Privilegios, desigualdad, cinismo

Privilegios de los sectores pudientes. Desigualdad de oportunidades. El poder concentrado de unos pocos. Esos eslóganes forman parte del inventario discursivo del kirchnerismo. Es una fraseología que no dice nada, pero que señala al enemigo frente al supuesto proyecto nacional, popular e igualitario que encarnan los seguidores de Cristina Kirchner. Ahora bien, ¿qué puede ser más desigual que un vacunatorio exclusivo para inmunizar a funcionarios, amigos y allegados en un país con más de 51.000 muertos por la peste más devastadora que hayan conocido los argentinos vivos? ¿Dónde y cuándo hubo más privilegios que los que se pudieron constatar en la distribución de la vacuna que significa la diferencia entre la vida y la muerte? ¿Quién tiene más poder concentrado que los que cuentan con la amplia facultad de decidir quién podría vivir y quién podría morir? El derrumbe de un relato apócrifo necesita a veces solo de un hecho fortuito o sorpresivo.

Es hora de ser claros: cada vacuna suministrada a una persona equivocada puede significar una muerte. La muerte de una persona que, por su condición o por su edad, realmente la necesitaba. Cuando se robaron 30 vacunas en Comodoro Rivadavia, condenaron a una muerte probable a 30 personas. Cuando son vacunados diputados, concejales, sindicalistas o amigos del oficialismo, que son personas jóvenes y no tienen enfermedades prevalentes, condenan a una potencial muerte a muchas personas que están en riesgo. Y los que tienen edad para ser vacunados, o están cerca de cumplirla, deberían seguir los protocolos de turnos. Es el principio básico de igualdad, sobre todo en un país con tantas limitaciones para conseguir las vacunas necesarias. En la Argentina, se vacunó solo al 60 por ciento del personal sanitario, que es el que está en el frente de batalla contra la pandemia. La cantidad de dosis con que cuenta el país, poco menos de 2 millones, es apenas el 15 por ciento del total que se necesita para cubrir al personal sanitario y a los mayores de 60 años. El total de esa comunidad, que incluye también a maestros y fuerzas de seguridad, es de 13 millones de argentinos.

Ginés González García debió irse del Ministerio de Salud hace mucho tiempo. Durante 20 años tuvo influencia directa o indirecta en la política sanitaria del país, con la excepción del período que gobernó Mauricio Macri. Después de su famosa frase, en los comienzos de la pandemia, cuando dijo que no le temía al nuevo virus porque «China está lejos», su misión como ministro se agotó. Ignoró que las pandemias se desparraman por el mundo tarde o temprano desde hace más de 100 años y que ahora es peor, porque la globalización significa (o significaba hasta el paréntesis de la peste) un intenso tránsito de bienes y personas. El virus de Wuhan arrasó con más vidas en los Estados Unidos o en algunos países de Europa que en la propia China. González García es el responsable directo de la carencia de vacunas en la Argentina, a pesar de su más que excelente relación personal con los principales laboratorios farmacéuticos nacionales y extranjeros. Es el que obstaculizó las negociaciones con el laboratorio Pfizer, que produce la vacuna con la que se está inmunizando gran parte de Europa y de América Latina.

Con la que se vacunaron desde el papa Francisco hasta la reina de Inglaterra. No supo (no quiso) resolver el problema de una sola palabra, como él mismo lo aceptó en el Congreso, con esa farmacéutica, palabra que se había incorporado a la ley de inmunidad para todos los proveedores de vacunas. Pfizer aseguró que no pidió en la Argentina nada que no haya pedido en los otros países. Fue el mismo ministro que reservó para su ministerio el 10 por ciento de cada remesa de la vacuna rusa que recibía el país. Es cierto que el Ministerio de Salud tiene personal sanitario y controla algunos hospitales, como el Posadas, el Garrahan y otros del interior del país, pero las noticias del viernes permiten sospechar que había un porcentaje especial para los privilegiados del poder.

Hay algo de país estrafalario (berreta, diría Carlos Melconían) en todo lo que se supo en las últimas 48 horas. La noticia de que había un vacunatorio vip en el Ministerio de Salud se conoció por el relato público que hizo el periodista Horacio Verbitsky sobre su propia inmunización en dependencias del entonces ministro González García. El exministro culpó a una confusión de su secretaria para zafar del desprestigio. Hay que hacer, entonces, algunas preguntas. ¿Podía la secretaria de González García convocar a la sede del ministerio a médicos del hospital Posadas y ordenar el traslado de vacunas con su consiguiente resguardo sanitario? ¿Podía ella citar a los privilegiados? Si esa secretaria podía hacer todo eso, entonces la ministra de Salud era ella y no González García. Otras preguntas refieren a la vacunación en sí misma. Los vacunados deben esperar media hora para que los médicos comprueben que no hay una reacción alérgica. ¿Había en el Ministerio de Salud médicos, tecnología y medicamentos necesarios para gestionar una eventual reacción alérgica de los vacunados o todo quedaba en manos de Dios? ¿Esas vacunas se anotaron en una hoja de papel o se llevaron al registro computarizado de las inmunizaciones? Hasta la tarde del viernes, ninguno de los vacunados en la sala VIP del doctor Ginés figuraban en el censo oficial de inmunizaciones. ¿Acaso los anotaban en un papel para luego, con el paso del tiempo, llevarlos al registro oficial? Melconian tiene razón.

La otra pregunta que debe hacerse es si realmente el Presidente desconocía la existencia del método en el que solo se admitía a los privilegiados. Ahí se vacunaron dos amigos suyos: el diputado Eduardo Valdés, que pasa gran parte del día en el vecindario del despacho presidencial o en el propio despacho, y el senador Jorge Taiana, que tiene una vieja relación personal con Alberto Fernández. ¿Ninguno consideró que había cometido una anomalía, un acto ilegal? ¿Ninguno le comentó al Presidente que se había vacunado en una sala especial del Ministerio de Salud? ¿O todos creyeron que un manto de impunidad los cubría porque pertenecen a una estirpe de intocables en la política argentina? Si el Presidente no sabía lo que sucedía en el Ministerio de Salud con tantos amigos políticos beneficiados por ese sistema, entonces tiene un problema tan grande como la eventual complicidad. Ignora (o le esconden) cuestiones elementales de su administración. Si no supo nada, debería cambiar su agenda de amigos.

Valdés mintió, además, cuando dijo que debía viajar a México con la comitiva presidencial y que México exigía el certificado de vacunación para ingresar. Ningún país en el mundo exige ahora ese certificado. Lo harán muchos países seguramente, pero será más adelante, cuando la vacuna sea accesible para todos. Valdés fue descabalgado de la comitiva presidencial. Un precio político tenía que pagar. Algo es algo. El Gobierno tiene, por lo demás, la obligación política y moral de difundir la lista completa de los vacunados con privilegios especiales. Conocer solo los nombres de algunos puede resultar injusto.

Carla Vizzotti, la nueva ministra de Salud, es cercana a Cristina Kirchner. Fue ella la que adoptó como propia la vacuna rusa y entonces se hizo amiga de la expresidenta. Pero como viceministra del doctor Ginés tenía bajo su área el control del proceso de vacunación. ¿Tampoco ella sabía nada de lo que ocurría con las vacunas vip en dependencias del ministerio del que era segunda jefa? ¿Es tan chapucera la operación sanitaria de vacunación? Vizzotti tropezó con la furia de González García cuando ella tomó el mando de la negociación con los rusos por la vacuna. El exministro es amigo personal del padre de Vizzotti, pero la interna y los intereses pesaron más en su estado de ánimo. Ella manoteó un territorio propio de su exjefe. González García no delegó nunca la negociación con los laboratorios, sean occidentales u orientales, rusos o norteamericanos.

Con todo, Vizzotti es mejor que las opciones que había: eran el ministro o el viceministro de Salud bonaerenses, Daniel Gollan o Nicolás Kreplak, dos talibanes del cristinismo. El vacunatorio vip terminó con la carrera política de González García. Es lo de menos. También arruinó un discurso y un mito, falsos y cínicos.

Fuente: La Nación

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