Cocina navideña
El país aquejado por una crisis humanitaria compleja que, faltando poco, tiene alrededor de ocho de millones de los suyos literalmente expulsados del territorio nacional, pocas ilusiones se hace en torno a la mesa decembrina. Los pocos, o muy pocos, tiene la fortuna de repletarla con productos asaz encarecidos para libar los licores que se les antoja; a los muchos, o muy muchos, no pueden cubrir siquiera la canasta básica alimentaria.
Obviamente, los sabores no son los de antes, y, de ellos, darán cuenta aquellos que reciben la bolsa del CLAP con las importaciones de dudosa calidad, dando testimonio de sus frecuentes malestares estomacales. Salvando los extravagantes niveles de consumo masivo de las viejas bonanzas petroleras, infaltable el whisky con los platos más sofisticados, el régimen del sabor se mantuvo sustancialmente por más de cien años, tras la consagración del pan de jamón, al parecer, invento caraqueño, y el perfeccionamiento de la hallaca en una variedad de versiones locales y regionales que elevan su prestancia.
Hemos aprendido a comer mal, y demasiado mal, cruzando esta larga tempestad socialista del presente siglo que tampoco ofrece mejores opciones respecto a las golosinas. Lo refería días atrás una joven que probó en el exterior un chicle de afamada marca que fue rutina venezolana de tiempos ha: “Nada que ver con la bazofia de contrabando que nos calamos aquí”, indicó.
La inflación ha afectado el precio de especias, aceites, y los más variados y sanos aliños que ayudan al paladar. Hay quienes hacen milagros con sus preparaciones, aunque las porciones sean evidentemente modestas, a veces, aportando novedades culinarias.
Al desearles a todos los amables lectores una feliz Navidad y un mejor año nuevo, igualmente hacemos votos porque haya una mesa respetable en cada uno de los hogares, por la generosidad de gustos que desafíen las duras circunstancias actuales. Requerimos de ingenio para la cocina pobre en cantidades, pero rica para las papilas.
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