Prohibí los teléfonos en mi aula universitaria. A los estudiantes les encantó

He impartido el mismo curso a una clase de estudiantes de licenciatura, maestría en administración, medicina y enfermería cada año durante más de una década. Aunque no cambié mis clases ni mi estilo de enseñanza, de alguna manera las evaluaciones de los alumnos de la clase del año pasado fueron mejores que nunca:

“Este curso me ha enseñado más que cualquier otro curso que haya aprendido en Penn …”.

“El mejor curso que he llevado nunca”.

“¡¡¡Una clase increíble!!!”.

El Times  Una selección de lecturas que no encontrarás en otro lugar, con eñes y acentos.

De todas las críticas, solo una era negativa. Pero no se trata de presumir: no creo que estos comentarios reflejen nada sobre mí y mi capacidad de enseñanza. Estoy enseñando básicamente de la misma manera que lo he hecho durante años.

¿Qué ha cambiado? Prohibí todos los teléfonos celulares y la toma de apuntes por computadora en el aula, con la excepción de que los alumnos podían utilizar un dispositivo si escribían con un lápiz óptico. Al principio, mis alumnos se mostraron escépticos, si no es que se opusieron totalmente. Pero al cabo de un par de semanas, reconocieron que les iba mejor: eran más capaces de absorber y retener la información, y podían disfrutar más de su tiempo en clase.

Mi política exigía que los teléfonos estuvieran apagados y, lo que es más importante, que no estuvieran visibles en los pupitres. Permitía que los alumnos que esperaran llamadas urgentes —por ejemplo, de su cónyuge a punto de tener un bebé— tuvieran un teléfono celular a mano durante la clase.

Las sesiones de clase se graban, y las transcripciones de las conferencias están disponibles en cualquier momento después de la clase para los estudiantes con adaptaciones académicas o para quien quiera volver a repasarlas.

Mis 40 años de intuición pedagógica me dicen que este cambio hizo que los alumnos se distrajeran menos y participaran más. Creo que les hizo estar más atentos y satisfechos con el aprendizaje.

Asociar la política de no utilizar dispositivos digitales con evaluaciones altas de los cursos es solo mi intuición, pero concuerda con los datos disponibles sobre los efectos de tomar apuntes con la computadora en la retención del material de clase y el impacto de los teléfonos celulares —incluso apagados— en la calidad y la satisfacción de las interacciones persona a persona.

Para ayudar a vender esta política, presenté en la primera clase del curso un estudio que demostraba que los alumnos que debían tomar apuntes a mano retenían mucha más información que los que utilizaban computadoras. La razón es que con las computadoras, los alumnos pueden teclear tan rápido como hablo y esforzarse por transcribir literalmente, pero casi no hay procesamiento mental del contenido de la clase. Por el contrario, prácticamente nadie puede escribir a mano 125 palabras por minuto durante 90 minutos. Así pues, las notas escritas a mano requieren un procesamiento mental simultáneo para determinar los puntos importantes que hay que registrar. Este procesamiento codifica el material en el cerebro de forma diferente y facilita la retención a más largo plazo.

Los datos sobre el efecto de distracción de los teléfonos celulares — —incluso cuando están boca abajo y apagados— son contundentes. En un estudio, los investigadores matricularon a 520 estudiantes universitarios a quienes se les exigió que tuvieran apagados los timbres y las funciones de vibración de sus teléfonos durante la clase. Los miembros de un grupo colocaron sus teléfonos boca abajo sobre sus mesas. Los miembros de un segundo grupo colocaron sus teléfonos en bolsos o bolsillos. Los miembros de un tercer grupo guardaron sus teléfonos en otra habitación. A continuación, se sometió a todos los alumnos a pruebas cognitivas para evaluar la concentración mental y la atención.

Una de las pruebas evaluaba su capacidad para resolver problemas matemáticos sin perder de vista secuencias de letras generadas aleatoriamente. Otra consistía en resolver problemas nuevos, como completar un diseño. Los alumnos obtuvieron los peores resultados en ambas pruebas cuando los teléfonos estaban sobre los pupitres, los siguientes peores cuando estaban colocados en bolsos o bolsillos y los mejores cuando estaban guardados en otra habitación.

Curiosamente, cuando se les preguntó, los estudiantes afirmaron no percibir ninguna diferencia en los pensamientos relacionados con el teléfono independientemente de su ubicación. Los investigadores del estudio argumentaron que “la mera presencia del propio teléfono inteligente reduce la capacidad cognitiva disponible, incluso cuando no se utiliza”. Traducción: los celulares no nos hacen más inteligentes. De hecho, todo lo contrario.

La presencia de celulares también socava la calidad de las interacciones sociales en persona. En otro estudio, investigadores de la Columbia Británica les pidieron a personas que fueran a un restaurante con familiares o amigos. A algunos se les permitió dejar el teléfono sobre la mesa durante la comida; a otros, no. Los que tenían el teléfono en la mesa se distraían más y eran menos capaces de relacionarse con sus compañeros de cena, que estaban sentados allí mismo, incluso cuando no utilizaban el teléfono. Los comensales que tenían el teléfono en la mesa también se aburrían más y disfrutaban menos de la experiencia gastronómica.

Estos son argumentos de peso para prohibir los teléfonos y las computadoras portátiles en las escuelas, sea en el aula, en la cafetería, durante los recesos o en otros momentos de la jornada escolar. Afortunadamente, estos datos han precipitado nuevas políticas en todo el país. En abril, 11 estados habían promulgado prohibiciones o restricciones estatales sobre el uso o el acceso a los teléfonos celulares en los centros públicos de enseñanza primaria y secundaria. Otros estados tienen legislación pendiente para prohibir o restringir el uso o el acceso de los alumnos al teléfono en la escuela.

Esta tendencia no ha calado en los colegios y universidades. En mis búsquedas solo he encontrado una pequeña universidad, Wyoming Catholic College, que ha prohibido los teléfonos celulares en el aula. Aunque la mayoría de los estudiantes universitarios son adultos legales, la neurociencia nos enseña que no son biológicamente adultos. Sus cortezas prefrontales, la parte del cerebro que controla la planificación, el funcionamiento ejecutivo y la asunción de riesgos, no están plenamente desarrolladas. A veces no tienen buen juicio, actúan impulsivamente y toman decisiones que perjudican sus relaciones sociales y su aprendizaje. Esa es una de las razones por las que la educación de los alumnos, sobre todo los universitarios, se confía a profesores y dirigentes universitarios.

Lo que realmente me gustaría es que todas las aulas universitarias se trataran más como las instalaciones de información compartimentada confidencial, o SCIF por su sigla en inglés, de la Casa Blanca y otros edificios gubernamentales: los teléfonos no están permitidos y se guardan bajo llave en cubículos fuera de cada aula. Los alumnos tendrían que depositar sus teléfonos antes de la clase y recogerlos después. Lo ideal sería que los profesores pudieran optar por no aplicar esta política, sobre todo si los teléfonos u otros dispositivos móviles fueran parte integrante del proceso educativo y del contenido de la clase.

Desde luego, no soy el único que piensa así. Hace poco me enteré de que mi clase no era la única de la Universidad de Pensilvania que prohibía los teléfonos celulares. Al menos un profesor de filosofía del campus también prohíbe los teléfonos en su clase. Y en una clase de religión titulada “Vivir deliberadamente: monjes, santos y la vida contemplativa”, se les pide a los estudiantes que renuncien a sus teléfonos durante 30 días como parte de la experiencia de una vida monástica.

Si las prohibiciones de teléfonos y computadoras en las clases se generalizaran, los alumnos podrían aprender más de sus clases, estar más dispuestos a decir lo que piensan en clase, sentirse más a gusto en sus interacciones sociales y sentirse más realizados. Volvamos a los buenos tiempos, hace casi dos décadas, cuando los alumnos solo tenían teléfonos con tapa y aprendían más.

Por: Ezekiel J. Emanuel es médico y profesor de ética médica y política sanitaria en la Universidad de Pensilvania.

Fuente original: The New York Times

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