El calvario de Ucrania
Con frecuencia se analiza la política como si los seres humanos no interesaran demasiado. Algunos explican el conflicto entre Rusia y Ucrania solo a partir de variables abstractas, como el control del gasoducto, intereses económicos o la lógica internacional, pero somos humanos y lo que hacemos se explica más por una mezcla de elementos culturales, creencias, experiencias históricas, y la psicología de los líderes.
No se puede comprender el problema de Ucrania sin conocer una historia en la que se han acumulado mitos, sentimientos y temores entre pueblos que, siendo parecidos, han sumado conflictos desde hace más de mil años.
En el siglo VII los jázaros fundaron un país en el Cáucaso, adoptaron la religión judía y sometieron a los pueblos eslavos del sur. Dos siglos después varegos suecos destruyeron este reino, unificaron bajo su liderazgo a las tribus eslavas y fundaron el Rus de Kiev, gobernado por la dinastía rúrika, que reinó en las Rusias hasta el tiempo del zar Iván el Terrible. El país que fundaron los vikingos conectaba el golfo de Finlandia con el mar Negro.
Los cristianos de la época creían que Dios había creado la Tierra dividiéndola con una cruz de agua cuyo componente vertical venía del Báltico por el Dniéper y continuaba por el Nilo, y el horizontal salía del estrecho de Gibraltar, seguía por el mar Negro y por otros mares que llegaban hasta el Pacífico.
El Rus de Kiev fue la Rusia original, que se dividió en tres países con cultura e idioma semejantes: Ucrania, Rusia y Bielorrusia.
Rusia tuvo siempre un problema de acceso al mar que la llevó a mantener conflictos con Finlandia y los Estados bálticos. Entre ellos fundó San Petersburgo, puerto que no puede trabajar todo el año porque se congela el mar.
En 1475 los otomanos, aliados a tártaros musulmanes, tomaron la península de Crimea en el mar Negro y la controlaron hasta 1783, cuando fue anexada a Rusia, que en 1864 se enfrentó a británicos, franceses y otomanos para mantener su control. Crimea fue por muchos años una provincia rusa habitada por tártaros, y se incorporó en esa calidad a la Unión Soviética en 1921.
En la URSS, después de un breve período revolucionario dirigido por Lenin, se instaló un régimen dirigido por Stalin, un georgiano que pretendió colonizar con rusos varios países que conformaban la Unión Soviética. Esa es la raíz del actual conflicto.
Stalin implementó en 1928 el primer plan quinquenal para desarrollar la industria pesada soviética, tratando de cambiar el modelo económico de un país que vivía de la agricultura. Para eso, lanzó un proceso de reforma agraria, que expropió la tierra de los campesinos para formar granjas colectivas, provocando un rechazo masivo de los habitantes del campo, que se negaron a enviar alimentos a las ciudades. El resultado fue una masacre en la que murieron 12 millones de soviéticos.
Los horrores del plan quinquenal fueron más brutales en Ucrania, donde alrededor de 3 millones de habitantes murieron de hambre entre 1932 y 1933. En su idioma, crearon la palabra “holodomor” para referirse a la muerte por hambre generalizada en este período, que atribuyeron a los rusos.
Pestes como el tifus se extendieron por el país causando una enorme mortandad, pero los rusos impidieron que los médicos enfrentaran el problema. Se han documentado casos de infanticidio, canibalismo, y la existencia de un mercado negro de carne humana.
Stalin quiso exterminar la cultura ucraniana. Prohibió el uso de su idioma, sus publicaciones, y ejecutó a más de 600 mil maestros, intelectuales y ciudadanos que lo cultivaban.
La propaganda soviética impidió que se conociera esto durante muchos años, y los propios ucranianos no pudieron hablar del tema abiertamente hasta la disolución de la URSS. No se debía criticar a la revolución.
La política excluyente de Stalin cobró más fuerza después de la Segunda Guerra Mundial. Cuando el Ejército Rojo liberó Alemania de los nazis, en Königsberg, capital de Prusia Oriental, 2,5 millones de alemanes fueron expulsados para poblar la zona con rusos y fundar Kaliningrado. Esta provincia rusa, situada al suroeste de Polonia y Lituania, desvinculada del territorio ruso, se transformó en sede de una de las principales bases navales soviéticas, y cuando se disolvió la URSS permaneció como provincia de Rusia.
En Crimea, Stalin acusó a los tártaros de colaborar con los nazis y los deportó masivamente a Uzbekistán, en una limpieza étnica conocida como Sürgünlik. Como en otros sitios, la aniquilación de los tártaros sirvió para colonizar la península. Los habitantes quedaron distribuidos de la siguiente forma: rusos 59%, ucranianos 24%, tártaros 12%.
Muerto Stalin, asumió el poder Nikita Jrushchov, que había nacido en una aldea fronteriza entre Rusia y Ucrania. Al momento de asumir el poder de la URSS era la máxima autoridad de Ucrania. En el XX Congreso del Partido Comunista, el nuevo secretario general denunció las atrocidades del estalinismo y fomentó una política de reconciliación entre Rusia y Ucrania.
En un gesto de amistad, transfirió la península de Crimea a Ucrania, a pesar de que tenía una mayoría rusa. Fue un acto simbólico: existía una URSS férreamente unida, que parecía avanzar sobre el mundo, incluso instalando misiles en Cuba.
En 1990 aconteció lo inconcebible: se disolvió la URSS y el tablero internacional se volvió caótico. Algunos países como Polonia, Hungría, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania y otros, amenazados u ocupados por los rusos, se apresuraron a ingresar en la OTAN. Quedaron conflictos por todos lados, porque la rusificación de Stalin introdujo contingentes de rusos en países que se volvieron independientes. En Kaliningrado no hubo problemas porque no dejaron prácticamente ningún alemán, en Crimea los rusos eran una clara mayoría, pero en otros países constituían minorías que reclamaban la independencia o volver a Rusia.
Era obvio que también Ucrania, cuando se proclamó república soberana en 1990, después de todo lo vivido, buscara la protección de la alianza atlántica.
Pero el reordenamiento territorial no era fácil. Crimea está poblada por una mayoría de rusos, y es la principal base militar rusa en el mar Negro. Cuando su pertenencia a Ucrania era un juego simbólico no importaba, pero al convertirse en algo real era inadmisible para Rusia. En 2014 grupos pro rusos, tomaron Crimea y convocaron a un plebiscito en el que, como era de esperarse, se aprobó su adhesión a Rusia por el 97% de los votos.
En ese mismo año en el este y el sur de Ucrania se proclamaron las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk que reclamaron integrarse a Rusia. Son en realidad regiones habitadas por rusos que llegaron en el tiempo de la URSS. No son ucranianos, no se sienten tales, están en la frontera con Rusia, cuentan con su apoyo militar. Son rusos que quieren pertenecer a Rusia.
A lo largo de la historia, Ucrania no estuvo tan ligada a Rusia como Bielorrusia. Tuvo vínculos importantes con Polonia y Lituania, tiene una Constitución democrática, celebra elecciones periódicas. En contraste, Rusia es el país totalitario de siempre. Vladimir Putin es un ex jefe de la KGB que provocó una sospechosa masacre en Chechenia para afirmarse en el poder, no respeta las instituciones, manda a asesinar a sus opositores incluso fuera del territorio ruso. Es otro Stalin, cuya memoria detestan los ucranianos y veneran los rusos.
Es natural que Ucrania quiera pertenecer a la OTAN para protegerse del peligro ruso. También lo es que los rusos que viven en Donetsk y Lugansk no quieran pertenecer a Ucrania, un país al que rechazan aunque vivan legalmente en su territorio. Desde 2014 organizaron milicias, apoyadas y también integradas de manera clandestina por tropas rusas, inicialmente para apoderarse de edificios policiales, gubernamentales y de comisarías, y después para lanzar una guerra de independencia de Ucrania.
Putin ha dicho que los rusos, por razones históricas y culturales, sienten que Ucrania es parte de Rusia y quieren anexarla a su país. Para ellos sería inadmisible que se instalen los misiles de la OTAN tan cerca de Moscú, como fue absurda, en su momento, la instalación de los cohetes soviéticos en la Cuba de 1962.
En julio de 2007 el gobierno ruso anticipó que, si estados Unidos desplegaba un escudo antimisiles en Polonia, Rusia instalaría armas nucleares en Kaliningrado, o sea en el territorio alemán ocupado.
En el tablero internacional hay líderes y gobiernos totalitarios que admiran a Putin, quisieran que Rusia ocupara Ucrania. Los chinos verían en esa invasión, si es exitosa, un antecedente interesante para tomar por la fuerza Taiwán, al que sienten parte de China, aunque los taiwaneses no comparten esa sensación. Los ayatolás de Irán, que esperan matar en cualquier momento a los judíos y cristianos de todo el mundo, tienen también una simpatía táctica con este zar de corbata. Pasa lo mismo con líderes del Tercer Mundo, como Ortega en Nicaragua, Maduro en Venezuela, Cristina Fernández en Argentina y los coroneles de Burkina Faso. Les encantaría tratar a sus adversarios con las recetas de Putin.
¿Es posible que estalle una guerra en gran escala? Desde el análisis racional sería absurdo. Los costos para Rusia serían brutales, su economía no puede afrontarlos. Europa es un continente pequeño con una diversidad cultural en el que la guerra tendría costos incalculables. Occidente ha evolucionado y los pacifistas ya no son la minoría que pudo ser perseguida el siglo pasado.
Pero los seres humanos no somos racionales. Cuando se estudia la Primera Guerra Mundial está claro que aconteció porque nadie la creía posible y como resultado de muchas equivocaciones y tonterías que condujeron a la tragedia. Lo prueba también la disparatada invasión a Irak, solo explicable por el libro de David Owen, The Hubris Syndrome: Bush, Blair and the Intoxication of Power.
Fuente: Perfil
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