Unabomber
En los tiempos de la llamada Guerra Fría, obviamente los venezolanos prestamos atención a las novedades relacionadas con las bombas nucleares que hicieron de Estados Unidos y la Unión Soviética las potencias predestinadas a acabar literalmente con el mundo. Quisiéramos adivinar la profundidad que alcanzó la angustia con la crisis de los cohetes de Cuba hacia finales de 1962, o la existencia misma de un pensamiento estratégico que despuntó en los ochenta al tener a Aníbal Romero como uno de sus más decididos animadores en la prensa.
Pensamiento que asociamos a un período de mayor estabilidad política y normalidad institucional que alentaba a la polémica, imposible en los tiempos de una descarada censura, pues, siguiendo a Ankit Panda (*), una revelación como la hecha por The New York Times (197), respecto al sistema de defensa para la ciberguerra durante el obamato, hoy supondría una corte marcial entre nosotros y, algo mucho más, en Corea del Norte. Valga señalar, país éste que genera preocupación por el díscolo tirano que ha cultivado el objetivo inalterable de la dinastía comunista, como es el de conseguir un artefacto atómico que permita superar esa sensación crónica de inseguridad que propicia el vecino del sur (80), y, en definitiva, preservar el dominio de su linaje (230).
Kim Jong-un, esgrime la terrible “espada atesorada” (69, 230 ss., 253), generando severos problemas de miseria y hambruna, imposibles de maquillar, sin que se sepa de las consecuencias de la pandemia, al privilegiar una descomunal inversión, por una parte, en la carrera armamentista; y, por otra, en el culto a su propia personalidad que supone la construcción de monumentos extravagantemente faraónicos. Empero, otras y más concretas facetas generan angustia.
La búsqueda y disposición del artefacto en cuestión, nos remite a las viejas doctrinas de disuasión, cuestionando su actual eficacia, por lo que Panda llama la atención en relación a las sociedades en las que no funcionan las instituciones, careciendo de credibilidad las amenazas de una policía corrupta, por ejemplo, en una inteligente asociación: no ocurre así en materia nuclear, asegura (65), pero nos remite prontamente al equipaje cultural de los decisores norcoreanos que pueden animar a aquél que única y realmente decide. Y es que, al plantear las deficiencias del Comando y Control nuclear (C2), agregándole el miedo, destaca que la única autoridad para ordenar el uso de armas atómicas, sin “controles negativos”, es Kim Jong-un, al mismo tiempo, líder supremo, presidente del Consejo de Asuntos Estatales, y supremo comandante del Ejército Popular de Corea (187 ss., 200 s.).
Ironizando con el apodo con el que fue conocido periodísticamente Theodore Kaczynski (Unabomber), terrorista estadounidense en prisión perpetua, el único propietario del destino norcoreano, pretendiéndolo con buena parte del mundo, es Kim Jong-un. Y, naturalmente, ocupados en superar la situación venezolana, solemos recibir la limitada noticia de sus misiles balísticos, soslayando circunstancias y detalles concretos que vayan más allá de la trágica anécdota.
(*) Ankit Panda (2020) “Kim Jong Un and the bomb. Survival and Deterrence in North Korea”. Oxford University Press, UK.
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