Una pagoda en el mare magnum de la información

En días pasados, apreciamos una formidable gráfica de un niño caminando unas esculturas consecutivas de monjes budistas en un templo de Trapeang Thma, provincia de Banteay Meanchey, Camboya. Nos interesó inmediatamente la magnífica imagen de Tang Chhin Sothy (AFP/Getty Images), publicada originalmente con una tonalidad anaranjada por The Guardian (24/03/25), y, al día siguiente, sin identificar al autor, con una tonalidad amarilla, por La Vanguardia.
¿Cuál fue el interés, se dirá? Digamos, la supervivencia de la obra artística en el país de una ubicación tan propicia para toda suerte de conflictos bélicos, el rápido registro de autoría de la gráfica, y, lo que podría denominarse, el inmenso cementerio de la información digital.
Antes, habríamos tardado en conseguir información sobre los particulares a través de gruesos tomos impresos, acaso, disponibles en casa y quién sabe si otras enciclopedias más acreditadas en una biblioteca cercana; ahora, las redes se encargan inmediatamente de reportarnos la novedad. No obstante, Camboya fue un nombre que tan familiar desde la infancia, muy raras veces ahora se lee y escucha: excepto las fuentes especializadas o académicas, a sabiendas que sólo son fáciles de conseguir las imágenes y textos ligeros de una mayor y consistente demanda de usuarios, transitamos y fallamos con un vasto y difícil cementerio digital.

En nuestros tiempos mozos, el país en cuestión era una trillada noticia al convertirse en el otro escenario de la guerra de Vietnam, ocasionando el genocidio de los Jémeres Rojos (Khmers Rouges, en francés; Khmer Krahom, en camboyano), entre 1975 y 1979, valga recalcar, tan injusta y terriblemente olvidado (casi dos millones de víctimas). Luego de los acuerdos de París en 1991, cesó la confrontación camboyano-vietnamita, brevemente conducida la nación por la Autoridad Provisional de las Naciones Unidas; se estableció en Camboya una monarquía constitucional, aunque el Partido Popular lo gobierna desde 1997, tras un golpe de Estado, según la curiosa información de Wikipedia que da cuenta de un gran crecimiento económico en los últimos años, gozando de significativas inversiones extranjeras e importantes reservas petroleras y gasíferas todavía vírgenes dada una disputa fronteriza con Tailandia.
De una predominante población budista, explicamos no sólo la importancia de las pagodas en Camboya, sino su antigüedad y, gracias a la IA asociada a nuestra cuenta de correos, nos percatamos de una confusión informativa: Ang Trapeang Thma es una localidad establecida hace mil años, muy reconocida por su embalse. Luego, no encontramos rastro del templo y, lo que es peor, la fotografía que nos atrajo tanto es la de un sendero que no sabemos si conduce o no al inmueble, y, faltando poco, presuntamente tratamos de un estancia surcoreana.
De modo que nuestra intención original era la de rendir tributo a una pagoda que había sobrevivido con el tiempo, en una región de historial muy rudo, en contraste con la destrucción talibana de monumentos de antigua data en Afganistán, por citar un caso; o la recuperación de un país y el automático como universal registro de la autoría y propiedad de la gráfica. Pero, en el mare magnum comercial de la información incesante, repleta de contradicciones.
Una nota de divertimento, se hizo de inesperada indagación en menos de veinte minutos. Y, seguramente, quedará por ahí el tópico hasta que podamos aclarar definitivamente el asunto que afecta la credibilidad de los diarios ya citados.
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