Procesiones
Desde principios de año, nos afiliamos a una cuenta sevillana de Tik-Tok relacionada con las procesiones de Semana Santa. No impresionó la complejidad del trabajo que incluye el duro entrenamiento de los costaleros con la enorme y pesada parihuela, siguiendo una larga y hermosa tradición; y tanta fue la impresión, que adscribimos a otras dos o tres cuentas similares.
La actividad fundamental ha generado otras relacionadas con una cierta coreografía, imágenes alternas, motivos musicales, ventimenta, orientadas para un recorrido de devoción.
Podrá argumentarse el interés comercial y específicamente turístico de la actividad, algo inevitable, pero no menos importante es señalar la dirección ejercida por el obispado correspondiente que no la hace esencial y sustancialmente crematística y utilitaria.
De modo que no tratamos de una iniciativa espontánea, improvisada y repentina. Y, si es de hacer alguna comparación con otra legítima faena a cumplir en una semana o unos días, para la cual el resto del año se mueve y se prepara toda una industria, carnavales como los de Brasil distan mucho del específico y trascedente propósito de las procesiones católicas.
En una España cada vez más descreída, como está ocurriendo en toda Europa, llama la atención la extraordinaria concurrencia a las procesiones, por lo menos, las que más se esmeran durante el año por atraer a las personas.
E, incluso, nos conmovió muy recientemente, el video tomado a media distancia de una procesión acompañada por devotos también descubiertos mientras lloviznaba: lo impresionante fue que los espectadores u observadores que estaban parados, e, igualmente, al descubierto, sólo sacaron sus paraguas toda vez que se alejó la procesión.
Es nuestra la impresión, con las excepciones del caso, que la actividad en el medio urbano venezolano prácticamente está desaparecida. Comporta una profunda convicción para el sacrificio de cargar con una pesada parihuela y una sencilla pieza, como de acompañarla en oración.
Acotemos, las concretas circunstancias impuestas por el régimen, no facilitan el tiempo y el esfuerzo necesario para hacer las procesiones, por cierto, ganando terreno una cultura que es la del pensamiento mágico-religioso predominante en el curso de esta centuria.
Además, sugiere la existencia de hermandades y cofradías para promoverlas y competir sanamente entre síes, cosa que no es del gusto de los sectores oficialistas.
La vieja prensa nos reporta grandes procesiones en la Venezuela de antes, y, como bien recordaba Nicomedes Febres en Facebook, hasta los años sesenta y setenta del veinte, las emisoras radiales transmitían música académica y la televisión reiteraba las películas hollywoodenses de siempre; antes y ahora, tuvimos parihuelas muy modestas de compararlas con las españolas, italianas, colombianas, mexicanas, o estadounidenses, incluso.
Empero, lo cierto es que, descreída la sociedad más contemporánea, por un motivo o por otro, las nuevas generaciones tienden a desconocer estas experiencias de devoción católica, ocurriendo con actividades de otras confesiones organizadas, como si el hombre pudiera prescindir de toda trascendencia, de toda posteridad, de un ir más allá de la punta de la nariz.
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