Salmo del ascensor

Querido ascensor, ¿qué tienes contra nosotros los humanos que te inventamos? Pues apenas cruzamos tus puertas y entramos a tus fauces, dejas ver que en verdad no fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. ¿Es que acaso nos tienes montado un experimento social?

Porque fuera de ti, escuchamos música y mensajes que nos llegan al celular. Pero apenas entramos en ti, se nos activa la sordera y no somos capaces ni de escuchar un “Buenos días”. ¡Y a centímetros de nuestra oreja! Roguemos al ascensor. Te lo pedimos, ascensor.

Porque fuera de ti, hablamos por teléfono y chismeamos más que unas amigas después de una fiesta. Pero apenas entramos en ti, pareciera que nos comen la lengua no unos ratones, sino unas comadrejas, pues nos convertimos en soldados del palacio de Buckingham (así el ascensor esté en Chichiriviche). Roguemos al ascensor. Te lo pedimos, ascensor.

Porque fuera de ti, vivimos quejándonos de que los políticos nos pisotean. Pero si entramos cuando tú estás vacío, nos convertirnos en dueños de esas puertas que suben hacia el cielo para elegir quién entra y quién no. O sea, nos convertimos en San Pedro. Roguemos al ascensor. Te lo pedimos, ascensor.

Porque fuera de ti, solemos tener conversaciones con desconocidos. Y si en dichas conversaciones hallamos coincidencias, comenzamos a pensar: “¿Será que estoy hablando con mi alma gemela? ¿Será éste el amor de mi vida?”. Pero si entramos dentro de ti junto a un extraño, todo cambia. Pues si éste resulta ir a nuestro mismo piso, inmediatamente pensamos: “¡Me van a secuestrar!”. Roguemos al ascensor. Te lo pedimos, ascensor.

Porque fuera de ti, ya casi nadie escribe con lápiz y papel. Pero si entramos en ti y encontramos un comunicado diciendo que las mascotas no deben hacerse en las áreas comunes del edificio, recordamos que en el fondo de nuestro bolso hay un lapicito gastado y chiquitico que parece hecho con madera de bonsái. Entonces lo sacamos y escribimos a un ladito el comunicado: “Como las minas terrestres del golden del 62”. Roguemos al ascensor. Te lo pedimos, ascensor.

Porque fuera de ti, casi nadie ha visto un agujero negro del espacio. Mucho menos sabemos si en verdad absorben la materia. Pero apenas se abren tus puertas y comenzamos a entrar en ti, sujetamos fuertemente el celular y las llaves, pues sabemos que, si se caen, podrían ser chupadas por ese agujero negro que divide al ascensor del concreto del edificio. Un agujero que se lleva todo a otra galaxia en donde hay un Dios que algunos aseguran haber visto: el técnico del ascensor. Roguemos al ascensor. Te lo pedimos, ascensor.

Porque fuera de ti, una persona sudada es un deportista que cuida de su salud. Pero dentro de ti, esa misma persona es una amenaza biológica. Roguemos al ascensor. Te lo pedimos, ascensor.

Porque fuera de ti, nuestro estómago se comporta muy educadamente (así le hayamos dado sopa de lentejas y café con leche). Pero apenas se abren tus puertas y nuestro estómago detecta que cruzó tu agujero negro, se nos activa el otro agujero negro. Roguemos al ascensor. Te lo pedimos, ascensor.

Por eso, ascensor, ¿qué ganas despertando en nosotros ese lado bajo y ruin? Menos mal y tienes tus excepciones. Porque hay personas que fuera de ti son malas y luego tú las vuelves buenas. Como los que quieren bajar, pero te llaman con el botón de subir. Son seres que al entrar en ti dicen: “Ay, ¿van subiendo?… ¡Nosotros vamos bajando, perdón!”. Afortunadamente tú nos entrenaste bien, ascensor. Porque ante ellos se nos activa la sordera y terminamos sin decirles nada. Roguemos al ascensor. Te lo pedimos, ascensor.

Reuben Morales
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