Una sociedad golpeada por la política

La política juega su partido en un estadio sin espectadores. Sola. Algunos jugadores no saben ni siquiera contra quién juegan o por qué juegan. El grupo más numeroso de argentinos no sabe todavía por quién votará en las primarias dentro de 40 días o si es que votará. Ese mayoritario sector social lo integran también quienes miran con decepción y escepticismo a toda la política, oficialista u opositora, vieja o nueva. Ese es el resultado casi unánime de las encuestas más serias del país. El temor es la única presencia en grandes núcleos de la sociedad argentina. Miedo al errático decurso de la economía, a la inflación que destruye los aumentos salariales antes de que lleguen los aumentos y a la peripecia de la pandemia. El temor a las desventuras económicas se junta con el temor a la enfermedad y la muerte. Ese es el estado de ánimo que precede a las elecciones. La política debería prepararse para tropezar con el “voto emocional”, como lo calificó el analista Guillermo Oliveto. Un voto impredecible, que no respeta las categorías históricas de la política.

Las mediciones son muy distintas de las que fueron en 2013 y 2017, los últimos comicios legislativos de mitad de mandato. A estas alturas, en aquellos años, ya muchos argentinos habían decidido su voto y casi todos confirmaban que irían a votar. Ahora viene de tres decepciones: la de Cristina Kirchner, la de los últimos dos años de Mauricio Macri y la de Alberto Fernández. La evolución de la pandemia puso en riesgo a todos, pero construyó una realidad muy contrastante. Los argentinos salieron de la dura y estricta cuarentena del año pasado y se encontraron con precios desorbitados para las cosas más necesarias. Desorbitados para la capacidad de consumo de la mayoría social. La clase alta teme perder lo que tiene por las erradas decisiones económicas o por los ambiguos anuncios de discursos extremadamente ideologizados. La clase media le tiene miedo al descenso social y solo aspira a sacar a sus hijos del país. La clase media baja es la más desprotegida: perdieron valor sus ingresos y no está subsidiada, salvo por los subsidios generales, como el congelamiento de tarifas. La clase baja, cada vez más numerosa, depende de la ayuda del Estado para poder comer, si es que puede comer. Por eso, los asuntos económicos (inflación, estabilidad laboral, falta de oferta de trabajo) son temas que preocupan más a la sociedad que el coronavirus, según esas mediciones de opinión púbica.

Esos claros síntomas de depresión social se respaldan en algunos datos concretos. El salario real actual es el más bajo desde 2004. Los argentinos tienen los mismos ingresos que hace 17 años, cuando el país iniciaba la salida de la gran crisis de principios de siglo. Ahora hay 50 mil empresas menos que en 2011. Cada empresa que cerró significa cientos o miles de puestos de trabajo que se perdieron. La cantidad de empleo es la misma que en 2010. Han pasado más de diez años y millones de argentinos debieron incorporarse al mercado laboral. No lo hicieron. Esto explica en gran medida el inédito éxodo de argentinos que se van o se quieren ir del país. Entre empleados privados, formales y autónomos, hay ahora 8.300.000 argentinos. En 2011 había 8.100.000. A pesar de la estricta cuarentena, la pandemia dejó hasta ahora más de 100 mil muertos, pero también a 2 millones de argentinos que buscan trabajo y no lo encuentran. Varios analistas de la sociedad consideran que este momento es peor que el de la crisis de 2001/2002, porque a la crisis económica y social se le sumó ahora la vasta e interminable crisis sanitaria.

Si los economistas y los encuestadores son escépticos, los científicos no son más optimistas. Algunos científicos aseguran que se avecina una “tempestad” de coronavirus en el país con la llegada de la variante delta, que está haciendo estragos en el mundo, y con tan pocos argentinos vacunados con las dos dosis. El plan de vacunación del Gobierno fracasó cuando se abrazó a la vacuna rusa Sputnik V. Hay que llamar a las cosas por su nombre. Un fracaso es un fracaso. Hay seis millones de argentinos que pertenecen a los grupos de riesgo (con más de 60 años o con menos de esa edad pero con enfermedades prevalentes) que no tienen aún la segunda dosis. Es el grupo que se vacunó primero y que, por lo tanto, recibió la vacuna Sputnik, inmunizante cuya llegada el Gobierno anunció como si hubiera conquistado el espacio. Despreciaba, al mismo tiempo, los contratos con los laboratorios norteamericanos. La segunda dosis de la Sputnik encalló de tal manera que los propios rusos dicen ahora que para la segunda dosis podría usarse la anglo-sueca AstraZeneca, que tampoco llega en tiempo y forma al país. Adiós, entonces, a la segunda dosis de la Sputnik. Semejante cantidad de argentinos en riesgo con una sola dosis, cuando está cerca la variante más peligrosa del coronavirus, es muy parecido a jugar con fuego en medio de la hierba seca.

Las conclusiones científicas indican que la variante delta es inmune hasta para las vacunas más renombradas cuando solo se inoculó una sola dosis. Las vacunas Pfizer o AstraZeneca, por ejemplo, reducen su efectividad a un 30 por ciento con una sola dosis, cuando superan el 90 o el 95 por ciento con las dos dosis. Informes científicos no son concluyentes sobre si esa variante es más letal que las anteriores, pero es, sin duda, más contagiosa. Los infectados tienen una enorme carga viral en las fosas nasales y en la garganta, como no se vio antes, que permite un contagio inmediato a cualquier persona cercana. La capacidad de contagio de la nueva ola conmueve a países con sociedades mayoritariamente vacunadas con las dos dosis. ¿Qué le espera, entonces, a un país como la Argentina, donde la inmensa mayoría no accede a la segunda dosis?

El prestigioso infectólogo Roberto Debbag señaló que el Gobierno debería informar en los próximos días, no más allá de la semana que se inicia, qué vacuna (o qué vacunas) será una buena segunda dosis de la Sputnik. “Las personas de riesgo no pueden esperar más ante el ingreso al país de la variante delta”, dijo. La carta al gobierno ruso de la asesora presidencial Cecilia Nicolini es, más allá de las concesiones y las adhesiones ideológicas, la mejor prueba de que la opción con los rusos terminó en un fracaso. Esa carta es el testimonio de una derrota. Un gobierno latinoamericano, el de Guatemala, acaba de romper todos los compromisos con la vacuna Sputnik por las mismas razones que motivó la carta de Nicolini. Compró ocho millones de dosis, las pagó y recibió solo 300 mil.

Aquí y ahora, ¿cuál será la vacuna que servirá de segunda dosis de la Sputnik en la Argentina? ¿AstraZeneca? ¿Moderna? ¿Pfizer? Las chinas son vacunas de segunda categoría. La circulación comunitaria de la variante delta ya está en Brasil y Paraguay. La Argentina tiene frontera seca con esos dos países, y la propia frontera es demasiado porosa. Si entra fácilmente la droga desde o hacia esos países, ¿por qué no entraría el virus? El Gobierno debería preocuparse solo por una vacunación masiva en las próximas semanas, dirigida sobre todo a las personas en riesgo que están con una sola dosis, asustadas e impotentes. Una nueva y masiva ola de contagios no solo aumentaría la cantidad de muertos y enfermos, sino que también volvería a cerrar la maltrecha economía.

La sociedad ve a una oposición que empezó demasiado temprano a fragmentarse. Ni Facundo Manes ni Gerardo Morales tienen derecho a someter a la gente común a tanto internismo de los opositores. Horacio Rodríguez Larreta debería dejar de lado, por ahora al menos, sus obvias ganas de ser presidente. El Gobierno hace campaña hablando de supuestos golpes de Estado en países vecinos. Golpe de Estado es una descripción que no debe usarse frívolamente. La escritora brasileña Eliana Brum señaló que la “corrosión del lenguaje” erosiona la democracia y les abre las puertas a los despótas.

Fuente: La Nación

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