Ahora es Alberto Fernández quien tiene la pelota

Conmueve a no pocos militantes la confesión de Alberto Fernández frente a la estatua de Néstor Kirchner inaugurada días atrás en el antiguo Palacio de Correos: «Cada vez que tengo que tomar una decisión, me pregunto qué haría Néstor». Conmueve, por cierto. Pero también despierta no menos dudas. A una década de la muerte del expresidente, vale la pena subrayar una reciente reflexión del dirigente peronista Julio Bárbaro:»Néstor Kirchner sabía hacia dónde quería ir. Si algo nos pasa con Alberto es que, después de escucharlo, nos miramos y nos preguntamos qué quiso decir».

El Presidente no dijo toda la verdad cuando afirmó sentirse respaldado por la carta pública de Cristina Kirchner, en la cual la vicepresidenta de la Nación tomó distancia de la gestión del Gobierno y habló de «funcionarios y funcionarias que no funcionan». La misiva fue, en todo caso, una curiosa manera de respaldar al primer mandatario desautorizando a miembros de su gabinete. En el mejor de los casos, un singular apoyo crítico que, si se hubieran seguido determinados códigos de la política, debió haberle sido transmitido al jefe del Estado solo en forma privada y no pública.

La carta también plantea a los analistas un interrogante: ¿por qué Cristina no formuló el mismo planteo allá por abril, cuando la imagen positiva del Presidente alcanzaba niveles récord en la opinión pública?

Su ausencia en el acto de homenaje a Néstor Kirchner en el CCK significó otro desaire al primer mandatario, como podría serlo también el hecho de que Máximo Kirchner se abstuviera de hablar, en su carácter de jefe del bloque oficialista, durante la sesión de la Cámara de Diputados en la que se aprobó el proyecto de presupuesto 2021.

Tras la carta de Cristina, la guerra de gestos siguió desde la Casa Rosada. Alberto Fernández eligió ser escoltado en su camino hacia el acto en el CCK por algunas de las figuras a quienes supuestamente la expresidenta aludió en sus críticas, como Vilma Ibarra y Sergio Massa. Y, como para diferenciarse de su vicepresidenta, dijo que Néstor Kirchner fue su último líder político. Casi al mismo tiempo, la vicejefa de Gabinete, Cecilia Todesca, afirmó que «en el Frente de Todos hay un montón de gente que no piensa como la vicepresidenta».

Cerca del primer mandatario, se comenta que, más allá de sus dichos públicos, la carta no le cayó bien, aunque tampoco le sorprendió absolutamente nada de lo que dice.

Pese al inocultable malestar, hombres del albertismo aseguran que, al menos de parte del Presidente, no hay ninguna probabilidad de ruptura. «Néstor Kirchner pudo plantear una ruptura con Eduardo Duhalde en medio de una economía en fuerte crecimiento. Hoy, en cambio, si a la actual fragilidad económica sumáramos mayor debilidad política, no habría gobierno posible», evalúa una fuente cercana a Alberto Fernández, para quien, en las presentes circunstancias, no hay chance alguna de una reconfiguración de las cuotas de representación en el Gobierno que tienen los distintos sectores de la coalición oficialista.¿Se producirán cambios en el gabinete de ministros? Allegados al Presidente aseguran que «a partir de la carta pública de Cristina, están todos los ministros confirmados», por cuanto hacer modificaciones ahora implicaría admitir que Alberto hace algo porque se lo pide Cristina. Pese a eso, hay plena conciencia en que hace falta un recambio. A tal punto que el Presidente estaría midiendo la posibilidad de convocar a gobernadores e intendentes que tienen vedada la reelección en sus distritos, para dotar a la administración presidencial de hombres de gestión.

De todas maneras, nadie en el Gobierno visualiza ese recambio en forma inmediata y, si fuera por algunos hombres del primer mandatario, solo debería hacerse un mes antes de la puesta en marcha de la vacuna contra el coronavirus en la Argentina, un proceso que las autoridades nacionales buscan acelerar desesperadamente, pero que demandará un período de varios meses durante el cual los sombríos pronósticos económicos podrían complicar aún más la situación.

Pasar el verano, sin vacuna contra el Covid-19 y con las serias limitaciones que impone la contracción de la liquidación de dólares del campo, constituye un desafío no menor para el Gobierno. Y la solución no puede ser una huida hacia adelante.

¿Habrá una convocatoria institucional al diálogo, como propuso la vicepresidenta? Probablemente, pero el Presidente se tomaría su tiempo para que, previamente, exista un trabajo subterráneo de ablandamiento de la oposición. «Lo peor que podría pasarnos en los difíciles momentos actuales es que convoquemos a un diálogo y que este no prospere», aclaran fuentes del oficialismo. Es obvio que nada de eso resultará fácil: el Gobierno requiere apoyo político para encarrilar la economía y la oposición de Juntos por el Cambio buscará frenar la reforma judicial.

El tenor de la carta de Cristina podría interpretarse también como una oportunidad para Alberto Fernández de tomar vuelo propio y despegarse de quien lo ungió como candidato. Ahora es él quien tiene la pelota. La pregunta que cabe formularse, sin embargo, es si el Presidente tiene la voluntad y la capacidad de ensayar algo distinto de lo que viene haciendo, con el fin de despertar la confianza inversora, que hoy se ubica en niveles paupérrimos, de la mano de una percepción que indica que en la Argentina no hay seguridad jurídica ni una economía mínimamente previsible, junto a un gobierno atado a la agenda personal de una vicepresidenta que se muestra capaz de ordenar o desordenar la política mediante un tuit.

Muchos en el albertismo saben que, en el mejor de los casos, Cristina Kirchner ocupa el lugar de un copiloto tan incómodo como costoso si el Presidente aspira a tener el acompañamiento del electorado independiente y de quienes, pudiendo invertir en el país, hoy buscan otros destinos. Pero casi nadie en su sector se ilusiona con la alternativa de que Alberto Fernández relegue a un segundo plano a Cristina para consolidar su autoridad, aun a riesgo de comenzar a ser visto como un Héctor Cámpora más. El primer mandatario prioriza hasta ahora la idea de que el Frente de Todos no puede convertirse en un Frente de Algunos.

El Presidente debería dejar de moverse como un equilibrista, necesitado de rendir permanentemente exámenes de fidelidad ante el cristinismo y su más radicalizada base electoral. No es lo que ha demostrado hasta ahora. Sin ir más lejos, es una muestra el guiño público que le brindó al plan de Juan Grabois para la utilización de terrenos fuera de los centros urbanos para su explotación por gente necesitada, si bien no justificó la toma de la estancia de la familia Etchevehere en Entre Ríos por grupos liderados por ese dirigente social. Un aporte presidencial más a la confusión general.

La opinión pública requiere un mensaje esperanzador. Espera que al gobierno nacional se le caiga una idea más novedosa que el mero aumento de las dosis de emisión monetaria y presión impositiva para seguir fogoneando el estancamiento productivo, alentando a las empresas a irse del país y señalando a los jóvenes que la única salida es Ezeiza. El desafío de Alberto Fernández es demostrar que su gobierno tiene algo más que todo un pasado por delante.

Fuente: La Nación

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