Campañas sucias y deterioro de la democracia
En Brasil la justicia declaró inocente a Lula Da Silva, al anular una condena cuestionada. El ex juez Sergio Moro manejó el juicio de manera irregular, acusó a Lula de que una empresa pensaba regalarle un departamento que apenas conoció y lo condenó en forma exprés, con claros fines políticos. Ahora Lula podrá ser candidato presidencial de un PT que se ha venido a menos en los últimos años.
El desastroso manejo de la pandemia por parte de Jair Bolsonaro, ha convertido a Brasil en un peligro para el mundo, con más de dos mil muertos diarios.
Su visión mágica de la vida se funda en el pensamiento de su poderoso asesor, el filósofo y astrólogo Olavo de Carvalho, que cree en teorías conspirativas pintorescas. Bolsonaro, sin embargo, mantiene una popularidad importante y probablemente buscará la reelección.
No solo tendrá que enfrentar a Lula, sino probablemente al presentador de televisión Luciano Huck, una de las personas más populares del país.
Su programa “Caldeirão do Huck” se emite los sábados en la cadena O Globo, con una audiencia promedio de 3,5 millones de televidentes. Su perfil es semejante al del presidente de Ucrania, Volodomyr Zelesky, que dio la sorpresa en las últimas elecciones de su país cuando sacó 75% de los votos. Huck, con más de 18 millones de seguidores en Instagram, 13 millones en Twitter y 18 millones en Facebook, tiene el perfil del candidato exitoso de esta época.
Por su parte el PSDB del ex presidente Fernando Henrique Cardoso podría candidatear al gobernador de Sao Paulo, João Doria, político interesante que ha tenido problemas al frente del estado más afectado por el COVID.
Perú. En Perú, el proceso de descomposición política se agrava. Según una encuesta difundida recientemente, 21% de los electores rechaza a los 19 candidatos y 16% quiere votar en blanco. A un mes de que se celebren las elecciones, ninguno de los candidatos ha logrado conseguir el favor de un porcentaje importante de peruanos. El ambiente general es de despecho y falta de esperanzas.
En una campaña sucia, llena de acusaciones y agresiones personales, Yonhy Lescano, de Acción Popular, encabeza los sondeos con apenas un 13%. Empatan en segundo lugar George Forsyth, Rafael López y Keiko Fujimori con 7%. La candidata de izquierda Verónika tiene un empate técnico con el 6%.
Forsyth, ex arquero del Alianza Lima, encabezó las encuestas durante un buen tiempo con porcentajes modestos, pero se ha deteriorado. Su imagen novedosa no fue suficiente para transmitir el mensaje de que estaba en posibilidades de solucionar los problemas del país.
López es el candidato del ex alcalde de Lima Luis Castañeda, investigado por sobornos eventualmente recibidos de las constructoras brasileñas Odebrecht y OAS. Keiko se lanza por tercera vez a la presidencia, está estacionada desde hace rato en el 7% y tiene enorme rechazo: el 62% dice que nunca la votaría. La situación es insólita. A pocas semanas de que termine la elección, nadie aparece con un liderazgo sólido, puede pasar cualquier cosa.
La política peruana está hundida en un pozo de negativismo, cataratas de denuncias de todos contra todos, que provoca escepticismo y rechazo en la población. Desde el gobierno de Fujimori, que venció a Sendero Luminoso, la guerrilla más sanguinaria de América Latina, y detuvo una hiperinflación descomunal, casi todos los ex presidentes están presos o enjuiciados, con la excepción de Alan García, que se suicidó.
Varios candidatos han adoptado posiciones ultraconservadoras porque los tímidos avances en asuntos de género provocaron temor y reacciones. En medio del desconsuelo, la gente se aferra a viejas supersticiones. Al descalabro político que caracterizaba al país, se unieron los efectos de la pandemia que ha matado a cerca de 50.000 peruanos y la crisis de la economía, que cayó 11% en 2020.Los resultados son imprevisibles, cualquiera puede pasar a la segunda vuelta, es posible que lo haga con un porcentaje que ronde el 10%. Lo que está claro es que ninguno de los candidatos logró comunicar confianza a los peruanos y que su magro apoyo anuncia una época de difícil gobernabilidad.
Negativismo. Como en otros países de la región, en Perú se ha impuesto una política negativa que ha convencido a la población de que todos sus dirigentes son corruptos. En vez de estudiar oportunidades y soluciones a los problemas que sufrirán nuestros países por la tercera revolución industrial, muchos políticos se dedican a atacarse entre sí. Los servicios de inteligencia en muchos casos, en vez de combatir el flagelo del narcotráfico y el crimen internacional, se dedican a recoger chismes sobre los adversarios.
Habría que declarar de lectura obligatoria para los políticos algunos textos sobre el futuro inmediato, entre los cuales deberían estar los de Andrés Oppenheimer ¡Crear o morir!: La esperanza de Latinoamérica y las cinco claves de la innovación y ¡Sálvese quien pueda!: El futuro del trabajo en la era de la automatización. Esos son los problemas reales de esta época.
Los antiguos decían, al comentar las pintadas con insultos, que “la pared y la muralla son papel de la canalla”. Ahora no se pinta basura en las paredes, de alguna manera la red, que tiene tantos usos positivos, es también una muralla gigantesca para que los acomplejados satisfagan sus bajos instintos atacando a los demás.
Hace algunos años, dos profesores, Shanto Iyengar de Stanford y Stephen Ansolabehere de Harvard, publicaron “Going negative: How Political Ads Shrink and Polarize the Electorate”, texto que inició una serie de investigaciones que demostraron que la política sucia, además de afectar mínimamente a un candidato, en realidad hace daño a la democracia.
Pensamiento de grupo. El pensamiento sectario que fomenta este tipo de política se refuerza con el fenómeno del “pensamiento de grupo” estudiado por el psicólogo Irving Janis, profesor de Yale, en su texto “Groupthink: Psychological Studies of Policy Decisions and Fiascoes”, que describe cómo los grupos cerrados que rodean a los políticos llegan a tomar decisiones erradas.
Gracias al pensamiento de grupo, los miembros de un gobierno, o los que dirigen una campaña electoral, someten su opinión a lo que suponen que es el consenso del grupo. Se ponen de acuerdo muchas veces en realizar una acción que, individualmente, cada de sus miembros considera errada, pero que, a pesar de eso, suponen que es del agrado del conjunto.
Janis define al groupthinking como “un modo de pensamiento que adoptan las personas cuando están profundamente involucradas en un grupo cohesivo, cuando los esfuerzos de los miembros por la unanimidad hacen caso omiso de su motivación para valorar con objetividad cursos de acción alternativos”. Janis se inspiró para acuñar el término “groupthink” en el vocablo negativo “doublethink”, del lenguaje creado por George Orwell en su novela distópica “1984”, que trataba de recalcar los efectos perjudiciales de esta actitud en la eficiencia mental y la evaluación de la realidad.
El pensamiento de grupo suele instalarse en comités y organizaciones cuando se cumplen algunas condiciones: aislamiento y alta cohesión del grupo, instrucciones provenientes de un liderazgo vertical, inexistencia de normas que exijan contrastar las creencias con la realidad, homogeneidad ideológica y de extracción social de los miembros, niveles importantes de estrés por el tipo de actividad, amenazas de fuerzas externas agudizadas cuando hay pocas esperanzas en una solución mejor a la ofrecida por los líderes.
Janis enumeró los síntomas que permiten detectar que se ha producido un pensamiento de grupo: la creencia incuestionable en la moralidad del propio grupo, la racionalización colectiva de las decisiones, un estereotipo compartido por los miembros que demoniza a los oponentes, una autocensura que impide que los miembros puedan mantener posiciones críticas la ilusión de unanimidad.
Esta actitud es frecuente en grupos de gobierno y entre quienes manejan una campaña electoral que tratan de mantener identidades fuertes, tanto por una necesidad sicológica, como por el temor a que personas ajenas al grupo invadan su metro cuadrado.
El fanatismo ideológico, la homogeneidad de los participantes, la idea de que se defienden verdades universales y eternas refuerzan esta actitud sectaria, que se refuerza ahora por la influencia de algoritmos que manejan nuestra relación con las redes y nos llevan a relacionarnos con personas que mantienen puntos de vista semejantes.
Lo mejor para evitar los errores que vienen del pensamiento de grupo es contar con equipos de personas que sean diferentes. Si todos son de la misma ciudad, del mismo circulo social, comparten sus diversiones en los tiempos libres, se refuerza el pensamiento de grupo. Es muy importante saber escuchar y respetar a quienes no están de acuerdo con las ideas generalizadas o con las imposiciones del líder.
Los grupos cerrados son egocéntricos, creen que el mundo gira en torno a ellos, son brutales con los opositores, terminan tomando el Capitolio porque suponen que hay una conspiración universal en contra del bien. En la campaña se dedican a averiguar pequeñas miserias que difunden gracias a la gran muralla de la red, en vez de pensar en los problemas de la gente.
En el otro extremo está un concepto al que hemos aludido reiteradamente en esta columna: el de alteridad, actitud de respeto por el distinto, justamente porque es distinto, de comprender sus razones. Para aplicarlo se necesita que los dirigentes tengan grandeza, que traten de hacer algo más que disfrutar del poder.
El concepto fue acuñado por Emanuel Levinas, un pensador judío que pasó la Segunda Guerra mundial en campos de concentración, pero produjo un pensamiento superador de esa horrorosa experiencia vivida. Justamente, el próximo jueves, el rabino Fichel Szlajen, que realiza una importante labor con Amia Cultura, dará un seminario sobre Levinas y la alteridad, muy recomendable en épocas en que la superficialidad y el maniqueísmo fracturan a nuestro país.
Fuente: Perfil.com
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