Mi papá culmina su carrera de piloto
Tras 53 años volando, este año mi papá culminó oficialmente su carrera de aviador comercial. Para que sólo imaginen lo que significa eso para él, es como que a un contratista del Estado le prohíban inflar presupuestos.
Son 53 años en donde mi papá voló aviones como el DC-9, 747, DC-10, A300, 727, MD-80, Beechcraft 1900, el 737 y hasta los papagayos que nos regaló. 53 años en donde voló en aerolíneas como Avensa, Viasa, Martinair, Ecuatoriana, Air Aruba, Rutaca, Láser, Avior y Venezolana; maniobrando incluso por la turbulencia de una aviación venezolana en crisis.
53 años en donde siempre aplicó lo que me dijo una vez cuando me enseñaba a conducir: “Tienes que manejar imaginándote que atrás llevas a una viejita de 93 años”. Y bajo ese principio, completó una carrera equivalente a llegar al Salón de la Fama en el béisbol (o a cantar en un karaoke sin desafinar en una sola nota).
Un viaje que comenzó cuando mi papá, siendo niño, acostaba en el piso una escalera de pintar, se sentaba en la punta y en cada uno de los recuadros ponía a sus hermanas, a unos peluches y a la otra hermana que quedaba de pie, la nombraba azafata. Entonces comenzaba a anunciar que se ajustaran los cinturones porque ya iba a despegar el vuelo. Y aunque él imaginaba que era un vuelo de verdad, lo que no sabía es que era el vuelo que lo llevaría hacia la dicha de encontrar para qué lo había puesto Dios en este planeta.
Porque mi papá es piloto desde una época en donde nadie decía “qué resiliente se siente hacer ayuno intermitente… ¡Literal!”. De esa época en donde volar era vestirse elegante, donde todos los pasajeros veían la misma película proyectada en la misma pantalla, donde los baños del avión tenían botellitas de colonia y donde las aeromozas te daban comida caliente y cubiertos de metal mientras reposabas sobre un asiento acolchado en el cual tus rodillas no se sentían viviendo acinadas en un apartamento tipo estudio.
53 años de carrera de los cuales yo presencié 43, dándome cuenta de que casi nadie sabe lo que es tener un papá piloto, pues vives cosas como éstas:
Viajé muchísimo con él y descubrí que la verdadera amenaza en un avión no es que se monte un terrorista, sino que el capitán lleve en la cabina a un hijo de ocho años que tiene ganas de jurungar todo como si eso fuese una sala de videojuegos.
La aviación es una carrera en donde los pilotos no pueden llevarse el trabajo a la casa. Algo que le genera mucha envidia al emprendedor de hoy.
Recuerdo que una amiga mía iba a viajar en un vuelo de mi papá y, aprovechando la confianza, lo llamó para decirle que lo demorara porque ella aún iba vía al aeropuerto. Mi papá, siempre tan considerado con la gente, hizo lo que haría todo buen amigo: la dejó para que aprendiera (recordemos que atrás llevaba su avión lleno de “viejitas de 93 años”).
En la casa, afortunadamente nunca sentimos miedo de que mi papá se estrellara. El verdadero pánico era cuando mi papá salía de viaje un fin de semana, nos quedaba la casa sola y después había que dejarla pulcra para cuando él llegara.
Cuando decía que mi papá estaba volando, nunca faltó quien me preguntara: “¿Tu viejo fuma de aquello?”. Y en mi carrera de comediante también me recomendaron: “Abre diciendo que le dedicas el show a tu papá que está en el cielo… pero porque es piloto”.
Más o menos así fueron estos 53 años. Una carrera en donde mi papá comenzó con un tipo de aviación en 1971 y culminó con otra, muy distinta, en 2024. Aunque me atrevería a pensar que él se inclina más por la de los ‘70; pues en ese gran viaje de crianza que nos dio, nuestro hogar siempre tuvo baños con botellitas de colonia, comida caliente, cubiertos de metal y muebles bien acolchados en donde nuestras rodillas disfrutaban de vivir en un apartamento amplio. Lindos recuerdos que me deja ese gran piloto a quien le estoy muy agradecido, pues de seguro serán memorias que me llenarán mucho el corazón cuando llegue ese día en el que me toque ser ese viejito de 93 años.
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