El modelo colapsó
En África, a mediados de la década de los 1980, hubo reuniones en las que militantes de movimientos revolucionarios se preparaban para presenciar el colapso final del capitalismo y el triunfo de la revolución proletaria mundial. Los más entusiastas venían de la Libia de Khadafi, la Etiopía de Mengistu Hallie Mariam, el Baath que gobernaba Irak y Siria, la República Popular del Congo y Burkina Faso. Todos cantaban con entusiasmo La Lutta Continúa de Miriam Makeba, que con la Internacional Comunista parecían ser los himnos del futuro de la humanidad.
Un coronel que gobernaba Burkina Faso había pronunciado un discurso en la ONU con el que sepultó para siempre al imperialismo. Casi siempre hay en ese país un coronel revolucionario que se enriquece con el contrabando de diamantes de sangre. El discurso se celebró con entusiasmo y su país declaró una semana de fiestas para celebrar la muerte del capitalismo.
Terminadas esas reuniones volví a América, pasé por Londres y Washington, constatando que en esas capitales reaccionarias nadie sabía del discurso del coronel, ni siquiera ubicaba a su país en el mapa.
En esos años, la mayor parte de los seres humanos vivían bajo regímenes comunistas en Europa, Asia y otros lugares. En 1975 el triunfo de los vietnamitas sobre los norteamericanos en Indochina infundió entusiasmo en los revolucionarios.
Un esquema clientelar manejado por enormes empresas pobristas es inviable
En América Latina, la URSS y Cuba patrocinaban a grupos guerrilleros en casi todos los países. La mayoría de los intelectuales apoyaba, de alguna manera, a los revolucionarios y guardaba un silencio cómplice ante algunos horrores que cometían gobiernos y grupos de su tendencia.
Existía un enorme entusiasmo y primaba el voluntarismo. No se trataba de comprender el mundo como era, sino de moldearlo desde convicciones ideológicas. Cuba era más pequeño que los Estados Unidos, pero con la fuera de sus creencias había entrenado guerrilleros y mandado tropas a varios países africanos. No importaba el poder real de un país, sino la fuerza de la fe de sus líderes en ideas transformadoras.
El ambiente festivo de avance arrollador de la izquierda se evaporó de pronto, por culpa de la burda realidad.
Existe un libro muy interesante del periodista Riccardo Orizio, Hablando con el diablo, Entrevistas con dictadores, en el que se puede conocer la psicología y la visión de la realidad de personajes como Idi Amin, Jean-Bédel Bokassa, Wojciech Jaruzelski, la viuda de Enver Hoxha, Baby Doc Duvalier, Slobodan Miloševic, y Mengistu Hallie Mariam, tiranos que vivieron cuando colapsaba el socialismo real.
Las conversaciones de Leonid Brézhnev con el coronel Mariam son apasionantes. Cuando el líder etíope le dice al secretario general del PCUS que quiere fondos para celebrar como se debe un nuevo aniversario de la revolución soviética con desfiles militares, Brézhnev le comunica que agradece por el homenaje a la revolución, pero no puede mandar recursos económicos porque la URSS ha quebrado.
El comportamiento no es político, es humano
Cuando estudiamos los siguientes años, en los que desaparece la URSS, constatamos que este enorme proyecto colapsó, no porque los Estados Unidos bombardearon Moscú o porque la OTAN hizo algo, sino porque era insostenible y la propia gente de los países socialistas terminó con el experimento a patadas.
El Muro de Berlín no fue derribado por tropas norteamericanas que invadieron la Alemania Democrática, sino por alemanes de a pie que, por la equivocación de un burócrata, creyeron que podían ir a la Alemania Federal y lo hicieron. La segunda potencia del mundo se desmoronó, conservando su arsenal de armas de destrucción masiva, porque fracasó la economía, la gente se cansó y dijo basta. No fueron tropas extranjeras las que acabaron con el comunismo, sino la reacción masiva de la gente común ante el fracaso del modelo económico. Todos los países gobernados por el socialismo real, con la excepción de Cuba y Corea del Norte, adoptaron la economía capitalista y en algunos casos, también la democracia.
Las repercusiones políticas se sintieron en todo el mundo. Se evaporaron los partidos comunistas de Italia y Francia que había protagonizado la política de sus países. También sus contendientes. Cuando se produce la crisis de un sistema político, cae el conjunto de partidos, porque muchas veces su existencia se explica por la existencia de su adversario.
Con el PC italiano se fueron también la Democracia Cristiana y el Socialista, con el PRI murió en PAN en México, con el APRA la Acción Popular en Perú. No solo perdió sentido el comunismo, sino también el anticomunismo.
Más allá de la fe, los relatos y entusiasmos ideológicos, existe una realidad en la que algunos modelos se hacen inviables.
Pensar en este momento lo que pasará en las próximas elecciones es absurdo, si no analizamos lo que va a pasar con el conjunto.
Un esquema clientelar, que ha durado décadas, y terminó manejado por enormes empresas pobristas es simplemente inviable. En este gobierno, las empresas de la pobreza se pusieron de los dos lados de la ventanilla, sus propietarios fueron al mismo tiempo funcionarios que dictaminaban el número y tamaño de los planes sociales y dirigentes que promueven manifestaciones para autopresionarse y mejorar su negocio. Habría sido lo ideal para sus intereses, pero objetivamente no hay recursos.
Como lo declaran los participantes de las protestas, salen a las calles, acampan, bloquean las rutas, por orden y con el apoyo logístico de ciertas empresas que se benefician con su trabajo. Cuando hay una movilización o un acampe, flotas de colectivos llevan a los participantes a bloquear las calles, hay camiones que hacen el servicio de catering, carpas decentes y vituallas para hacer del acampe una experiencia más agradable.
No son movilizaciones auténticas de gente que protesta, como fue la movilización de Chile originada por el subte, ni la de Ecuador por la suba de los combustibles, o por la reforma fiscal decretada por Iván Duque en Colombia, o los chalecos amarillos de Francia o las protestas por la muerte de Floyd en Estados Unidos. Son trucos de marketing de empresas que manejan sumas millonarias que manipulan a grupos de pobres, que al mismo tiempo combaten a los productores y ahora a su propio gobierno.
La escena es tragicómica: funcionarios y miembros del gobierno de Alberto Fernández protestan indignados porque ellos mismos no se hacen cargo de combatir la pobreza, la inflación, la inseguridad, pero no renuncian al manejo de las instituciones públicas más ricas, porque su norte es el capital, no el de Marx, sino el que permite enriquecerse a dirigentes sindicales, secretarios, choferes, jardineros de los poderosos y funcionarios de cualquier tipo.
El modelo está destinado a colapsar porque es inviable en la sociedad moderna. En cualquier país gobernado por la izquierda, el chantaje de los sindicatos es ilegal y reprimido por el Estado. En México no cabe que los camioneros bloqueen a las empresas para extorsionarlas. Eso se llama sindicalismo charro y está penado por una ley que se aplica.
En ningún otro país existen dirigentes sindicales como los Moyano, el Pata Medina y el Caballo Suárez. Existieron en el pasado, pero son inviables en la sociedad de internet.
La gente no es sumisa como antes. Sus deseos de progreso se ampliaron hasta el infinito. Los que reciben planes también quieren vivir mejor, y sobre todo no quieren que sus hijos sean carne de cañón de políticos y dirigentes “populares”. Apoyaron al kirchnerismo porque les prometieron llenar las heladeras y las parrillas. Todos viven ahora peor de lo que vivían cuando se inició el gobierno de Alberto. Si hace dos años recibían un plan de cien dólares, hoy los mismos pesos no les permiten comprar ni la tercera parte de lo que compraban al final del gobierno de Macri. Sienten la necesidad de recuperar el valor de sus ingresos.
Pasa lo mismo con los jubilados, los maestros, los burócratas, con las fuerzas armadas, y todos los que son castigados por una inflación que crece todos los días. Los dirigentes “populares” tienen cargos y privilegios que los han burocratizado, mientras sus bases están cada día más indignadas. Cono ocurrió en los países socialistas, se viene una rebelión auténtica de sus dirigidos, no movilizaciones con choripanes y buses contratados, que va a atacarlos como lo que hicieron los europeos orientales con las tropas rusas de ocupación.
El modelo va a colapsar por el incremento de las protestas, que en muchos casos son auspiciadas por los propios funcionarios que se burlan del Presidente. La posibilidad de solucionar el problema con más impuestos a los ricos, incrementando las retenciones, ahuyentando más a las empresas, es insuficiente económicamente y solo agudiza los problemas. Cada vez son más los que emigran ante la crisis del país. He conversado con varios empresarios que sienten que el valor de sus empresas se evaporó y que no tienen futuro si esto sigue así.
Al derrumbe de la oligarquía pobrista puede sumarse una resistencia civil de los productores, que pueden dejar de pagar sus impuestos, movilizarse y poner en peligro la estabilidad del Gobierno. Siempre habrá políticos oportunistas dispuestos a complotar, que fomentarán estas posiciones.
El modelo colapsó. No puede seguir. Desde el Gobierno, la oposición y desde la mente de la mayoría de los argentinos hay que pensar en una salida, que en todo caso debe pasar por la estabilidad del gobierno de Alberto Fernández y las instituciones.
No estamos para jugar a personalismos. Y posiciones demagógicas. Es difícil que muchos funcionarios borrachos por el síndrome de Hubrys y opositores que solo piensan en sus intereses lo hagan, pero todos estamos obligados a ayudar a encontrar una salida para lo que ocurra con este tsunami.
Fuente: Perfil
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