El mariachi mero, mero, ¿es mexicano?

Mariachi que se respeta tiene cualquier nacionalidad, menos la mexicana. Por poner un ejemplo,
quienes aquí escribimos somos venezolanos y como tal, sabemos que en Venezuela el mariachi es
típico… típico que es colombiano. Tanto así, que alguna vez hubo un conjunto que no lo
disimulaba llamándose “Mariachis de Guadalacúcuta”.


De hecho, el fenómeno de las migraciones ha internacionalizado tanto al mariachi, que en el
mismísimo México hay dos tipos de mariachis: el oriundo de México y el venezolano que acaba de
llegar y debe resolver cantando “Cucurrucucú paloma” (a riesgo de que otro compatriota lo mire
raro por la inspiración con la que grita “paloma”).


Aunque dicha internacionalización de seguro debe tener sus límites. No imaginamos a un mariachi
dando una serenata en predios talibanes. Seguramente no le perdonarían lo “mero macho” de su
atrevimiento. Aunque sí nos imaginamos a un tenor alemán interpretando La Malagueña, a todo
gañote, para luego enterarnos de que el cuate ni siquiera ha probado una enchilada.


Pero tampoco se es mariachi por ejecutar bien sus instrumentos musicales o por no tener
nacionalidad mexicana. Lo que realmente termina de hacer a un mariachi, es el dominar a la
perfección el arte de entrar a la camionetica del conjunto sin que sus compañeros le ensucien el
traje; a la vez que evita meterle el sombrero en el ojo a otro o asfixiarlo mientras le pone el
guitarrón en la barriga. Aunque un mariachi realmente se gradúa, es cuando logra sobrevivir una
tormenta tropical usando como paragua solamente su sombrero.


Otra cosa que hace a un mariachi es el tiempo que dura metido en la casa de quien le contrata.
Porque dicho tiempo debe tener esa duración exacta mejor conocida bajo el nombre de “visita de
médico”. Un tiempo especialmente acordado en el gremio mariachístico para cumplir con dos
medidas sanitarias. La primera, que ninguno del conjunto vaya a incurrir en la vergonzosa
necesidad de pedirle el baño prestado al dueño de la casa. La segunda, pues que el trompetista no
se vea en la imperiosa necesidad de vaciar el chorro de saliva que acumula su instrumento. Por
ello, si usted o uno de los suyos contrata un mariachi, evite esa práctica de dárselas de próspero
pagando una ñapa para otra canción más. Le podrían terminar dejando una ñapa en la casa.
Aunque lo realmente común que tienen todos los mariachis -vengan de donde vengan- es que
parecen superhéroes. De día tienen una personalidad como la de Bruno Díaz, pero basta que les
llegue la batiseñal de “acaba de salir un toquecito”, para que saquen su traje de gala y se
transformen no en Batman… sino en un doble de Vicente Fernández.


Además de que tienen superpoderes que no tiene ningún superhéroe. Uno de ellos se evidencia
cuando alguien de la fiesta tiene una borrachera de esas que de lejos hiede a frasco de Listerine y,
apenas llegan las trompetas al son de un jarabe tapatío, el hombre inmediatamente recobra la
sobriedad. Un fenómeno que aún no se explica ni la misma Organización Mundial de La Salud.


Aunque bueno, como todo superhéroe, el mariachi también tiene su limitación. Una vez supimos
de un mariachi a quien contrataron para dar una serenata callejera a una mujer que vivía en un

piso quince. Como era de esperar, el gañote no le dio para tanto y le tocó dar la serenata por el
intercomunicador. Obviamente, ese amor murió aquella noche.


Es por todo esto que el mariachi cuenta con un encanto particular que le hace tan apetecible a
cualquier ser humano. Un encanto que va más allá de su música o sus trajes. El encanto de que,
sea donde sea la serenata, cualquier integrante de ese conjunto podría ser su compatriota. Así
que, si le falta platica, toca un instrumento y no nació en México, llámenos que le tenemos una
oportunidad de negocio. Consiste en ser integrante de un nuevo conjunto de mariachis que
estamos armando nosotros y que ya hemos bautizado como el “Mariachi Tradicional
Echateuntalco”.

Reuben Morales
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