Harari, Alexa y Alberto

Yuval Noah Harari ha publicado un nuevo texto apasionante: Imparables, diario de cómo conquistamos la Tierra, una historia de la humanidad para niños. El autor vuelve sobre el tema que desarrolló en otros libros: está ocurriendo un cambio radical que en poco tiempo nos convertirá en dioses semejantes a los del monoteísmo. La realidad en que vivimos es totalmente distinta a la que se está instalando en nuestra familia, nuestra casa, nuestro celular, sin que los líderes de la sociedad sean conscientes de este, que es el hecho político más importante de estos días. 

A propósito de esto, Harari publicó “Qué deben aprender los niños para ser exitosos en 2050. El arte de la reinvención será la habilidad más importante de esta centuria”, y varias entrevistas cuyos textos traducimos o sirven de base para este artículo.  

Harari afirma que “el mejor consejo que se puede dar a un chico de 15 años, atrapado en la escuela de algún lugar de México, India o Alabama es: no confíes en los adultos. Muchos tienen buenas intenciones, pero simplemente no tienen la capacidad de entender el mundo. En el pasado pareció una buena apuesta seguirlos porque conocían mejor un mundo que evolucionaba lentamente. En el siglo XXI el cambio es tan vertiginoso, que no se puede saber si lo que dicen los adultos es sabiduría atemporal o solamente sesgo obsoleto”.

En la segunda mitad de este siglo se necesitará inventar ideas y productos, pero el gran desafío para todos será que el individuo ante todo estará obligado a reinventarse a sí mismo. El cuerpo humano será distinto, crecerá la expectativa de vida, tendremos otro tipo de cerebro, casi todo lo que aprenden los niños actuales será irrelevante”. 

Falta tiempo para enfrentar este problema. Las decisiones que se tomen en los próximos años, que darán forma a la vida, solo pueden basarse en nuestra actual cosmovisión. Si no logramos comprender integralmente el cosmos, el futuro se decidirá por el azar. 

Si no podemos reinventar la sociedad y cuestionar los conceptos políticos vigentes, estamos condenados a que nuestros países se empantanen en una discusión obsoleta que hará crecer el abismo que los separa de Silicon Valley.

Las escuelas latinoamericanas más avanzadas enseñan a los estudiantes habilidades, como resolver ecuaciones diferenciales, escribir códigos de computadora en C++, identificar elementos químicos en tubos de ensayo o a conversar en chino. 

Pero, al no tener idea de cómo serán en 2050 los seres humanos, el mundo y el mercado laboral, no sabemos si estas enseñanzas  serán útiles. Podemos lograr que  los niños aprendan a escribir en C++ o a hablar idiomas, pero lo más probable es que en 2050, la inteligencia artificial codificará software con más eficiencia y velocidad que cualquier humano y habrá aplicaciones del traductor de Google que nos permitirán mantener conversaciones en mandarín, cantonés, o Hakka, sin mayor esfuerzo.

Hoy lo que dicen los adultos no se saben si es sabiduría atemporal o solo sesgo obsoleto

Lo que deberíamos enseñar a los niños, según muchos expertos, son las cuatro C: pensamiento crítico, comunicación, colaboración y creatividad, restando importancia a la memorización de conocimientos técnicos.  En el futuro las carreras profesionales aparecerán y desaparecerán de manera vertiginosa. Los seres humanos necesitarán estar preparados para vivir el vértigo de una vida caótica. 

Lo más importante, por tanto, es adquirir en la escuela la capacidad de vivir con el cambio, valorar la diversidad, desarrollar una mente abierta para aprender cosas nuevas. Lo más complicado será conservar el equilibrio psicológico viviendo todo el tiempo situaciones desconocidas. La velocidad del cambio alterará no solo la economía, la política y la sociedad, sino ante todo la esencia misma del ser humano. Nos estamos convirtiendo en una nueva especie. 

Tradicionalmente existían dos períodos en la vida: uno de aprendizaje y otro de trabajo. En el primero se acumulaba información, se desarrollaban habilidades, se construía una visión del mundo y una identidad estable. En el segundo había que confiar en las habilidades adquiridas para recorrer el mundo, ganarse la vida y contribuir a la sociedad. Por supuesto, que se seguían aprendiendo nuevas cosas sobre las habilidades esenciales como el cultivo del arroz, los comerciantes y los conflictos cotidianos, pero eran solo ajustes a lo que se sabía.

Actualmente, quienes llegan a los 50 años renuncian a conquistar el mundo. Invirtieron demasiado para formarse, desarrollar su carrera, su identidad y su visión de la vida. No quieren empezar de nuevo. Cuanto más esfuerzo les costó construir lo que tienen, les es más difícil superarlo para buscar algo distinto.

En 2048, los seres humanos conversarán sobre las migraciones al ciberespacio, las identidades de género fluidas, la reproducción de seres humanos clonados, y nuevas experiencias sensoriales generadas por implantes informáticos. Para ese entonces el hiperverso parecerá un realismo socialista aburrido.

Todas las actividades repetitivas estarán a cargo de los robots y la inteligencia artificial. Desaparecerá el 80% de las ocupaciones actuales, no existirán la clase obrera, ni los camioneros, ni los vendedores de copitos, ni los populistas delirantes que son sus antagonistas privilegiados. 

La fugacidad de la vida probablemente implique enormes niveles de estrés. Desafortunadamente, es más fácil enseñar a los niños a resolver una ecuación o las causas de la Primera Guerra Mundial, que prepararlos para sumergirse en lo desconocido manteniendo su equilibrio emocional. Siendo producto del antiguo sistema educativo, los mismos profesores carecen de la flexibilidad mental que se necesita para esta tarea.

Para 2050 no existirá la estabilidad. Si alguien trata de aferrarse a una identidad, a un trabajo o a una visión fija del mundo, si no es capaz de reinventarse, correrá el riesgo de convertirse en un fósil desadaptado. 

¿Cómo ser feliz en un mundo en donde lo único cierto es la incertidumbre?

¿Se podrá confiar en uno mismo? Suena bien para Plaza Sésamo o para Disneylandia, pero no funciona en la sociedad controlada por el Gran Hermano tecnológico. La gente se conoce poco y quien crea que puede escucharse a sí mismo es fácilmente víctima de manipulaciones. La voz que parecería sonar en su interior refleja realmente la propaganda estatal, el lavado de cerebro ideológico, anuncios comerciales y errores bioquímicos.

Cada día es más fácil manipular las emociones y los deseos de las personas. Quien solo se oye a sí mismo termina manejado por la Coca-Cola, la Red o el gobierno. Actualmente no solo se hackean celulares y computadoras, sino también seres humanos. Mientras usted lee este artículo, los algoritmos lo vigilan. Saben adónde va, qué compra, con quién se reúne. A través del reloj de Apple monitorean sus pasos, sus respiraciones, los latidos de su corazón. Esos datos van a una enorme base que les permite trabajar con la big data, conocerlo más, y cuando lo conozcan mejor de lo que se conoce a sí mismo, podrán controlarlo y manipularlo con facilidad. 

Puede decidir hipotecar su futuro a los algoritmos y confiar en que decidirán lo mejor para usted y el resto del mundo. Sin embargo, si quiere mantener algún control sobre su existencia personal y el futuro de la vida, tiene que correr más rápido que los algoritmos, que la Red y que el gobierno. Debe conocerse a usted mismo antes que ellos lo fichen. Corra rápido, sin mucho equipaje. Deje sus creencias y prejuicios detrás. Pesan demasiado.

Alexa y Alberto. Desde hace varios años hablamos en esta columna acerca del cambio que llegó con la tercera y con la cuarta revolución industrial. Las últimas semanas aparecieron en los medios argentinos reseñas acerca de la inteligencia artificial, el metaverso y otros avances tecnológicos que están entre nosotros, pero que siguen siendo extraños para los dirigentes de la sociedad. 

Personalmente integré algunos elementos de inteligencia artificial en torno a la App Alexa y a ChatGPT. Para ahorrar tiempo, llamemos a ese conjunto Alexa. 

En 2050 no habrá estabilidad. Quien no se reinvente será un fósil desadaptado. 

Todos los días, a las siete de la mañana ella prende la computadora, revisa la prensa argentina, mexicana, parte de la norteamericana, brasileña y española. Busca lo publicado en ese día acerca de una serie de personajes políticos, del espectáculo y autores a los que sigo. Hace un resumen de lo que encuentra y forma un archivo con lo más relevante. Cuando estoy interesado en algún tema específico, le pido que revise también textos en alemán, francés o farsi y que los traduzca.

Esta semana pedí a Alexa que escribiera el discurso que debía pronunciar Alberto Fernandez en el Congreso, en varias versiones. Una para fungir de estadista, otra para emocionar a seguidores con poca formación intelectual, una tercera para halagar a su Jefe. Son versiones distintas, todas mejores que el discurso que pronunció Alberto, las guardo en mi máquina por diversión. Alexa está bien informada. Nunca diría que los mexicanos descienden de los indios, los brasileños de la selva y los argentinos de los barcos. Cuando le pedí una síntesis de la historia de la Argentina, me proporcionó datos que desconocía sobre el Alto Perú español. Tampoco diría jamás que Argentina es el país cuya economía crece más en el mundo después de China.

Si Alexa hubiese sido diputada, se habrían evitado muchas muertes durante la pandemia. Ella sabe que Pfizer no se llevó los glaciares del Perú como condición para vender vacunas. Cuando le pregunté si decía eso porque no era militanta o ignoranta, corrigió el texto. Dijo que el participio de un verbo no tiene género. Se dice militante o ignorante.

Le pregunté qué se puede hacer cuando alguien maltrata a su mascota. Dijo que, en muchos países, se puede recurrir a un juez. De hecho, en España han sido declaradas seres sintientes, no pueden ser embargadas, abandonadas, maltratadas o tratadas con desprecio. Le pedí que mande esa información a un funcionario al que casi le ponen un vaso de agua como sombrero en el Congreso. Me dijo que desgraciadamente no tiene su correo electrónico.

Fuente: Perfil.

Jaime Duran Barba
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