Agrada y desagrada ser un papá de grada
Mi abuela ejerció este oficio cuando llevaba a mi mamá a la natación, mi mamá lo heredó llevándonos a nosotros al béisbol y ahora yo lo practico llevando a Tobías a la natación. Es que así, como por el ADN de la familia Kennedy corre el gen de la política y por el de la familia Kardashian corre el gen del bótox, por mi ADN corre el de una profesión: ser un papá de grada.
Este linaje de tres generaciones me ha hecho conocer a fondo no solo el oficio, sino los diversos tipos de papá que coexisten en las gradas mientras vemos a nuestros hijos poniendo sus músculos duros (aunque nunca tan duros como nuestros aplanados glúteos).
Tenemos a la mamá chismosa, quien siempre lleva a su hijo a las prácticas para inculcarle la constancia… sí… la constancia de que, asistiendo todos los días, es que se conocen a fondo los chismes de los otros papás. Por eso, si tu hijo practica algún deporte, es importante hacerte amigo de esta mamá. No para que te dé los mejores chismes, sino para que después no hable de ti.
Está la mamá gritona, quien es la que cuenta con la mejor salud mental, pues su terapia es ir a todas las competencias para demostrarnos que, comparado con sus gritos, Luciano Pavarotti cantaba bajito (y cuanto menos talentoso es el hijo, más ruidosos son los gritos de esta madre para motivarlo). Por cierto, si algún corredor de seguros está leyendo esto, le cuento que aquí tiene a un potencial cliente dispuesto a asegurar dos tímpanos.
Existe el papá agente, quien ve en su hijo no un ser humano, sino un bono de inversión que le asegurará su pensión de vejez al volverse atleta profesional y ganar millones. Aunque este papá tiene esposa, mucho piensan que le es infiel porque se la pasa hablando por el celular con un contacto llamado “Juan el scout” (que en verdad sí es “Juan el scout”).
Tenemos al papá que no habla con nadie. Un extraño ser que es capaz de pasar tres horas sin hablar, ir al baño o comer; por lo cual podría hacerse millonario si montara un curso avanzado de introspección budista. Sin embargo, también hay que hacerse amigo de éste porque ahí calladito como está, escucha más cosas que la misma mamá chismosa.
Así mismo hay un papá coach (conocido como el atleta profesional frustrado o también conocido como Reuben Morales). Es ése que practica el mismo deporte que su hijo, conoce todas sus reglas, los trucos para hacerse mejor y hasta entrena a su hijo en casa. Para todos es el papá modelo, menos para su hijo que ya está más exhausto que ingeniero de sonido de reguetonero.
Está la mamá negocio. Un genio del marketing que vende todo lo que necesita un papá que pasa tres horas sentado en una grada:
- Para el sueño, café.
- Para el frío, manta.
- Para el calor, abanico.
- Para el hambre, galletas.
- Para los zancudos, repelente.
- Para las nalgas, cojín.
- Para el celular descargado, minutos de llamada.
- Y si está muy aburrido, también le ofrece un compiladito de los mejores cuentos de la mamá chismosa.
Por último, tenemos a la mamá que está enamorada del entrenador. ¿Y cómo no estarlo? Ve que el entrenador está en forma, le tiene paciencia a su hijo y, además, es el popular del grupo. Aunque si un día sucede que el niño menos talentoso del equipo de repente se vuelve titular, es porque esa mamá finalmente lo logró.
Así, por lo visto, esta herencia genética que traigo por mi ADN me ha afinado bastante el olfato para convertirme en un auténtico “Gradólogo”. Aunque creo que mi aporte llega hasta aquí. Ya luego le tocará a mi hijo cuando le corresponda llevar a mi nieto a sus respectivos entrenamientos en un futuro. Porque este oficio de ser un papá de grada de mi familia sagrada, aunque agrada y desagrada, no se degrada.
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