Fanatismo y quema de libros
Escrachar al presidente de la Nación, o a personalidades de cualquier orden, es una expresión cobarde, de la anomia que está destruyendo a la democracia. El fenómeno no es nuevo. Lo hicieron esta semana con Alberto Fernandez, con el ex ministro de salud Ginés González García.
Durante el gobierno anterior hubo quienes atacaron al Presidente, a la Gobernadora de la provincia de Buenos Aires y a ex funcionarios del gobierno kirchnerista a los que hostilizaron en aviones y otros lugares públicos.
Sufrí la agresión de tres señoras que me confundieron con Carlos Zannini en el Patio Bulrich. Cuando me identificaron se disculparon y se deshicieron en elogios, pero les expliqué que no creía en discriminaciones. Si las hubiera visto atacando a Zannini, lo habría defendido.
Siempre rechacé el primitivismo. En esto, como en otros temas, algunos mantienen una doble moral: si atacan a una autoridad a la que apoyan se indignan, cuando lo hacen con un adversario tratan de comprender a los agresores porque “alguna razón tendrán”. El linchamiento es una forma tribal de hacer política que debemos condenar, porque atenta contra la convivencia civilizada y debilita la democracia.
Biblioclastia. La biblioclastia o destrucción de libros es una tara alentada por líderes totalitarios de todos los tiempos. En varias culturas mesoamericanas el soberano tenía el título de Huey Tlatoani, “dueño de la palabra”. Acamapichtli, primer huey tlatoani azteca, quiso que la historia empezara con su gobierno y mandó a quemar todos los textos que se habían escrito hasta ese momento. No podía existir nada bueno anterior a su reinado.
Pasó algo semejante con el primer emperador chino Qin Shi Huang, famoso por su tumba custodiada por guerreros de terracota y que, obsesionado por la inmortalidad, murió envenenado cuando quiso ingerir mercurio como le habían aconsejado sus científicos. Al asumir el poder pretendió que la historia del universo se iniciara en esa fecha. Hizo quemar todos los libros que encontró y enterró hasta el cuello a 460 intelectuales destacados del reino para decapitarlos. Ningún estudio ha encontrado rastros de Acamapichtli o Qin cuando nació el universo hace cerca de 1.400 millones de años. No es probable que se haya producido para rendirles tributo.
En Grecia y Roma los autócratas temían a los libros y a los pensadores cuando eran independientes del poder. Quemaron la obra de Protágoras, obligaron a suicidarse a Sócrates y a Séneca. Siglos después quemaron la biblioteca de Alejandría, la de Pérgamo, y Savonarola lanzó a la “hoguera de las vanidades” muchos textos de autores importantes. Terminó alimentando las llamas en la Piazza della Signoria cuando su poder fastidió a la Iglesia y a los Medici. Los fanáticos también son biodegradables.
En la península de Yucatán, el obispo Diego de Landa destruyó casi todos los textos mayas porque contradecían las ideas cristianas. Sólo sobrevivieron a esa salvajada tres códices completos que dan noticia de esa cultura.
En mayo de 1933 una multitud se reunió en la Opernplatz de Berlín para quemar miles de libros que los líderes nazis consideraban “enemigos del espíritu alemán”. Muchas ciudades imitaron la iniciativa quemando la obra de Freud, Marx, Brecht, Heine, de los hermanos Mann.
Poco después empezó el asesinato masivo de judíos, gitanos y personas de otros grupos. Históricamente los tiranos empiezan quemando libros y después matan disidentes. Heinrich Heine, uno de los autores perseguido en la Alemania de 1933, dijo: “donde se queman libros, se termina quemando personas”.
Martin Heidegger dedicó su obra “Ser y tiempo” a su mentor, con la frase “A Edmund Husserl en señal de veneración y de amistad”. Nombrado por los nazis Rector de la Universidad de Friburgo, suprimió la dedicatoria a partir de la quinta edición de 1941 y expulsó de la cátedra a Husserl, acusado de ser judío.
Probablemente uno de los libros más perseguidos en el siglo XX fue el Ulises de Joyce. Es una novela desconcertante, en la que cada capítulo tiene un formato diferente y puede ser leído de manera independiente.
La moralina de la época hizo que fuera difícil imprimirla. Una de las mejores novelas de habla inglesa fue prohibida por obscena en casi todo el mundo angloparlante durante más de una década. Cuando se publicó, The Dublin Review advirtió que leer el Ulises era un pecado contra el Espíritu Santo, el único que no tiene perdón de Dios.
En 1922 la aduana norteamericana confiscó y quemó 500 ejemplares de la novela provocando un escándalo mundial y convirtiéndola en una experiencia clandestina, algo que sólo se podía leer si se compraba una copia falsa o se lograba engañar a los agentes de aduanas para introducirla de contrabando.
Treinta años mas tarde Ray Bradbury publicó Fahrenheit 451, novela que mezcla utopía y distopía, para describir a una sociedad que ha quemado casi todos los libros, y mantiene un cuerpo de bomberos al revés, para que incendien bibliotecas y los libros que encuentren, apresan a sus dueños y los acusen en los tribunales. El nombre de la novela alude a la temperatura a la que arde el papel.
Sufrimos algo semejante durante la dictadura militar argentina de los 70 con su lista de autores prohibidos. Tuvimos que quemar o esconder muchos de nuestros libros.
En el campo de la cultura se ha impuesto la intolerancia. En 2011 algunos impidieron que Mario Vargas Llosa inaugurara la feria del libro. Fue una vergüenza que el país de Julio Cortazar y Roberto Arlt discrimine a un premio Nobel porque defiende la democracia y no es populista. Escenas semejantes se repitieron en otras ferias del libro posteriores.
Macri. Mauricio Macri lanzó esta semana el libro “Primer Tiempo” y algunos libreros decidieron que no lo venderán porque no comparten sus puntos de vista. Es inverosímil que personas que trabajan en el campo de la cultura se se proclamen santos inquisidores que pueden decidir lo que se lee o no se lee en Argentina.
En una época en el que muchos países avanzan gracias al el desarrollo exponencial del pensamiento científico, en los más atrasados la magia alienta al fanatismo. Toda persona con formación académica sabe que si los científicos más importantes del mundo afirman que no son poseedores de verdades absolutas. Es poco probable que los vendedores de libros tengan mejores conocimientos.
Militantes de un totalitarismo que mezcla a Francisco Franco con Stalin, impiden la venta de la biografía de un ex presidente por el que votó hace poco más del 40% de los argentinos. Los libreros justifican su decisión diciendo que hizo mucho mal a la Argentina. Sería bueno que demuestren las bondades del anterior gobierno de Cristina Kirchner cuyo texto vendieron con tanto entusiasmo.
La persecución asegura una buena venta al libro. Nada mejor para un autor que las persecuciones tontas que suscitan la curiosidad de los ciudadanos. Hace algunos años el Eterno Perdedor de la ciudad de Buenos Aires mandó a a agentes de la SIDE para que introduzcan en las computadoras de una oficina archivos para acusarme de promover una campaña sucia.
El buen hombre se dedicó a pasear por todos los medios, blandiendo un ejemplar del “Arte de Ganar” un texto que publicamos en esos días con Santiago Nieto. Su trabajo fue exitoso para nosotros: ese fue el libro de no ficción más vendido del año. El se posicionó como el perdedor perfecto y nosotros como autores exitosos. Estuve tentado de enviarle una botella de vino para agradecerle, pero temí que reaccionara mal. Las mentes elementales carecen del sentido del humor.
Ahora, el Jefe de Gabinete es el eficiente director de ventas del libro de Macri. Con sus constantes intervenciones provoca curiosidad y consigue más lectores. Sería justo que el autor compartiera parte de sus derechos con el joven promotor publicitario.
El tomatazo en la imagen del “Maci Gato” de Sudestada es un truco publicitario berreta pero eficiente. Ayudará a las ventas. Los chicos trabajan para promover el texto.
La librería Kokoro de la ciudad de Buenos Aires hizo una convocatoria para quemar los libros de Beatriz Sarlo, después de la polémica provocada por su declaración en la Justicia en contra de Alex Kiciloff. Un episodio más de la saga del totalitarismo ignorante que combate los libros de una autora por su posición política.
Como lo denunció Luis Alberto Romero, en Argentina, incluso una herramienta moderna como Wilkipedia ha sido copada y manipulada por militantes kirchneristas sectarios, para cargar información mentirosa sobre quienes nos identificamos con la democracia liberal en el paìs.
Oscurantismo. En nuestra sociedad es frecuente que algunas personas que defienden tesis progresistas las conviertan en instrumentos totalitarios para perseguir a quienes piensan de manera independiente.
La carta contra la intolerancia y la censura publicada en Harper’s Magazine, suscrita entre otros por Noam Chomsky, Salman Rushdie, Margaret Atwood, J.K. Rowling y Francis Fukuyama, recibió el apoyo de intelectuales españoles como Fernando Savater, Adela Cortina, Mario Vargas Llosa, Carmen Posadas, Sergi Pàmies, César Antonio Molina, Óscar Tusquets y Zoe Valdés. Todos ellos son intelectuales que “que luchan no solo en Estados Unidos sino globalmente contra lacras de la sociedad como el sexismo, el racismo o el menosprecio al inmigrante”, pero al mismo tiempo están preocupados “por el uso perverso de esas causas justas para estigmatizar a personas que no son sexistas o xenófobas o, más en general, para introducir la censura, la cancelación y el rechazo del pensamiento libre, independiente, y ajeno a una corrección política intransigente”.
El oscurantismo disfrazado de progresismo impide el desarrollo de Argentina en un tiempo en que deberíamos leer todo tipo de textos para poder pensar en el futuro de nuestra sociedad.
Fuente: Perfil.com
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