cual no tenía noticia; y la traición de AD, de sus compañeros, de su partido, de una parte casi completa de su vida.
Otra vez: la historia
Poco a poco Carlos Andrés Pérez retorna a la senda de la gloria a la cual aspiró y con la misma cadencia, con paso firme y sonrisa franca, logra el objetivo que tuteló su vida: llegar a la historia como un gran hombre que, como todos, tenía muchos defectos y excelentes virtudes.
Fue condenado y derrocado no por los errores que cometió sino por los aciertos que tuvo. Fue condenado y derrocado no por el pueblo sino por las élites. Algún día será reivindicado plenamente y los que trabajamos con él estaremos allí, orgullosos del intento más completo de transformación emprendido en el último medio siglo.
Fuente original: El Nacional
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