Engranaje
El régimen venezolano, pero desvenezolanizador, no constituye una circunstancia pasajera, fortuita, biodegradable. Compendia un proyecto continental y desoccidentalizador, en curso, que sólo a estas alturas la vida muestra su verdadero rostro.
Útiles los trabalenguas, precisamente la complicación del lenguaje es su principal burladero, porque fue difícil caracterizarlo. No constituyó una simple militarada, ni expresó un natural cambio de los elencos del poder, agotados los que le precedieron o prematuramente los llamados a reemplazarlos.
Una estructura fractal de poder, lo explica, con el claro mandato de prolongarse hasta que se lo permitan, apelando a toda suerte de maniobras, subterfugios y ficciones que confunde o dice confundir a la comunidad internacional. Cuenta con un claro soporte económico, el de la devastación que dio ocasión para la paciente maceración del delito como una espina dorsal, realizador de una perversa globalización.
De engranaje social, en el desierto de la lumpen-proletarización, sobresalen clases, estamentos o clanes emergentes, como los boliburgueses, pranes y enchufados. Y una cultura explica el fenómeno sistémico, por cierto, susceptible del cortocircuito de sus contradicciones, fundada en la supervivencia y en la propia muerte que se procura a todo trance, ajena, celebrada la indolencia.
Una doble deuda es notable: la de los científicos sociales, harto convencionales, y la de los novelistas, poetas y cuentistas que aún no logran acuñar esta prolongada época. Frente al engranaje, esperamos todavía al buen desengranador.
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