Dos octubres en Bolivia
El primer octubre fue el de 2019. El fraude electoral—identificado, documentado y denunciado por la misión de la OEA—precipitó las movilizaciones populares y violencia en las calles. En realidad, dichos sucesos deben verse como el último capitulo de una crisis política de largo aliento, responsabilidad de Evo Morales y su desdén hacia la norma constitucional y la soberanía del voto.
En dos oportunidades anteriores había recurrido a verdaderas contorsiones jurídicas para modificar la arquitectura constitucional desde la presidencia y perpetuarse. En 2019 lo hizo ignorando el referéndum de febrero de 2016, cuando el país rechazó su cuarta candidatura. La manipulación del resultado electoral no pudo sorprender a nadie entonces, pues fue coherente con las violaciones anteriores. De hecho, el fraude se había iniciado en 2009 con la transformación de la Constitución en un traje a su medida.
Ante la crisis denunció un supuesto golpe, al tiempo que firmaba su renuncia. En todo caso si existió tal golpe, ocurrió dentro de su propio partido, el MAS. La movilización popular en su contra incluyó a organizaciones campesinas, el movimiento indígena y la históricamente combativa Central Obrera Boliviana. El sindicato de trabajadores mineros, nada menos, le intimó con un pronunciamiento: “la renuncia es inevitable, compañero Presidente”. Su respuesta fue partir.
De allí surgió el gobierno de Jeanine Áñez, el cual no ha sido lo esperable. Gastó capital político en cuestiones triviales, como agregarle el tema religioso al conflicto con Evo Morales, y erosionó su autoridad por la corrupción, nepotismo y un pésimo manejo de la economía; ello mientras la pandemia profundizaba la recesión. Agréguese entre los desaciertos una candidatura que vulneraba su legitimidad de origen, que era limitarse a presidir la transición.
El espacio de centro-derecha se fragmentó así entre ocho candidatos, confirmando la falta de sentido estratégico. Intelectual y aún psicológicamente, en dicho espacio seguían enfrentándose a Evo Morales o, peor aún, entre ellos. Perdieron de vista que la ley de convocatoria a elecciones, promulgada el 24 de noviembre, fue votada unánimemente por la bancada del MAS. La misma sancionó la validez del referéndum de febrero de 2016, determinando por ende la inconstitucionalidad de la candidatura de Evo Morales en 2019. Morales fue sacado de la cancha por su propio partido.
El segundo octubre es este, en 2020. La fórmula Luis Arce-David Choquehuanca, del MAS, capitalizó la fragmentación del anti-masismo, así como antes se había beneficiado por el distanciamiento de los movimientos sociales del proyecto de perpetuación de Evo Morales. Se formó ahora una amplia coalición multisectorial, desde el campesinado y las clases medias urbanas hasta la nueva burguesía de El Alto. Los cómputos electorales son concluyentes: sin Morales en la ecuación, dicha base social regresó al MAS.
Al final, el fraude resultó una bendición encubierta para el partido. Pudo cerrar el capítulo Morales y recuperar la centralidad electoral en tan solo un año. El no-MAS, a su vez, sin advertir la diferencia entre los dos octubres, también lo ayudó, dividiéndose. Y así se resolvió la elección, en una vuelta y de manera contundente con Arce por encima del 50% y a más de 20 puntos de distancia de Mesa.
La OEA volvió a observar la elección. Así como en octubre anterior había demostrado las irregularidades del proceso, ahora certificó la legitimidad de la victoria de Arce; en ambas ocasiones al unísono con la Unión Europea. Ello confirma que el gran acierto del gobierno de Añez tal vez haya sido la composición del nuevo Tribunal Electoral, según mandato de la misma ley de convocatoria a elecciones. Funcionarios de reconocida capacidad y honradez garantizaron la integridad del proceso.
El resultado electoral ha sido aprovechado por el castro-chavismo para renovar su ataque contra Luis Almagro, en coordinación con el Grupo de Puebla, el Foro de São Paulo y el apoyo de la prensa afín. Ello incluye a algunos medios europeos, otrora de prestigio pero que ahora, escasos de credibilidad, se han constituido en burdos propagandistas. Sugieren que si el MAS ganó ahora, también debió haber ganado en 2019. Vuelven con ello a lo del golpe de la OEA y un insostenible pedido de renuncia a su Secretario General.
Tal vez no sepan que Delcy Rodriguez intentó lo mismo varias veces, la primera en 2016 cuando Almagro llevaba menos de un año en el cargo. La inferencia, en todo caso, es falaz. Es pura conjetura que se deriva de “razonar en reverso”, pues no hay conexión causal entre ambas elecciones. La debilidad intelectual es tal, que de haber perdido el MAS también habrían podido argumentar con la misma falacia lógica que “la OEA repitió el golpe de 2019”.
El argumento revela intencionalidad a la par que ignorancia, por ejemplo, acerca de la reorganización del sistema electoral con el nuevo Tribunal, que dotó a esta elección de garantías, y desconocimiento de la dinámica interna del MAS, lo cual los lleva a pensar que sigue siendo el partido de Evo Morales. Los argumentos sesgados nunca se ven bien, ni política ni intelectualmente, pero cuando están construidos sobre la ignorancia además humillan a quien los repite.
Todo esto expone una operación indigna, la misma que ahora intenta enviar a Morales de regreso a Bolivia, por la puerta de atrás y para retomar control de un aparato partidario que ya no le pertenece. Ocurre que el pobre Evo no es más que una marioneta del G2 cubano y la nomenclatura, los carteles y los burócratas del Grupo de Puebla y el Foro de São Paulo. Para ellos Bolivia no tiene importancia alguna, es tan solo una ficha de cambio en la mesa de negociación.
Alberto Fernández insiste con el regreso de Morales a Bolivia. Debe ser una proyección, creer que su presidencia es la norma; es decir, con el poder en manos de otro. El problema es que el presidente electo se distanció de Morales en el acto: “Si quiere ayudarnos, será muy bienvenido, pero no significa que estará en el Gobierno. Será mi gobierno”, aseguró. A buen entendedor…que no es el caso de Fernández.
Siempre debe reafirmarse el poder presidencial. Nadie gana una elección en nombre de otro, nadie es Delfín para siempre. Bolivia tiene una oportunidad para construir otro tipo de política. El camino es difícil pero la dirección es clara: continuar el proceso de recuperación institucional del país con apego a las garantías constitucionales y la alternancia en el poder por medio del voto libre, justo y transparente.
Fuente: Infobae
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