La dictadura del «¡Hola! ¿Cómo estás?»

Yo creía que las preguntas más importantes del ser humano eran “¿De dónde venimos?” y “¿Hacia dónde vamos?”, pero me di cuenta de que las supera una tercera: el “¡Hola! ¿Cómo estás?”.
¿Han pensado en cuántos años de vida se le van a una persona saludando? Lo mismo que suman todos los episodios de Yo soy Betty, la fea. Tiempo que uno podría usar durmiendo, compartiendo con la familia o tomando el diplomado “Técnicas para que tu firma quede igualita cuando vas a pagar y te piden hacerla con el dedo”.
Porque no es solo ese tiempo que pasamos saludando, sino también el que pasamos eligiendo cómo vamos a saludar. ¿De beso, abrazo, puñito, choque de codo, levantada de cabeza o un “¿qué más?” desde lejitos? Todo lo cual se complica cuando saludamos de abrazo y palmoteo y resulta que la persona estaba bronceada o recién tatuada.
Y dígame cuando uno está sentado y hay que saludar. ¿A juro hay que levantarse? ¿Y si no quiero ponerme de pie para que no me truenen las rodillas o me dé un mareo repentino? ¿Y si llevo rato bebiendo sentado y no quiero pararme para que no se me estalle la pea?
Porque mientras uno decide cómo saludar, también piensa en cómo lo saludarán a uno. ¿Me apretará la mano pasivo-agresivamente o me la dará flojita, cual bistec crudo? ¿Tendrá la mano sudada como esponja de fregadero o callosa como la del conguero de Celia Cruz? ¿Es de los que estampa besos y te deja el cachete como nariz de perro? ¿Dará el puñito tan duro que me dejará los nudillos como tomates cherri? ¿Debajo de esos lentes de sol esconde conjuntivitis? ¿Me echará toda la culpa de no habernos visto con un “¡Estás perdido!”? ¿Tras un año sin vernos me saludará diciendo “¡Justo estaba por llamarte!”?
Por eso creo que los humanos deberíamos aceptar que nos queremos, pero que tampoco hace falta saludarnos a cada rato. Hasta deberíamos crear algo así como las “Normas del buen saludante”. Un manual con reglas como estas:
- Prohibido saludar en partidos de tenis, golf, clases de yoga o en medio de una balacera.
- Prohibido saludar cuando se llegue tarde a cines, misas, clases, videollamadas u orgías.
- Prohibido saludar a compañeros de trabajo a quienes hayas visto hace menos de veinticuatro horas.
- Prohibido saludar a alguien en persona si ya lo saludaste antes por WhatsApp. Incluye los saludos en los grupos.
- Prohibido saludar a personas que ya tengan una conversación andando (a menos que seas el jefe que les paga el salario).
- Prohibido saludar a todo ser humano que esté claramente apurado, como a quien le acaban de decir que en diez minutos le quitan el agua.
Son apenas el comienzo de unas reglas que ni siquiera abarcan a ese inseparable amigo del saludo: el “¿Cómo estás?”. Porque a mis cuarenta y cinco años de vida me pregunto si realmente nos interesa saber cómo está alguien. Simplemente podríamos ir abandonando esa zoquetada con responder al “¿Cómo estás?” de una forma literal, usando cosas como:
- Despierto.
- Respirando.
- Vivo.
- Existiendo.
- De pie.
- Sentado.
- Sin ganas de saludar.
- Estaba bien hasta que preguntaste.
También podríamos abordar el tema del saludo, así como el de la inseguridad. Una vez leí que el gran secreto para evitar atracos es tomar distancia de toda persona que se vea sospechosa. Por eso, si usted no quiere ser saludado, aléjese lo más que pueda de la gente. Así solo tendrá que saludar de cabeceo o con la mano. Y si no desea saludar del todo, entonces no haga contacto visual. Porque una mirada menos es un saludo menos.
Aunque quién sabe si sea bueno un mundo sin saludos. Pues, pensando en mi existencia, más bien debo agradecerle mucho al acto de saludar. No estuviese aquí hoy de no ser porque un día mis padres se encontraron, se miraron y se dijeron: “Hola, ¿cómo estás?”.
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