Mi estatura no es de altura
Yo mido 1,92 metros y mi día siempre comienza despertando en una cama donde no me caben los pies y, además, se me salen de la cobija.
Después debo ir al baño para sentir el vértigo de cepillarme los dientes y lavarme la cara porque el lavamanos me llega por las rodillas. Por eso termino usando crema dental, crema para afeitarme y crema para el lumbago. Después hago ejercicios de cuádriceps, pero porque debo usar una poceta que está dos pisos térmicos más abajo que el lavamanos.
Luego viene el momento de ducharme, para lo cual tengo un papelito pegado en la ducha que dice: “Échate champú”. Es que siempre se me olvida porque la ducha me echa agua en el pecho y para mojarme el cabello debo agacharme cual jirafa cuando la bañan con manguera.
Ahora viene la difícil tarea de escoger con qué vestirme. No para ver cuál combinación me queda mejor, sino porque me toca escoger entre tres tipos de ropa. La que me encogió la secadora y me hace ver como gimnasta olímpico. La camisa que me trajo un familiar de un viaje diciendo: “Yo sé que tú me dijiste XL, pero cuando la vi me pareció demasiado grande y te traje esta M”. O si no, la XL que yo mismo me compré, pero luego me di cuenta de que es una “XL” hecha con un patrón textil para pigmeos del Congo y me hace ver como ombligo que pide auxilio en un jean chupi-chupi.
Llega el momento de amarrarme los zapatos. Que en mi caso hasta implica sellar pasaporte, porque es como viajar desde la punta del Everest hasta la orilla de una playa en Chichiriviche. Y tras amarrármelos, debo subir de nuevo, lo cual me provoca mal de páramo.
Entonces salgo de mi apartamento para tomar el ascensor, aunque ya sé que no debo esperarlo tan pegado a la puerta porque asusto a la gente cuando ésta se abre y sólo ven un pecho sin cabeza. Claro, después vienen risas nerviosas acompañadas de un comentario muy original, único, innovador y pionero que jamás he escuchado en mi vida:
- ¿Y cómo está la temperatura allá arriba?
- Nevando, por eso me puse gorra.
O si no, es éste:
- Para hablar con usted hay que doblar el cuello y uno termina con tortícolis.
- Qué casualidad, porque yo también debo doblarlo y termino viéndole todas las fosas nasales.
Y si en el ascensor viene una mamá con un niñito, no es raro que ella me ponga de ejemplo para su hijo:
- Mi amor, debes comerte todo para que crezcas como el señor, ¿verdad? Dígale qué comía usted todos los días.
- Cereal con leche.
- Ah…
Llego abajo a la puerta del edificio y ahora debo elegir en cuál medio de transporte me voy:
¿Será mototaxi? Mejor no, porque me termino viendo como cuando Mickey lleva a Goofy.
¿Autobús? Es la mejor opción si quiero llegar rápido a sacarme tres chichones con las barandas del techo.
¿Y taxi? Seguro es un carro pequeño y me veré como adolescente en un carrito chocón. Además, tendré que sacar la cabeza por la ventana como un perro.
Por eso mejor me voy a pie y hasta llego más rápido, ya que cada zancada mía abarca dos parroquias.
Supongamos que todo esto es para ir a una fiesta. La gente piensa que ser alto genera impacto cuando uno llega al evento, pero no. Más bien paso pena. Paso pena cuando nadie se quiere tomar una foto conmigo para no verse enano. Paso pena cuando bailo merengue con una mujer que me llega por el ombligo y me toca a mí dar la vuelta. Paso pena cuando no escucho ningún chisme porque la música está dura y todas las conversaciones ocurren a un metro debajo de mis orejas. Paso pena cuando me encorvo para escuchar estos chismes y alguien me dice: “¡Enderézate, que vas a quedar jorobado!”. Por eso, cuando llega la orquesta, me pongo frente a la tarima para que nadie la vea bien.
Digamos que después de la fiesta vamos a comer algo. No falta quien proponga: “Pidamos una pizza o arroz chino para compartir”. Querido amigo que quiere compartir todo: por favor no haga eso cuando hay un alto. Aunque nos veamos flacos, nosotros en verdad somos unos gordos camuflados. De hecho, nos podemos comer la pizza entera, de postre el arroz chino e igual quedamos fallos.
Por tanto, no se ofenda si me ve pidiendo mi comida aparte. Lo hago por el bien del grupo. Así, además me termina dando sueño. Ese sueñito sabroso para llegar a la casa y meterme a dormir de una. Claro, después de ponerme un par de medias porque lamentablemente duermo en una cama donde no me caben los pies y, aparte, se me salen de la cobija.
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