Un motín todavía vivo
El motín protagonizado por Yevgeny Prigozhin el 16 de junio todavía no ha terminado. Su protagonista, inicialmente acogido como exiliado por Alexandr Lukashenko en Bielorrusia, ha regresado en su avión privado a territorio ruso. Todo se desconoce sobre el paradero de sus lugartenientes e incluso de las tropas que marcharon sobre Moscú. Nada se sabe tampoco del general Serguéi Surovikin, comandante supremo ruso en Ucrania hasta enero y ahora detenido por tomar posición en favor de Prigozhin.
Lo único cierto es la operación de desprestigio contra el jefe de los mercenarios emprendida desde las televisiones controladas por el gobierno, con la emisión de imágenes de su mansión de San Petersburgo. Además de armas, dinero en efectivo, varios pasaportes falsos, pelucas y material para disfrazarse, el reportaje muestra los lujosos y recargados interiores, sus vastos jardines y un helicóptero.
El golpe aparentemente fallido de Prigozhin ha evidenciado el carácter de Estado mafioso y gansteril en que se ha convertido Rusia. Y en la guerra, en cambio, nada parece cambiar. La única victoria rusa reciente, en Bajmut, aun siendo pírrica por sus efectos, pertenece de lleno a Prigozhin, que ha intentado utilizarla en su beneficio con resultado todavía incierto. A pesar de la absoluta opacidad del actual poder ruso, no hay dudas sobre las divisiones en el Kremlin ni se puede esconder la pérdida de autoridad de Putin: ni lo uno ni lo otro servirá para elevar la moral de las tropas bajo sus órdenes.
Fuente: La Nación
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