En defensa del cocuy
Entre Locos y Locainas, lo conocí en Sanare. Tras las festividades familiares del 24 de diciembre del año 2004 partimos hacia el estado Lara, en un Twingo de reciente adquisición que nunca tuvo nada que envidiarle a una 4X4. En el tiempo que nos dejó la celebración de esas fiestas tradicionales tan carnavalescas del 28 de diciembre, nos dedicamos a recorrer las montañas alrededor de esas tierras de vocación agrícola, tan andinas en su configuración. Por el camino, a eso de la media mañana, nos vino en ganas el deseo de disfrutar de un pequeño refrigerio o tente en pie, por lo que nos detuvimos, un poco a ciegas, en lo que parecía una antigua taberna. Era una cabaña amplia con techo tejido de caña brava. En su interior nos sorprendió encontrar lo que parecía ser una pista de baile muy rústica de tierra peinada con mesas y sillas alrededor y una rockola donde, lógicamente, los lugareños animarían sus noches. El encargado del lugar amablemente nos hizo pasar. Y a poco, tras un bar de madera en uno de los laterales celebró nuestra estadía con la ofrenda de una bebida blanca y picante al paladar que nos sorprendió gratamente. Era el cocuy. Una bebida de la que había oído muy poco, lo confieso, para aquel entonces y sobre la que me di a la tarea de curiosear animada por sus bondades. A las primeras de cambio, el encargado nos dijo con visible orgullo que era un licor tradicional de la región y que provenía de la planta del Agave, una penca autóctona del trópico seco suramericano. Ninguno de nosotros lo había probado antes. A mamá le pareció sabrosito y a mi esposo, y a mí, bebedores más desprejuiciados, se nos prendieron las ganas.
Con resonancia de Ayamanes, Yaguas y Jirajaras el Cocuy hunde sus raíces en las zonas semiáridas del territorio falconiano en el poblado de Pecaya al sur de la ciudad de Coro en el estado Falcón y camina y se extiende hasta Lara y ciertas regiones de los andes y el Zulia. Este cocuy del agave nuestro es primo hermano del agave azul o agave tequiliana de donde se extrae el tequila y el mescal que identifican con propiedad al país azteca y que el turista no perdona. Antes de ese primer encuentro con esta bebida espirituosa solía meterlo en un solo saco con la caña clara, y otros licores de extrañas cataduras que por sus bajos costos hacen de las delicias de borrachitos de esquina.
Años después, la ruina progresiva de la economía venezolana fue precipitando una significativa caída del consumo de bebidas espirituosas importadas como el whisky, el rey de las bebidas. El vodka, la ginebra, el coñac y el mismo tequila pasaron a ser palabras mayores. Por lo que la mayoría de bebedores se vieron impulsados a darle paso a otras opciones más autóctonas. Sin embargo, las marcas más conocidas de ron también se fueron haciendo inalcanzables. En sus variantes prémium, provenientes de experimentaciones más añejadas, a salto de garrocha, conquistaba el gusto más allá de nuestras fronteras en catas internacionales donde ha sido reconocido en numerosas oportunidades.
De tal manera, que en ese contexto un segundo encuentro con el cocuy pecayero lo tuve en casa de una amiga quien una tarde me brindó con orgullo un palito. En un rito casi sagrado, agarró con todo cuidado una botella. Más bien una caneca de barro pulido que tenía sobre una mesita, a la que adornaba un mantel blanco de hilo de los de antes, aquellos de manufactura española que cuidaban con tanto celo las mujeres de la familia para las ocasiones especiales. Mi amiga es de Coro donde en sus zonas semiáridas en el poblado de Pecaya al sur del estado Falcón se produce este licor. En el ánimo de ponderar las virtudes de la bebida, me dijo que era muy exclusiva, aun cuando no requiere añejamiento. Pues, lo que la gente no sabe es que su maduración es muy lenta y para producir un litro de la auténtica bebida son necesarias 30 jornadas de trabajo. Agregó muy animada que el cocuy tiene vitamina B3, la que llaman niacina para regular el metabolismo del peligroso colesterol, que limpia los tejidos, y para más ayuda a bajar la tensión, contrario a lo que se pudiera creer, así como la azúcar en la sangre. Y como no tiene colorantes es un tiro para los migrañosos. Y que en lo adelante ella formaba parte del club de los tomadores de cocuy.
Pero al cocuy, como a muchas cosas nuestras, le han creado mala fama. Ha sido escarnecido, y vituperado. Y es así que en cierta ocasión me presenté muy orgullosa con una botella de la bebida en una reunión de familiares y de amigos. Entre sonrisas benévolas y miraditas de reojo algunos dijeron del pecayero que ponía a la gente belicosa, otros que no era una buena compañía pues la rasca que se agarraba con él era de padre y señor mío, y los más despiadados dijeron que eso era gasolina – aun de la barata y no de la que como ahora se consigue a precio de oro entre gallos y medianoche -.
El desprestigio del que ha sido víctima el cocuy también ha formado parte de los vaivenes de la política y de la moda. Hacia 1920 en la época de Juan Vicente Gómez la bebida era popular entre nuestras comunidades. Sin embargo, fue satanizado para reducir su consumo y de esta manera favorecer a los productores industriales de Ron con buenas influencias entre los personeros de la dictadura. De tal manera que los campesinos productores del cocuy artesanal se vieron reducidos, acusados por el ejercicio de una práctica tachada de ilegal. El desacato de semejante medida se pagaba con los huesos en las mazmorras del régimen. Años después tampoco los destiladores del licor corrieron con mejor suerte porque durante el perejimenismo militares bien entrenados en las tareas represivas destruían las propiedades de los cocuyeros y los arrestaban por desacato no sin antes cargar con las botellas para sacarle buen partido tras corrales. Esta ley seca venezolana contra el cocuy, más por razones de orden económico y político que moral, como lo fue en el norte para la misma época, hizo que ante la prohibición el cocuy tomara el camino de la clandestinidad en las montañas de Falcón y Lara donde encontró quien lo apoyara. Para los años 2006 y 2017 en desagravio el cocuy se alzó con dos reconocimientos que lo declaraban como patrimonio regional y nacional. Lo que le valió la conquista de nuevos espacios: Por su nobleza y adaptabilidad se amiga con el chocolate en variedad de finos bombones en la bombonería, y también como maceración de buenas carnes.
Pero, ninguno de estos logros ha resultado suficiente. Durante la cuarentena, en esta Venezuela en crisis donde todo se tasa en dólares y se han multiplicado las ventas de todo tipo de productos entre los habitantes de las comunidades residenciales de toda la ciudad, he mirado con cierto desaliento que entre la carta de licores que se ofrecen el cocuy es un gran ausente. No sucede así con el ron, el vodka, la cerveza y hasta el anís. Y como aquí nada se salva de los embates implacables de la corrupción, ahora resulta que el cocuy lo venden “puyao”. De lo cual ha quedado un saldo muy lamentable de muertos y enfermos graves sobre todo entre las personas de escasos recursos.
En lo adelante le tocará pues a este experto equilibrista que es el cocuy seguir dando la batalla para mantenerse en esa frágil línea de nuestra desmemoria. Luchar contra nuestro empeño militante por borrar lo que nos pertenece. Pues si ahora no se le reprime directamente tampoco hay políticas que lo alienten en el verdadero sentido de la palabra. Y sus seguidores, tendrán que armarse de una brújula de muy buena calidad para encontrarlo entre la confusa geografía de las marcas híbridas que hoy prolifera sin ton ni son. No pierdo la esperanza de que en un futuro no muy lejano, este pueda evadir el motete de licor para borrachos, dame dos
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