¿Dijimos, país de pies y pasos sanos?
Un remoto recuerdo, no precisamos ahora la sala, aquella vez fuimos a un concierto en la Ríos Reyna, o en la José Félix Rivas del teatro Teresa Carreño. Ambos notamos algo raro desde nuestras cercanas butacas en torno al joven violinista que ya descollaba a mediados de los ochenta del veinte, verificando al concluir la jornada que, en efecto, el elegante smokin acostumbrado remataba en un par de zapatos deportivos, negros opacos: en el intermedio, intercambiamos un simpático gesto de complicidad.
Y es que, sencillamente, no se acostumbraba tal calzado con la vestimenta, pero, ella, tan observadora, descubrió y celebró la ocurrencia que posiblemente tradujo una circunstancia sobrevenida, o un ya arraigado sentido de la comodidad. Digamos, tampoco se acostumbraban las botas altas de goma entre los soldados, como ocurre ahora.
Suponemos que el diseño, los materiales y la fabricación del calzado tienen un específico propósito social, responden a una determinada y diferenciada narrativa de la convivencia humana por los usos y costumbres: hay formalidades, incluso, extremas para determinados actos, eventos y relacionamientos, contrastantes con otros explicados por una infinita espontaneidad, y, quizá, por ello, no termina de convencernos que un abogado diligencie un expediente en los tribunales, con una indumentaria para un día de feria y de playa.
En los tiempos que corren, absolutamente todos solemos emplear los tenis que son más confortables para lidiar con los días de intenso calor, aunque – entendemos – los pies requieren igualmente de un poco más de rigidez en el perpetuo entrenamiento que implica sostenernos, en movimiento o no.
Incluso, preocupa la cada vez más acentuada escasez de las casas que muy antes ofertaban servicios y productos ortopédicos, como si ya no existiera mercado alguno para necesidades que ya están ampliamente satisfechas. Esto es, nos encontramos en un país de pies y pasos, sanos.
Pocas veces, nos percatamos no sólo del auge de los zapatos de goma, sino de las más de quince específicas disciplinas deportivas a las que el fabricante y distribuidor atiende, porque no es igual la pieza para trotar largas distancias que la del delimitado espacio del basquetbolista, del atrevido senderista al igual que hay los llamados relojes inteligentes que cuentan y muy bien las brazadas al lado de otros que miden la sola y pausada caminata, en un marco de variedades propias del ingenio capitalista.
Sin embargo, a pesar de la cada vez más sorprendente proeza ergonómica de calzados resultantes de una rentabilísima ingeniería de materiales, y de la vasta economía del contrabando a la que ha dado – precisamente – pie, pasa por debajo de la mesa hasta para los artistas plásticos, pues, costó mucho conseguir una ilustración como la de Denis Krupchatnikov.
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