Velar por una o más puertas
Nos afecta una depreciación general y generalizada de los bienes raíces, cuyos diferenciales de precios resultan zanjados por los impuestos y otros posibles favores en el registro. Nada azaroso el contexto económico que fuerza a la depreciación, en última instancia, el problema atañe a la propiedad privada única y sacrosantamente protegida para los más altos funcionarios del régimen y sus más directos relacionados.
Hoy, en Venezuela, tener y sostener literalmente una casa, es una de las más difíciles proezas, sobre todo, siendo ajenos a la trama del Estado. Una de las tres más poderosas razones, es demasiado elevado el costo económico el mantenimiento y más aún al tratarse de un inmueble de vieja data, como suele ocurrir, cuya herencia raramente expone alguna significativa confrontación: tejado, tuberías, humedad, sistema eléctrico, entre otros aspectos, requiere de extraordinarios recursos que eviten el deterioro y el desplome definitivo de un referente de las más insospechadas reminiscencias.
Más de las veces, el par de viejos se quedan a solas en un caserón que no logran vender satisfactoriamente para probar con un apartamento cómodo y seguro, mientras que a la distanciada prole, fuera o y aún dentro del país, no les alcanza para el subsidio. Veinte y tantos años para pagar el inmueble, gracias a las olvidadas facilidades hipotecarias de muy antes, como promesa cumplida de un mejor nivel de vida, se van por el desagüe de todos los deterioros que incluye el retroceso social.
Migrar de una casa a un apartamento, es el mejor consejo en términos de seguridad personal, otro sólido motivo. No es lo mismo velar por una puerta, o, a lo sumo, dos, que por varias. La casa implica una mayor y costosa vigilancia de los alrededores, añadida la confianza en una empresa de la que nunca puede jurar la fidelidad y honestidad de su personal, pues, muy atrás queda aquella conocida y reducida familia interiorana que ayudaba con los quehaceres del hogar, pero también con el cuidado de todos sus ocupantes, a cambio de techo y salario.
A modo de ilustración, acceder a pie o en automóvil, a cualquier hora del día o de la noche, a la amuralladísima casa de Colinas de Vista Alegre, o Prados del Este, en los extremos de la ciudad capital, es toda una aventura. Dejar que jueguen los niños en los que fueron jardines muy vistosos, un riesgo acentuado.
Habitar un apartamento, claro que comporta varios y asimismo serios peligros, aunque aminorados de establecer la comparación con una casa de cámaras escrutadoras que las creemos de una fundamental disuasión frente a la delincuencia, mirando al mismo tiempo a todos los puntos cardinales: indecisos, a la segunda o cuarta vez, abrimos la puerta de entrada. Por no hablar de un posible seguimiento, cuando está en alza la industria del secuestro, juzgando por la casa, como antes por la ropa y alguna vez el automóvil, a la potencial víctima.
Recordamos, una persona amiga que se ocupa de la casa paterna ya de completo luto, encontró tres golpeados cuñetes de pintura en el garaje repleto de peroles. Sólo uno de ellos servía y, queriendo refrescar un poco más la fachada, tuvo la suerte de contar con el consejo de un vecino, muy economista postgraduado él, pero necesitado como todo profesional universitario en Venezuela, quien hizo de plomero y electricista por esos días: era mejor, y lo fue, no pintar la fachada que hubiese convertido a la heredera en una injustísima candidata para el secuestro; es más, terrible secuestro, cuando los captores constataran que no tuviera ni una moneda partida por la mitad.
Y, una tercera razón de las tantas que podemos invocar, es el cambio repentino e inconsulto de zonificación, trastocado el vecindario de muchos años de tranquilidad en un insoportable tormento comercial. La novísima, artificial y circunstancial clase media generada por el actual régimen, no se ha desplazado sola a las urbanizaciones de las otrora clases medias altas en franco e irresistible descenso, ahora, en trance de urbanizaciones comerciales a la usanza de Las Mercedes que destruyó su propia historia.
En conclusión, al parecer, un apartamento modesto, en un edificio modesto, en un lugar modesto, da menos dolores de cabeza que una casa así no tenga bonita fachada. Sin embargo, el otro fenómeno, algunos conjuntos residenciales padecen los abusos de quienes, medianos funcionarios o contratistas del Estado, por lo menos, congestionan el estacionamiento con sus vehículos desprovistos de placas y la profusión de guardaespaldas; y, en otros conjuntos, más baratos, son los guardaespaldas y otros empleados, los que imitan la conducta de sus superiores exhibiendo las más estrafalarias credenciales, cuando se les reclama. Y tienen algo en común los sitios que logran tiranizar: el escándalo, la vanidad y estridencia, por emblema.
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