La política de lo efímero
La sociedad actual se aleja cada vez más de los ideales y ritos del poder, de los intelectuales y políticos del siglo XX. Las elites, más las políticas que las empresariales, son refractarias al cambio. Aparecen líderes que comprenden la nueva época, pero otros viven en el pasado, defendiendo ideologías extinguidas, el aparato y la historia centenaria de partidos que han desaparecido de la red. Muchos de ellos usan las herramientas de trabajo contemporáneas de la máquina de escribir y se sorprenden cuando los derrotan dirigentes que viven la sociedad digital.
Durante este fin de semana tuvo lugar en Washington el seminario anual de la Graduate School of Political Management, que reunió a consultores y políticos de todo el continente para analizar lo que está ocurriendo en los últimos procesos electorales del continente. Fueron particularmente interesantes las exposiciones de Sebastián Kraljevich y Yehonatan Abelson, estrategas de Daniel Boric en Chile, y de Santiago Nieto, sobre de la segunda vuelta de la campaña presidencial de Guillermo Lasso en Ecuador. El último es profesor fundador de nuestro posgrado, trabajó con graduados de la universidad, compañeros de estudios de los estrategas del presidente chileno.
Hicieron también exposiciones interesantes acerca de la situación política de México Roy Campos y Rafael Reyes Arce, dos consultores que estuvieron cerca de la facultad desde que se iniciaron sus actividades hace ya varias décadas. Extrañamos la presencia de un consultor latino que nos dejó, Manuel Mora y Araujo, fundador de la cátedra de Metodología de la Investigación.PUBLICIDAD
En el seminario, lanzamos nuestro nuevo libro, La nueva sociedad, justamente veinte años después de que presentáramos el texto conjunto con Joseph Napolitan Cien peldaños al poder, cuando la facultad daba sus primeros pasos.
Para quienes colaboramos con la facultad desde su fundación, es satisfactorio ver que los esfuerzos de tantas décadas dan sus frutos con cientos de políticos y consultores competentes que se han formado en nuestro instituto.
La distancia entre los antiguos políticos y los electores contemporáneos se ha convertido en un abismo.
Ideologías. Como es y debe ser en una universidad seria, hay entre docentes y cursantes personas de las más variadas ideologías. Nuestra tarea no es difundir creencias de ningún tipo, sino analizar cómo funciona la política, para que consultores y políticos usen las herramientas más modernas para luchar por sus metas. No es nuestro problema que cada uno sea budista, agnóstico, hamish, fondomonetarista o trotskista. La formación que le da la facultad le sirve para luchar mejor por aquello en lo que crea.
La formación de nuestros graduados trata de superar la política primitiva de quienes trabajan guiados por intuiciones y actos de fe. El uso sistemático y profesional de las investigaciones cuantitativas y cualitativas, la elaboración de estrategias y el estudio de la cambiante realidad de los electores permite que nuestros graduados derroten con frecuencia a los que creen en mitos y a los vendedores de humo.
La distancia entre los antiguos políticos y los electores contemporáneos se ha convertido en un abismo. La conversación de los políticos anacrónicos está lejos de la gente, se dedican a cultivar su ego, satisfacer resentimientos y disputas parroquianas, mientras la gente sufre las tensiones propias de la tercera revolución industrial, la transformación más grande de la historia de la humanidad.
La obsolescencia de los dirigentes puede medirse por la cantidad de veces que se mencionan a sí mismos en las entrevistas. Yo, yo, yo, que llevé vituallas al ejército de los Andes, que fundé la república, que exijo la salida de los Estados Unidos de Vietnam, o espero una nueva ofensiva del Tet, que milito en un partido obrero cuando desapareció el proletariado de Marx, o me dedico a luchar en contra de los bolcheviques cuando no existen ni ellos ni los mencheviques.
Las teorías globales cayeron aplastadas por los escombros del Muro de Berlín, y los que las discuten suenan solemnemente banales. Se impone la fuerza de lo cotidiano, de lo concreto, de los sentimientos que mueven a la mayoría, lo que Finkelkraut y Bruckner llamaron una aventura a la vuelta de la esquina.
Los ciudadanos se interesan poco en la cosa pública, predominan la desmotivación y la indiferencia hacia las viejas formas de la política. Existe un injusto prejuicio que descalifica a todos los políticos, cuando en realidad, en todos los países, hay también personas excelentes que hacen política para servir a la sociedad.
Los electores se comportan cada vez más como consumidores del espectáculo político, pero de la época de la red. Como dice Clay Shirky en su texto Cognitive Surplus: How Technology Makes Consumers into Collaborators, actualmente no son pasivos, todos quieren ser sujetos activos en todos los órdenes de la vida y también en la política.
Aquí y ahora. El desmoronamiento de las teorías globales llevó a los individuos a desarrollar una intensa relación con su metro cuadrado, a suponer que determinados aspectos fragmentados de la realidad son lo “único importante”. Se multiplicaron los grupos que luchan por visiones parciales de la vida, terraplanistas, ecologistas, feministas, defensores de sexualidades aternativas, los que creen en alienígenas ancestrales y militantes de visiones conspirativas del mundo, que creen que fuerzas mágicas los persiguen porque defienden una verdad esotérica.
El caos se incrementa: hasta hace pocos años, se tendía a creer que todo venía e iba a algún lado, del punto alfa al omega de Theillard de Chardin, o desde el comunismo primitivo hasta el comunismo final de Althusser. La teleología calificaba de “secundarias” las contradicciones que no eran centrales en las grandes cosmovisiones religiosas o políticas. Algunas elites imponían sus mitos o intereses como “lo único importante” y la mayoría les creía.
Pero todo se complicó. Nuestro confuso linaje de Homo sapiens, cruzados con neardentales y demisovos, borró la posibilidad de que haya existido un paraíso y un pecado original. Se impuso lo efímero y lo casual.
Algunos creen que debemos superar la política frívola en la que hemos caído, para que la gente vuelva a participar de una política “seria”, vivando a Lenin o a Cristo Rey, pero eso es imposible. Crece exponencialmente el tiempo que dedicamos al juego y a la búsqueda de placer. Mis compañeros del filosofado jesuita que se flagelaban y usaban cilicios hoy terminarían en una casa de enfermos mentales.
Todas las democracias acusadas de frívolas pueden afrontar el futuro.
Utopías. Las teorías globalizantes dejaron ver sus hilachas banales en la sociedad de la información, mientras tomaron fuerza las pequeñas utopías de gente que se conecta a través de las redes. Los dirigentes arcaicos se enojan con la política superficial que ellos mismos fomentaron con la insoportable levedad de sus actitudes.
Aparecen dirigentes que pretenden rescatar la vieja política, convocando a los jóvenes para que salgan a las calles porque Anónimo ha sido designado líder de la mayoría de sus concejales en Pelotihué, pero eso no entusiasma a nadie. Los jóvenes se volvieron superficiales, no aprecian la gesta de Anónimo, se inquietan por cosas intrascendentes como la vida del planeta o la lucha en contra de las discriminaciones.
En algún país fue destituido un presidente que luchaba en contra de la corrupción del Congreso. Poco después pidió al partido que promovió su destitución que le concediera un espacio para ser diputado para escapar de las causas por corrupción que se le venían encima. Lo hizo para defender los principios de la democracia. ¿Puede culparse a los electores de no creer en la política?
Las democracias acusadas de frívolas pueden afrontar el futuro y cuentan con nuevos recursos, sobre todo seres humanos que han integrado a su visión de la vida la legitimidad del cambio, y es impermeable a las visiones maniqueo-revolucionarias del mundo. El espíritu de empresa y de eficacia ha sustituido al hechizo profético.
Contrariamente a la creencia de que la falta de trascendencia mataría a las democracias, estas se hacen más estables cuanto más avanza lo efímero, que fortalece la alteridad y el pluralismo. Los que quisieran que exista un Estado que unifique por la fuerza a la gente, como lo hicieron los nazis y los comunistas, se convierten en una fracción más de la multitud de grupos que habitan la nueva sociedad.
El futuro no surgirá de pronto, sin tensiones. Los mitos irracionales seguirán existiendo con nuevos rostros, pero la modernidad ha conquistado un espacio que hace que el progreso sea inevitable en el mediano plazo.
Los reaccionarios temen la incertidumbre que produce el mapa cósmico de microondas. Es más cómodo creer que las diez verdades del partido serán eternas y no situarse en un cosmos que empezó hace 13 mil millones de años y va hacia el enfriamiento final.
Pero la incertidumbre del universo solo puede vivirse con alegría desde la comprensión del ocio, la fugacidad de las imágenes, la seducción de los medios alternativos que someten a la razón.
La independencia de los individuos crece según avanza el imperio del desposeimiento burocrático. Cuanto más crece la seducción frívola, más avanzan las Luces, aunque sea de manera ambivalente. Necesitamos dar una nueva interpretación a la era del consumo y la comunicación intrascendentes, caricaturizada hasta el delirio por quienes la desprecian, tanto desde la derecha como desde la izquierda.
Desde la Segunda Guerra Mundial, los aumentos en el PBI, el nivel educativo y la esperanza de vida obligaron al mundo industrializado a lidiar con algo nuevo: el tiempo libre y el juego, actividades a las que se dedica la población más que a la oración.
Para entender la política, Marx y Weber están obsoletos. Necesitamos analizar los textos de una serie de personas que reflexionan sobre la conducta humana usando las últimas herramientas: Clay Shirky, en Cognitive Surplus: Creativity and Generosity in a Connected Age, y en Here Comes Everybody; Malcolm Gladwell; Steven Pinker; Jeremy Heimans y Henry Timms; Alex Pentland y otros, que no pretenden ser eternos, pero ayudan a comprender el momento.
Fuente: Perfil
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