Los Yankees no juegan en cancha

Recientemente tuve la oportunidad de ir a Nueva York gracias a la invitación de mi amiga Marileé quien, para sorpresa mía, vive a dos cuadras del Yankee Stadium. Imagínense, tras semejante cortesía de su parte, lo menos que yo podía hacer era invitarla a un juego. Entonces compré dos entradas para uno contra las Mantarrayas de Tampa Bay y así fue como llegó el día y fuimos. Como cuando ella vivía en Mariara, que salía a tomar aire en el porche de su casa, esta vez su porche era el mismísimo Yankee Stadium.
Debo confesar que, al entrar en ese monumento, se me despertó algo que los grandes científicos de la Universidad de Stanford catalogan como el gen “fan enamorada”, pues apenas vi el terreno se me salieron las lágrimas cual picador de cebollas. Aunque luego dicho gen se me fue apagando cuando empezamos a ver el juego y me iba dando cuenta de que mi amiga Marileé sabe de pelota lo mismo que yo de plomería de aviones. Pues su conversa conmigo fue así:
- Está bonita la grama de la cancha, ¿no?
- Marileé, eso no es una cancha.
- ¿Y qué es, pues? ¿No van a jugar ahí?
- Eso es un terreno, un campo. Las canchas son de cemento o de parqué.
- Ah, bueno, lo importante es que se ve bien fino con todos esos peloteros en sus outfits.
- Marileé, esos no son outfits. Son uniformes. Ellos no es que se pasan una hora combinándose la camisa con el pantalón para ver si están bonitos. Esos uniformes se los da el equipo para que los usen cuando lleguen a Grandes Ligas.
- ¿Y cómo hacen para llegar a Grandes Ligas?
- Los ve un scout.
- ¿De los boy scouts?… ¿Los de verde que usan corbata?
- ¡No! Los scouts son unos cazadores de talento que buscan a los mejores peloteros para firmarlos.
- Ah, claro, firman a los que lancen o bateen más duro el balón.
- ¡La pelota, Marileé! Un balón se infla y es de básquet, fútbol, volibol… En béisbol se le dice pelota o si no, también le puedes decir bola.
- No, bola suena muy grosero.
Fue entonces cuando comenzó a llover, así como que si Dios le fuese a los Yankees y estaba buscando evitarse que les voltearan ese juego que ya iban ganando. Inmediatamente, los jugadores se fueron corriendo de “la cancha”.
- Ay, Reuben, esto como que se terminó porque los jugadores se metieron a los camerinos.
- ¡Marileé, esos no son camerinos! Lo que se ve desde aquí es el dogout y lo que está más adentro es el clubhouse. Ni que esto fuera el Miss Venezuela.
- Hasta el árbitro se fue.
- ¡El ampáyer!
De hecho, no salieron más. Llegó a su fin esa clase de béisbol inesperada porque a nosotros también nos tocó meternos de vuelta en la casa de Marileé para que no nos agarrara el sereno de su particular porche neoyorquino.
Fue gracias a esa lluvia que quizás me ahorré una hora más de discusiones para aclararle a Marileé que en el béisbol el jardinero no corta grama, el camarero no atiende comensales, no todas las mascotas animan y nadie va preso por robar bases.
Aunque fue ahí cuando comprendí que mi amiga, sin saberlo, no solo me regaló una tarde en el porche de su nueva casa en el Bronx. Además, me regaló uno de los juegos de béisbol más divertidos de mi vida. Cuánto deseo que en un futuro mi amiga Marileé y yo podamos ver otro juego nuevamente ahí, en Nueva York. Aunque ojalá esta vez sea de fútbol americano.
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