Las gracias de dar gracias
¿Quiere saber el secreto del éxito? Ya le digo. No es estudiar. Tampoco es tener buen olfato para los negocios. El verdadero secreto del éxito hoy en día es “ser agradecido”. Según dicen, si solo das gracias por todo lo que te sucede y rodea, te llenarás de lujos, parejas hermosas y mucho relax. Yo de hecho lo puse a prueba y les quiero contar.
El experimento comenzó cuando esperaba el ascensor para salir a hacer unas diligencias y nada que llegaba. Cuando comencé a desesperarme, porque tenía cinco minutos sin llegar, recordé: “Hay que ser agradecido”. Entonces di gracias por tener ascensor. Pudiese estar bajando escaleras todos los días y dañándome las rodillas, ¡pero no! Tengo ascensor. Además, el ascensor me permite ver gente y socializar. Y tras tanto agradecer saben qué pasó. Inmediatamente se abrió la puerta del ascensor y adentró había dos vecinos.
Me monté y dije “¡Buenos días!”. Nadie respondió. Pensé en darles un regaño a los dos, pero recordé: “Hay que ser agradecido”. Entonces di gracias por tener vecinos. Ciertamente pude haber nacido esquimal y vivir en medio del Ártico sin nada ni nadie alrededor, pero no. Al menos tenía gente que me veía mal y como sabemos: “Malos ojos son cariño”.
Cuando llegué a la entrada del edificio, abrí la puerta, salí a la calle y de inmediato pisé algo pantanoso en medio del concreto. Cuando vi: un bello presente de un perro. Me sentí tentado a mentarle la madre al perro y a su dueño, pero mi mente rápidamente disparó: “¡Hay que ser agradecido!”. Y en ese momento di gracias por haber pisado eso. Ahora me vería obligado a lavar los zapatos que hace un año no lavaba. Además de que me ayudaría a contribuir con el ciclo de la vida, pues acto seguido restregué el zapato contra un jardincito que había cerca. Así le di abono a esas plantas para que siguieran transformando el dióxido de carbono en oxígeno y gracias a eso me convertí, sin querer, en un activista anticalentamiento global.
Luego de limpiarme, seguí caminando hacia la parada de los autobuses y de repente pasó un carro a toda velocidad por un charco de agua y me bañó. No me aguanté y con toda mi rabia le grité: “¡HAY QUE SER AGRADECIDO!”. Claro, él no lo sabía, pero con esa ducha de agua empozada me estaba llenando de anticuerpos que me ahorrarían unos gastos en medicinas y hasta una consulta con el médico. ¡Gracias, carro!
En este estado, pues no me quedó más que devolverme a la casa. Caminé hacia el edificio y apenas crucé la puerta, el vigilante me gritó: “¡No te me vayas a montar en el ascensor así!”. ¡Qué fortuna! Hay que ser agradecido de contar con alguien que vela por la seguridad y el orden del edificio, ¿no? Además, ahora tendría que subir hasta mi apartamento por la escalera y quemar calorías. ¡Gracias, vigilante!
Tras subir diecisiete pisos, llegué a mi apartamento. Metí la llave en la cerradura y cuando la giré, ¡plac!… se partió. Me quedé afuera y ahora no tenía cómo entrar. ¡Gracias, llave! Hay que ser agradecido. Venía con un ritmo de estrés agotador y ahora gracias a ti, tendría un rato a solas y de paz frente a la puerta de mi apartamento. ¡Gracias!
Fue tan pacífico el momento, que me quedé dormido contra la puerta de mi apartamento. Sin embargo, de repente sentí que me despertaban. Abrí los ojos y cuál sería mi sorpresa. La vecina de al lado, la millonaria que está buenísima, quería saber qué me había pasado. Le conté lo de la llave y me dijo: “¡No, vale! Despreocúpate. Pasa la noche en mi casa y ya mañana llamamos a un cerrajero”. ¡Dios mío, gracias! ¡No sabes cuánto había esperado este momento! La vecina me prestó ropa, me bañé en su baño, me compró una pizza y me invitó a ver una película… (¡en su cuarto!).
¿Ven lo que les digo? ¡Es verdad! Hay que ser agradecido. Las cosas no son casualidad. Son causalidad. Gracias a este hermoso día, encontré el verdadero secreto del éxito. Ahora estoy rodeado de los lujos de mi vecina, viendo películas en su cama y créanme… con muuuuucho relax.
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