Organizando la campaña
Las encuestas parecen cada vez más inútiles si se las usa como herramienta para adivinar el futuro. La derrota de Morena en varias alcaldías de la Ciudad de México, la aparición de Pedro Castillo en Perú, el débil papel de los partidos de centro y de derecha en Chile, fueron detectadas por los estudios a último momento.
Cambios. Las encuestas han mejorado técnicamente desde que empezaron a aplicarse en 1930, pero la gente no es la misma. Hasta principios de 1900 pocos seres humanos conversaban con otros extraños a su lugar de nacimiento, la radio apenas se desarrollaba, no existían ni la televisión, ni la red. La vida de la gente era estática y sus actitudes, previsibles.
Según los estudios, hasta 1960 la mayoría votaba por el mismo partido toda su vida en países como Alemania y Estados Unidos. Solo había un 10% de electores que cambiaba de opinión. De esa situación pasamos a esta sociedad líquida en la que nada es previsible. Contactamos todo el tiempo con otros, recibimos miles de estímulos de todo tipo, las creencias cambian todos los días. No sabemos cuándo cambiaremos algo tan importante como nuestro celular, las creencias varían, todo es posible. En ese contexto, las encuestas y la complicada relación de la gente que está harta con ellas y les miente, abre espacios de equivocación mayores al margen de error.
Pero no es cierto que las encuestas no sirven para nada. Cientos de miles de personas murieron en el mundo por el covid y nadie propone cerrar las facultades de estadística y medicina para preparar brujos umbanda.
Las encuestas compiten mal con los magos, pero son una herramienta insustituible para analizar la realidad y ganar. No existe campaña moderna sin estudios sistemáticos que permitan actuar con estrategia.
En estos meses dialogamos con candidatos y dirigentes de varios países que se guiaban con ideas tradicionales que todos los estudios y los escrutinios han refutado de manera contundente. Los resultados de las elecciones confirman que muchos mitos han caducado. No tendría sentido que todo haya cambiado en el mundo menos la política.
El APRA fue el partido con mejor estructura en América Latina, con “casas del pueblo” hasta en las poblaciones más alejados. Era natural que algunos dirigentes crean que muchos desearían su vuelta. Algo semejante creían en Ecuador sobre los antiguos partidos, sobre la solidez de la derecha y el centro en Chile y la posible resurrección del PRI y el PAN en México. No ocurrió nada de eso.
Partidos. Si preguntamos a quienes escuchan por las calles sus iPods, teléfonos y aparatos semejantes no encontraremos a nadie que oiga la marcha peronista, la radical, la marsellesa aprista o la Internacional Comunista.
En la mayoría de nuestros países la mayoría de la gente está en contra de los partidos. Los rechaza más del 60%. Cuando preguntamos por el partido político preferido, casi todos obtienen un porcentaje menor al 3%, que es el margen de error de las encuestas. Por tanto, no existen.
Si usted quiere ser candidato por alguno de las decenas de partidos que paralizan la Ciudad de Buenos Aires durante la semana, y sus siglas no aparecen en ninguna encuesta, sepa que milita en una ficción combativa.
En todo lado hay encuestadores profesionales, otros interesados y los que mienten para ganarse unos pesos o satisfacer delirios ideológicos. Si quiere hacer una campaña exitosa, cuente con gente seria que le proporcione información objetiva sobre la situación. Mejor si no son militantes de su partido, empleados o parientes.
La lucha política se asemeja a la guerra. En ambos casos son vitales la inteligencia y la estrategia.
Solo las investigaciones pueden decir cuál es la situación objetiva en que se desarrolla la campaña. Es necesario saber la verdad. Políticos arcaicos y novatos se fascinan con adulones que dibujan números para entusiasmarles.
Nosotros, cuando los datos son malos y no se ven posibilidades de cambiar la situación, sugerimos al potencial candidato que se retire. Lo hemos hecho siempre, y también en varios países en estos meses. Quienes piden el estudio a veces se enojan, pero cuando llega el escrutinio quedan agradecidos. Entienden que evitaron perder dinero y prestigio.
Nos gustan las propuestas difíciles y colaborar para que los candidatos consigan metas que parecen imposibles, pero no estafar y perder el tiempo.
Nicolás Narváez. Para conocer la información básica que buscamos con los estudios hablemos del político más estudiado de América Latina, Nicolás Narváez. Lo encuestamos por primera vez en las elecciones ecuatorianas de 1990, después hemos preguntado por él en Ecuador, México, Argentina, Paraguay, Brasil, y cinco países más. En 2009 tuvimos que cambiar su apellido en Argentina, porque competía en la provincia de Buenos Aires un candidato homónimo que podía confundir a los encuestados.
Nicolás no existe, es un personaje imaginario que nos ayuda a interpretar las encuestas. Sirve para saber qué porcentaje de encuestados miente y es un indicador del miedo o el malhumor que existe en una sociedad. Los números de Nicolás mejoran si la gente está asustada o enojada con los políticos. Las mejores cifras, 31% de conocimiento, las tuvo en Nicaragua en las elecciones que ganó Violeta Chamorro. En ese entonces, casi todas las encuestas fracasaron por el miedo que metieron los sandinistas en la población.
En las últimas elecciones presidenciales ecuatorianas y peruanas hubo treinta candidatos. Veinte de ellos compitieron ajustadamente con Nicolás. En realidad, no todos eran irrelevantes, algunos eran personas valiosas, tenían un buen currículum, habían estado en la televisión por años, y ocuparon cargos importantes. A pesar de eso, simplemente no llamaron la atención de la población.
Varios de los eventuales candidatos argentinos para las elecciones de este año y algunos presidenciables están en la misma situación: los conocen los periodistas, pero en el conjunto de la población compiten con Nicolás. Normalmente bajan el rating de los programas a los que asisten.
Tiene poco peso alguien que se ha dedicado a la política durante décadas, ha figurado y termina con. Una imagen como la de Nicolás. Esto suele pasar con los “peregrinos de la democracia” que van de partido en partido, de grupo en grupo buscando cargos. Al final la gente no sabe en dónde están, ni lo que hacen.
Conocimiento e imagen. El desconocimiento puede ser útil si el candidato es nuevo. Será un caballo blanco que la primera vez competirá sin manchas. Podrá proyectar la imagen que aconseje la estrategia, y tal vez dar una sorpresa si es original,
llama la atención, y expresa afectos y desafectos de los electores. Fue el caso de De Narváez en la provincia en 2009 y Marina Silva en Brasil en 2010. Pasaron de competir con Nicolás a ser figuras de primer nivel en sus países.
Si el candidato es muy conocido y tiene mala imagen, es difícil ganar. Sin embargo, en esto también han cambiado las cosas. En la facultad se dijo siempre que, para ganar, un candidato debía tener el doble de opiniones positivas que negativas. Actualmente la mayoría de los que ganan tiene mala imagen. Suelen pedir el voto alegando que el otro es peor. Hilary y Trump en 2017, Biden y Trump en 2020, Macri y Fernández en Argentina, Arce y Mesa en Bolivia, Lasso y Arauz en Ecuador, Fujimori y Castillo en Perú, tuvieron imágenes negativas y pasaron a la segunda vuelta.
La mala imagen de los líderes se generalizó por la crisis de la democracia representativa. Por eso la frecuencia de las protestas y la ingobernabilidad. Colabora con esto la mala imagen de los congresos, los partidos, los sindicatos, las organizaciones empresariales, los medios de comunicación, la Justicia y la mayoría de las instituciones.
Vivimos un momento grave en que es necesario investigar, reflexionar, dialogar, elaborar estrategias y superar una política que se dedica a veces solo al boato, a perseguir a opositores y dirigentes populares.
Existe una discusión sobre las motivaciones del voto de los electores y los mejores instrumentos para comunicarse con ellos. En estos años han avanzado mucho las ciencias del comportamiento humano y han perdido terreno las interpretaciones pavlovianas de las elecciones. No es cierto que la gente reacciona mecánicamente frente a estímulos primarios. No es cuestión de gritarle “vacuna” o “más subsidio” y vota.
Un autor que ha escrito textos inteligentes al respecto es Malcolm Gladwell, que dice que hay que “lograr que las personas tomen en serio la psicología humana y respeten la complejidad del comportamiento y las motivaciones humanas”.
Gladwell, redactor de The New Yorker durante veinte años, escribió más de una docena de libros sobre el comportamiento humano y la complejidad que tienen nuestros procesos de toma de decisión. Cinco de ellos fueron declarados best sellers por el New York Times.
Sus principales temas son las causas neurológicas de los delitos violentos, la evolución del perfil criminal, la invención de la píldora anticonceptiva y la psicología que se está detrás del fanatismo religioso. Los libros más famosos son David y Goliat, The Tipping Point, Blink. Gladwell parte de una perspectiva que supera los paradigmas de la historia, la ciencia política y la psicología, pensando los problemas desde una visión holística, propia de la sociedad posmoderna.
Su texto “Small Change, why the revolution will not be tweeted” provocó una rica discusión acerca del uso y abuso de la red en las campañas electorales. Hay elementos que pueden ser usados cuando se cuenta con una buena estrategia, pero no pueden reemplazar a la política. La banalización puede llevar a que sus protagonistas se conviertan en payasos y no en buenos comunicadores. Ya pasó con un candidato ecuatoriano que no llegó al 1%.
Fuente: Perfil
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