Soy alto, blanco y con genes motilones

Si te interesa una sesión que combine bruja, chamán, regresión por hipnosis, grafología y ouija, te la tengo: hazte una prueba de ADN. Yo me la acabo de hacer y es muy fácil. Solo debes llenar un tubito de saliva, ante lo cual piensas: “¿Llenar un tubito de saliva? ¡Gran cosa!”. Pero ahora puedo asegurarles que ni un pelotero que se haya tragado un tubo de pasta de dientes lleno de chimó escupe tanto como escupí yo ese día.
Ahí entendí que las glándulas salivales son como los comediantes cuando te los encuentran en la calle y les pides un chiste: se trancan. ¿Qué hacía? ¿Bebía agua para producir más saliva? ¿De hacerlo saldría con genes aguados? Fue por eso que me esforcé y escupí más que llama de zoológico cuando se le acercan niños, aunque al final quedé como olla de presión, pues apenas y escupía vapor de agua.
Después me tocó mezclar la saliva con un reactivo azul que trae el kit y listo. Así lo envié al laboratorio por correo para que allá descifraran mi ADN mientras yo seguía descifrando cómo rayos se dice “ácido desoxirribonucleico”.
Pasadas unas semanas, al fin llegaron mis resultados. Lo que me esperaba: salí 50 % mi mamá, 50 % mi papá. No, mentira, además de eso el estudio reveló que mi ADN se compone de una mezcla muy particular:
Soy 32 % alemán.
21 % español.
11 % inglés.
9 % vasco.
8 % portugués.
5 % escocés.
2 % danés.
En total, un 88 % europeo y otro 12 % de mis probabilidades reales de tener un pasaporte de la comunidad europea hoy. Todo un escenario que me deja con una gran ventaja: puedo dar excusas basadas en mi ADN. Porque si a alguien le molesta algo de mí, entonces puedo decirle: “No eres tú, soy yo y mi ADN”. Pues miren:
Si planifico hasta el sexo, no es que sea poco romántico. Es mi lado alemán.
Si tomo siestas, no es que sea flojo. Es mi lado español.
Si soy muy puntual, sorry. Es mi lado inglés.
Si no soy de andar en grupo, no es que sea antipático. Es mi lado vasco independentista.
Si me gusta más Cristiano que Messi, disculpen. Es mi lado portugués.
Si prefiero amigos que beban güisqui en vez de cerveza, no se ofendan. Es mi lado escoces.
Si evito pelear, no es por cobardía. Son los altos índices de felicidad de mi lado danés.
Aunque la sorpresa mas grande del estudio, fue enterarme de que un 10 % de mi ADN viene de los indígenas motilones que habitan la frontera colombo-venezolana. Quizás usted piense que fue por algún antepasado mío que llegó buscando nativas, cual gringo en Medellín.
Pero sabiendo lo pendejo que soy, no me extrañaría que mi lado motilón viniera por una indígena que le montó una barriga a al tatarabuelo de mi tatarabuelo para sacarle papeles europeos. Si no, entonces fue que la tatarabuela de mi tatarabuela se aburrió de su matrimonio y terminó buscándose un amante motilón para verle la lanza, soplarle la cerbatana y recibir una buena meneada primitiva. Ya entiendo por qué mi árbol genealógico no es ningún roble sino una vulgar mata de mango.
El estudio en cuestión también revela cómo fue el tránsito migratorio de tus antepasados. Los míos, además de hacer turismo sexual en Cúcuta, también llegaron a Estados Unidos para convertirse en los primeros colonizadores de Pensilvania y Delaware. Quién sabe qué sucedería en el camino, que pasamos de aquella Pensilvania a una Transilvania Bolivariana para luego no emigrar de Delaware, sino Delawaira.
La verdad no sé si todo este estudio en verdad sea una fachada para apoderarse de nuestro ADN y luego clonarnos. De ser así, solo le pido a la empresa que al menos ponga al nuevo Reuben a nacer en Corea del Sur o en Japón, para que ya nazca ciudadano de las próximas superpotencias.
Por el momento, lo que sí haré es contratar un estudio más confiable y preciso para dar con todas las respuestas de mi ADN. Por eso llamaré a un médium para que se venga a mi casa, echemos una partidita de ouija y así podamos preguntarles a mis ancestros si me dejaron una herencia o al menos los papeles para ser gringo, europeo o el nuevo cacique motilón.
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