Ética heroica
«Se trata, en primer término,
de liberar la mirada del peso
enajenador de la costumbre y de la
coacción abrumadora de lo irremediable»
Fernando Savater (*)
Abordamos el vagón que nos llevó al corazón de un antiguo sector popular del oeste caraqueño, confiados en un mayor desahogo sabatino del siempre sospechoso sistema ferroviario. Sin duda, recorrer el sótano de la ciudad es tanto o más peligroso que hacerlo por su superficie.
Ya en nada sorprende la indisciplina cultivada de los usuarios del metro, desprovistos de tapabocas, cuando repunta el virus, pero sí que haya lectores con una extraordinaria capacidad de concentración entre los vaivenes de unos rieles muy antes confiables y que hicieron confortables aquellos itinerarios limpios y refrigerados de antes. Sobre todo, cuando una persona de avanzada edad es la que empuña un libro inusual de los pocos que se ven por la calle.
Costó tomar la gráfica por el riesgo de sacar el artefacto electrónico, esperar que el objetivo estuviese despejado, e, incluso, evitar alguna equivocación, pues, pudiera ocurrírsele a alguien que se trata de acosar a una muchacha vecina de buen vista. En todo caso, hicimos nuestra pequeña acrobacia tan visible a punto de llegar a una estación en la cual nos bajamos a último momento, preventivamente, para luego retomar el tren en dirección al destino previsto.
Quizá por avezada lectora, acaso por una repentina curiosidad, posiblemente por un acto de rebelión, la pasajera estaba lucía enteramente cautivada por “Ética para Amador” de Fernando Savater ante la absoluta indiferencia del vecindario. La oferta de caramelos de los buhoneros de la patria bonita, por momentos, estridentes e insoportables, se integraban sin problemas a la atmósfera de tedio y resignación deambulante.
Intuirá y sabrá de la urgencia de una ética para la reconstrucción de Venezuela, convicción que seguramente será de ruptura para nuestra anónima lectora, no sólo con el entorno inmediato. En una sociedad rentista, aunque sin renta, se ha hecho una novísima tradición la de una continua descomposición de principios y valores, y al ladronísimo de cuello blanco, poco le importa que sus hijos y nietos lo sepan, solo interesándole que sigan sus pasos, disfruten también la fortuna y, no faltaba más, sepan guardar las formas: por ejemplo, bautizando a la prole, haciéndola católica, protestante, o quién sabe qué afiliación mágico-religiosa que diga darle una cierta prestancia y respetabilidad.
La ruptura de esa tradición y sus equivalentes, constituye un acto heroico. Y muy probablemente, nuestra ilustre viajera tiene muchas novedades que reportarles a los hijos y nietos y, si no los tuviere, sobrinos y vecinos, sometidos a una lógica ambiental de antivalores que dimanan del discurso sofocante del poder establecido en lo que va de siglo.
La eficaz, inteligente y didáctica escritura de Savater viaja soterradamente por una Venezuela que aspira a su definitiva transformación social e histórica. Hay quienes la anuncian con la riqueza de sus aparentes silencios, valientemente.
(*) “La tarea del héroe”, Ariel, Barcelona, 2009: 289.
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