Libertad de expresión: mecanismo legitimador
Si observamos el contexto político venezolano luego del fallecimiento de Hugo Chávez, evento acaecido el 5 de marzo de 2013, la principal cualidad que podemos extraer del conjunto de acontecimientos posteriores (protestas estudiantiles, desconocimiento de los resultados electorales, conflictos internos en la coalición gubernamental y llamados públicos al derrocamiento del gobierno) es la disminución o mitigación de la legitimidad del Estado Venezolano. Hablamos del Estado, y no del gobierno, a razón de la obvia atenuación del principio de separación de poderes públicos que ha caracterizado la presencia del “Chavismo” en el poder. Pese a tales condiciones, se ha hecho evidente, para los diferentes actores políticos, la necesidad de emprender reformas que recuperen la confianza de los ciudadanos en la institucionalidad y en la autoridad pública ante la amenaza de una escalada de violencia de impredecibles resultados.
Este contexto no es fortuito o casual, al contrario, es producto de una sistemática conflictividad entre el ex presidente Chávez y los medios de comunicación privados (estos acusados de propagandistas al servicio de la oposición política y el imperialismo norteamericano) lo cual configuró limitaciones concretas a la libertad de expresión. De hecho, en vida, el ex mandatario logró cerrar 50 emisoras de radio y la planta televisiva más importante del país (RCTV) haciendo uso de procedimientos administrativos conducidos por CONATEL y la aprobación de la polémica ley RESORTE. Tales iniciativas condujeron a la coalición gubernamental a acuñar una expresión que definía su autocrática política mediática: “Hegemonía Comunicacional”.
Sin embargo, una vez que el “Gran Polo Patriótico” logró el cierre de los medios con línea editorial independiente y la autocensura de quienes permanecieron abiertos, se ha manifestado un cerco comunicacional que invisibiliza la protesta ciudadana y hasta a las razonables criticas al funcionamiento deficiente de la administración pública proveniente de personalidades que militan o militaron en organizaciones afines al oficialismo. Es aquí cuando podemos observar la relación causa – efecto entre las limitaciones a la libertad de expresión y la declinante legitimidad del Estado Venezolano que tiene, como punto de inflexión, los fuertes enfrentamientos callejeros entre manifestantes y los cuerpos represivos desde principios de 2014.
Es necesario reconocer y entender la importancia de la libertad de expresión en relación con la democracia moderna, en ese sentido, cobra relevancia la advertencia del constitucionalista argentino Gregorio Badeni:
La libertad de expresión, integra la categoría de las libertades estratégicas que permiten preservar a las restantes libertades. Si a las personas se les niega el acceso a la información y se las priva de las posibilidades de influir y recibir la influencia de las opiniones de otros, la expresión de sus ideas no será libre, y sin libertad de expresión no puede haber decisión democrática. Aunque se celebren elecciones y plebiscitos, ellas no serán reflejo de una autentica voluntad colectiva si no hay libertad de expresión que les permita, a los ciudadanos, conocer el problema para cuya solución son convocados. De ahí la importancia estratégica de la libertad de prensa ya que, sin ella, no hay libertad política y tampoco igualdad política, en la medida que esa potestad le será reconocida a quienes tienen cierto tipo de pensamiento y negada u obstruida a quienes no comparten esa forma de pensar, con el pretexto de que vulneran derechos o normas de interés general. (Badeni, 2003:35)
Badeni intenta dar forma a un argumento que resulta poderoso: La inexistencia de la libertad de expresión conduce a la pérdida de la igualdad política y, dicho escenario, tiene como correlato la dialéctica entre los ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda discriminados a razón de su pensamiento y puntos de vista. No en vano la Declaración Universal de los Derechos Humanos otorga una protección importante a la libertad de expresión en su artículo 19° considerando que:
Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones, y el difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión. (ONU, 1948)
El mencionado dispositivo de derecho internacional dirigido a proteger la libre circulación de ideas fue ampliamente apoyado por el concierto de naciones a razón de los traumas infringidos por el surgimiento del fascismo en Europa y que habían demostrado, fácticamente, los efectos perversos del totalitarismo. Ahora bien, ¿Qué mecanismos sociológicos operan en una sociedad sometida a un extenso control de los medios de comunicación, como en el caso Venezolano, que puedan tener una influencia directa sobre la legitimidad del Estado?. A estos efectos, puede ser de mucho interés una experiencia, que aunque lejana, aleccionadora: la Unión de Republicas Socialistas Soviéticas (URSS).
El profesor chileno Carlos Miranda, filósofo y reconocido sovietólogo latinoamericano, hace dos acotaciones sumamente útiles para comprender los efectos de la censura oficial sobre la confianza ciudadana en la autoridad pública. La primera de ellas es la paradójica consecuencia de confundir Estado y Gobierno: la eventualidad de crisis sistémicas. En palabras de Carlos Miranda, en relación a la desintegración de la URSS, nos muestra que:
La crisis fue multifacética, ya que se manifestó en las esferas económica, social, política, cultural, étnica, moral, con el agravante de que las dificultades en un área mostraron una tendencia perversa a repercutir en las demás, retroalimentándolas y profundizándolas. Y es que además, y quizás principalmente, fue una crisis ideológica, que en cuanto tal, y por tratarse de una ideología totalitaria (en el sentido de involucrar todos los ámbitos de la sociedad), afectó los cimientos del sistema, de modo que cuando éstos comenzaron a ser carcomidos por la pérdida colectiva de fe en el modelo que la ideología proponía, todo el edificio tambaleó y terminó desplomándose. Irónicamente, la misma característica totalizante de la ideología que durante decenios había mostrado su eficacia para integrar todos los aspectos de la sociedad bajo su omnímodo dominio, en el momento de su quiebre provocaba la completa desintegración del sistema. (Carlos Miranda, 1992) [Negritas Nuestras]
En efecto, una ideología totalitaria, al momento de su auge, proporciona un efecto comunicativo unificante sobre la población que contribuye, de forma determinante, en mostrar la acción del Estado como coherente, eficaz y avasallante pero, lógicamente, al hacerse cada vez más evidente la contradicción entre ideología y realidad tal efecto desaparece y es cuando la censura se convierte en la última barrera de defensa del Estado ante ciudadanos declinantes en su credulidad. Cuando la censura a la libre expresión se hace presente en una sociedad, los ciudadanos sólo puede acceder a los datos que el mismo Estado manipula sobre su propia operación, es decir, de manera sostenida la experiencia informativa de los ciudadanos se ve, forjada y forzadamente, a la recepción de mensajes que exclusivamente dan cuenta de los “éxitos”, “victorias” y “logros” de la actual administración. Asimismo, comienza una operación mental inquietante: el surgimiento de la brecha información / percepción. La segunda acotación del profesor Miranda, en referencia a la desintegración de la URSS, es tal vez la más perturbadora:
Esta anómala situación era, en no desdeñable medida, una consecuencia indeseada de la persistente actitud de los dirigentes de mantener el fervor ideológico de la población mediante la presentación de una visión inexistente de la realidad, ocultando las dificultades o renovando una y otra vez la promesa de solucionarlas. Pero si bien esa táctica pudo ser útil durante muchos años, terminó provocando una irreparable pérdida de credibilidad en la palabra oficial. La brecha entre la ideología y la realidad, entre las proclamas y los hechos, fue haciéndose progresivamente ostensible, lo que tuvo como consecuencia que la ideología fuera perdiendo gradualmente su influjo sobre la sociedad y terminara convirtiéndose en objeto de ironía y mofa generalizadas, allanando así el camino al descrédito de la historia y del estilo de vida soviéticos, y a la erosión de los dogmas y valores del marxismo-leninismo. (ob. Cit.) [Negritas Nuestras]
Debemos preguntarnos, con sinceridad, si estos argumentos que acabo de presentar son solo una opinión o si son consistentes con la realidad cotidiana que experimentamos a diario. Incluso aquellos ciudadanos que simpatizan con el oficialismo pueden recordar qué sucedió a Jorge Giordani, ex ministro de Hugo Chávez, cuando intentó criticar la gestión económica de Nicolás Maduro, ¿Qué hace pensar a un actual alto funcionario de gobierno que es inmune a tener la misma suerte de Giordani?. Bajo condiciones autocráticas todos estamos bajo sospecha, todos somos culpables hasta que se demuestre lo contrario, la única critica aceptable en público o en privado es la “autocritica” y es claro que ese beneficio se reserva a lo más alto del poder. No existe democracia sin libertad de prensa, sin libertad de opinión, sin derecho a expresar disconformidad o disenso.
No hay medias tintas, insistir en el pacto infame de guardar silencio, por comodidad, por beneficios personales o por miedo, nos conduce a la esclavitud. Al que tenga hambre se le silenciará diciendo que nunca antes habíamos comido mejor, al que está padeciendo salarios indignos se le silenciará diciendo que tenemos un “gobierno obrero” y que el actual salario mínimo es el mejor de nuestra historia, a los enfermos abandonados a su suerte se les silenciará con decirles que tenemos el más exitoso sistema público de salud y a ti, General, Teniente Coronel, Gobernador, Alcalde, Ministro, Contratista, Policía, Funcionario, a ti también te silenciarán, o algo peor, en el momento en que el sistema lo requiera y cuando tu menos lo esperes. La mejor apuesta es que todos, tirios y troyanos, apostemos por la restitución de la plena libertad de prensa, opinión y pensamiento, solo un régimen democrático nos salvará del silencio.
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