Adam Smith, lejos del capitalismo salvaje

Por: Noberto Olivar
Guillermo Rovirosa Albet (1897-1964), fundador de la Hermandad Obrera de Acción Católica —a quien muchos veneran como a un santo, al punto de haber propuesto su beatificación—, afirmó que “una obra maestra del diablo ha sido presentar la religión de Cristo como compatible con el capitalismo”.
Esa sentencia, en paralelo con la del papa Francisco, cuando advierte que la economía globalizada, centrada en el dios dinero y no en la persona, “es un terrorismo fundamental contra toda la humanidad”, nos convertiría, ipso facto, en enemigos del capitalismo.
El problema es que ningún pasaje de las Escrituras secunda esta condena, salvo en el caso de los usureros despiadados.
Pero lo que me vino a la memoria al leer la enérgica sentencia de Rovirosa Albet fue la reveladora afirmación del señor Friedrich von Hayek, economista y filósofo austriaco, Nobel de economía, quien apuntaba que los principios teóricos de la economía de mercado y los elementos básicos del liberalismo económico no fueron diseñados, como se creía, por calvinistas y protestantes escoceses perversos, sino por los jesuitas y miembros de la Escuela de Salamanca durante el Siglo de Oro español, como Francisco de Vitoria, Domingo de Soto o Luis de Molina.
La narrativa tradicional, por lo visto, ha endosado convenientemente las bases del liberalismo económico a la desalmada “ética protestante”, olvidando que los jesuitas fueron los primeros en redactar el manual del buen capitalista.
Alguien, con ganas de fastidiar, diría que la mano invisible del mercado es la mismísima mano de Dios: su voluntad contante y sonante reinando entre los hombres.
Un siglo después, , mejor conocida como , fue publicada en Londres a comienzos de marzo de 1776. Desde entonces, Adam Smith es una especie de sacerdote satánico y , la Biblia Negra del capitalismo.
Dice Carlos Rodríguez Braun, traductor y exégeta de la edición de Alianza Editorial, que “es curioso que con frecuencia sea Adam Smith caracterizado como la imagen del capitalismo salvaje, desconsiderado y brutal.
El primero que se indignaría ante semejante descripción sería sin duda él mismo, que era después de todo un profesor de moral preocupado por las reglas éticas que limitan y constriñen la conducta”.
Rodríguez Braun define a Smith como un “liberal matizado”. Otros rasgos biográficos lo pintan solitario, dedicado a su madre y querido por su comunidad. Por cierto, Rodríguez Braun no menciona el terruño salmantino del liberalismo.
A pesar de la salmantina del liberalismo, no podemos fiarnos de la esencia piadosa de la gente, como quisiera un Rutger Bregman, por ejemplo; porque de esa forma nuestras “relaciones” no serían duraderas. En cambio, orientados por el “interés individual” garantizamos su consecución: “No hemos de esperar que nuestra comida provenga de la benevolencia del carnicero ni del panadero, sino de su propio interés”, dice Smith.
Cierto es que nada se mueve sino por algún tipo de beneficio —económico o sentimental—, y esto significa que, aun de forma oblicua, ese movimiento nos satisface.
Ya lo dijo el señor Smith: “Por más egoísta que se pueda suponer al hombre, existen en su naturaleza principios que lo mueven a interesarse por la suerte de otros y a hacer que la felicidad de éstos le resulte necesaria, aunque no derive de ella nada más que el placer de contemplarla”.
Fuente: Clarin
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