Cartera que se respeta

Hay un universo que es totalmente desconocido para los seres humanos hasta que llegan a ese momento en el que están en un aeropuerto o en un terminal de buses sin nada que hacer: el interior de sus carteras. Un microambiente en donde se mezclan una cantidad de partículas tan diversas que podrían ser capaces de originar nuevamente el petróleo.

Comencemos con las carteras de las mujeres. Su interior viene a ser como una tienda por departamentos al final de un Black Friday. Maquillaje por aquí, papelitos por allá, migas de pan pegadas a un chicle viejo y derretido, una cadena enredada en un bolígrafo, un lápiz labial, un ChapStick, una base de maquillaje, un perfumito y el olor de todo eso mezclado que termina conformando una esencia mejor conocida como “aroma de cartera de mamá”.

En éstas, siempre hay un monedero donde irónicamente guardan de todo, menos monedas. Además, siempre cargan una foto de algún hijo que fue tomada hace como quince años, una estampita de algún santo y otra foto del marido de cuando tenía mostacho de Cantinflas (y el único que está pulcro, sin arrugas y bien cuidado es el santo). A todo esto, agréguele una lista de compras de mercado de cuando vendían Gatorade en envases de vidrio.

Luego tenemos el fondo de la cartera. Un espacio que los diseñadores crearon para un objeto en particular: las llaves. Seguramente con el fin de generar ese instante en donde todo hombre pregunta “¿Dónde están las llaves?” y ella dice “En la cartera”. Lo cual termina convirtiéndose en una pelea porque uno nunca las consigue, ella termina encontrándolas y luego acaba diciendo: “Es que en esta casa todo lo tengo que hacer yo”. Por último, también existe un compartimiento secreto que está hecho para guardar el teléfono celular sin que nadie se dé cuenta. Se llama brasier.

Pasemos ahora a las billeteras masculinas. Que, si las de mujeres son una especie de Museo del Louvre de París; las de hombres son pequeñas, pero sustanciosas, como el museo de la casa natal de Simón Bolívar. Toda billetera viene compuesta por un compartimiento hecho para guardar billetes. ¿Y para qué lo utilizamos nosotros los hombres? Para guardar billetes, porque la creatividad no nos da para más (bueno, sí, para también guardar cuanta tarjeta nos den de plomeros, taxistas y técnicos de lavadoras). 

Luego, hay una cantidad de bolsillos hechos para guardar tarjetas. ¿Y para qué los utilizamos? Para guardar tarjetas, porque la creatividad no nos da para más.

Sin embargo, los diseñadores de billeteras siempre les han hecho dos bolsillos y que “ultrasecretos” para guardar ahí lo que no queremos que el ladrón vea (aunque el ladrón tenga una billetera igualita a la nuestra). Son los bolsillos destinados a guardar el dólar de la suerte, un condón viejo que tiene ahí como diez años (y está cercano a convertirse nuevamente en petróleo) y lo que en Venezuela llamamos la “caleta”; que es el dinerito de emergencia (el cual siempre nos emociona no por el monto, sino porque habíamos olvidado por completo que lo teníamos ahí).

Además, un principio universal que aplica a toda billetera masculina es que la riqueza del dueño es inversamente proporcional al espacio que ésta ocupa en la nalga. Por ello, cuanto más abultada la billetera, menor es la riqueza del dueño y viceversa.

¿Ahora ve todo lo que se estaba perdiendo en su vida? Por eso, la próxima vez que esté en un aeropuerto o en un terminal de buses y se haya quedado sin datos o sin pila en el celular, acuda al mejor de los pasatiempos que jamás pasará de moda: revisar su cartera para limpiarla.

Reuben Morales
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