Aula de siglo
Área especializada, abierta o cerrada, existe un universal reconocimiento del aula como lugar de encuentro, aprendizaje y socialización. Desde la más temprana edad, buena parte del resto de la vida de cada persona también dependerá de su larga y cada vez más remota experiencia escolar.
Deseable un sitio adecuado en el hogar para todo educando que ha de cumplir las tareas encomendadas por los maestros, el salón de clases, ubicado en un inmueble distinto y exclusivamente dedicado a tales menesteres, resulta definitivamente insustituible como escenario principal de una vivencia esencial de importantes y ricas consecuencias.
La consabida pandemia de una duración prolongada, demostró plenamente la necesidad del otro y de los otros para lo que, en definitiva, es un proceso de personalización del individuo, por lo menos, así lo entendemos, en los términos de Jacques Maritain.
Diferentes son los salones ideales, como distintas las estrategias pedagógicas que los aconsejan, aunque los suponemos amplios, confortables, limpios, funcionales, gratos, y hasta inolvidables en cualesquiera perspectivas.
Quizá la más grata versión que hemos visto en los últimos tiempos, está representada por una ilustración de Víctor Arce para el texto de Kevin Roose sobre las escuelas que, además, crecen con el empleo de la inteligencia artificial por sus estudiantes (The New York Times, 29/08/23).
Sin embargo, aún en las propias superpotencias económicas y tecnológicas del mundo, hay deficiencias en torno a los edificios y dependencias escolares, y no es difícil imaginar cuán lejos llega el drama en el resto de los países sumergidos en la pobreza y el atraso, añadidos los que colocan un artefacto en suelo lunar al mismo tiempo que los aqueja paradójicamente la miseria, el hambre y las enfermedades.
En Venezuela, a lo largo de la presente centuria, son pocas o excepcionales las sedes educativas construidas, por solo citar un renglón al espantarnos con la mayor bonanza petrolera recibida en toda la historia, o el descomunal saqueo al erario público en el que ha incurrido el gobierno a tal punto que, irremediablemente, lo reconoció en el caso de un zar de PDVSA.
Y es que las escuelas y liceos que puede exhibir como ejemplo de la mejor ingeniería y, faltando poco, diseño arquitectónico, pertenece al siglo XX, como las autopistas u hospitales, todavía en pie; valga acotar, nada casual, están las instituciones educativas privadas utilizadas para los eventos electorales antes que las del sector público u oficial, ahorrándonos otras observaciones.
No son las sanciones internacionales impuestas al reducido elenco en el poder que se resiste hacer las más mínimas concesiones y a dialogar con franqueza, sino el modelo de un sofocante centralismo socialista que impide a los niños y jóvenes tener aulas, pupitres, pizarrones, estantes, carteleras y los más elementales dispositivos electrónicos.
Huelgan los comentarios respecto a nuestra enorme brecha digital, creyendo peregrinamente a todo poblador propietario de un teléfono inteligente.
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