Yorch Jarris
Perseguidos políticamente o no, numerosos y talentosos humoristas venezolanos intentaron y todavía intentan posicionarse en el exterior. En buena medida fracasan ante las exigencias de un antes impensable y atípico mercado de la paisanidad que también aporta nombres escasamente conocidos entre nosotros, aunque febrilmente promovidos por las redes digitales para reiterar la pérdida del monopolio televisivo que muy antes los catapultaba o relegaba hasta caprichosamente.
Puede decirse de un mercado del costumbrismo urbano de la Venezuela de una increíble y sostenida diáspora, comparable a la más antigua de los cubanos que aún no se detiene, por lo menos, al asomarse la menor oportunidad para huir de la dictadura. Nada casual, acá supimos de bromistas muy populares de origen isleño, como ahora tendemos a hacernos competitivos en un renglón tan exigente allende las fronteras.
De un tiempo para acá, no precisamos la fecha, nos enteramos de la existencia de George Harris, cuyo estilo y ocurrencias goza de la imitación que incluye a niños en las redes. Ha cultivado exitosamente el llamado stand-up, un género muy riesgoso para quien no tenga las habilidades naturales del caso: así, no es el tradicional contador de chistes ni el imitador consumado y versátil que sobrada fortuna tuvo entre nosotros de recordar la era de una popular programación de las televisoras comerciales que lidiaban con el Estado, a veces, confrontándolo amargamente.
Nos atrevemos a caracterizarlo como un humorista de situación, cronista de la Venezuela profunda que sufrió el poderoso impacto de un régimen que la dislocó, o intenta todavía hacerlo, aún en términos criminalmente identitarios. Es el sociólogo de preciso bisturí que rinde el testimonio fiel de lo que fuimos, al mismo tiempo que un lingüista desembozado, cuya radical sinceridad constituye el secreto de su gracia: la mirada es a través del país de las viejas movilidades sociales, expuesta una clase media al habla que nos pone en solfa con circunstancias que nos fueron y son muy comunes, redondeando una versión atinada que los narradores, cineastas y poetas tardan demasiado en dar.
Incluso, aplaudido por quienes son usufructuarios del presente régimen, habrá quien posiblemente planeé traerlo y ofrecer un espectáculo de encarecidas entradas, en este agujero de las calamidades humanitarias. En todo caso, ojalá que Yorch Jarris no ceda a tamaña tentación, renegando de sí y de su consecuente público.
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