Infusión

En Venezuela no atravesamos una de las dictaduras más o menos circunstanciales de la que acostumbró el continente. En propiedad, hablamos de un régimen de inequívoca orientación comunista, informado por las mafias que le ofrecen un novedoso sello, capaz de subvertir hasta los más distraídos hábitos cotidianos.

El consumo de café, en cualesquiera de sus modalidades, por siglos fue una de  las características del país con independencia de los horarios y hasta de  la propia producción de la semilla presta a la infusión que, por cierto, igualmente nos distinguen de las otras latitudes que prefieren las yerbas. Además de la vieja importación de máquinas para la elaboración instantánea de la bebida, privilegiadas las de procedencia italiana, dio ocasión para la aparición de un oficio específico y exigente, más allá de la decoración de una taza, como el del barista.

Versamos en torno a una infusión preferida muy caliente a tempranas horas de la mañana, o al concluir el almuerzo, pero también amenizadora y pre-pandémica de toda reunión presencial que se sostuviera en el transcurso del día, añadido un furtivo y económico encuentro sentimental. La catástrofe humanitaria y la hiperinflación, ya desterraron el café de nuestra rutina y, apenas, sobrevive como un lujo tempranero que menos personas se pueden dar, devenido regalo espiritual en  numerosos casos.

Antes de la llegada del petróleo, los venezolanos fuimos  insignes exportadores de café y, antes de cerrar el siglo anterior, administrábamos la crisis de producción y de comercialización del producto en pugna constante con las importaciones. Sin embargo, es en el presente XXI que la producción dramáticamente se redujo en 76,9%, según FEDEAGRO, y, exactamente igual que ocurre en otros rubros agrícolas, parece definitivo el colapso de la industria a manos de las camarillas del poder.

La cultura del café, por su escasez y costos, está prácticamente desapareciendo de nuestros hogares. E, incluso, la del consumo mismo de agua mineral, dentro o fuera de casa, porque – simplemente – el régimen decidió que no lo hubiera, pues, no es otra la conclusión a la que arribamos luego de más de veinte años de algo más que una dictadura.

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