Política y lanzamiento de los dardos

La razón y lo razonable en su más estricta dimensión, quizá constituyen las más importantes conquistas del occidente ahora denostado.

El remedio de las enfermedades corporales y mentales, el orbitaje de los satélites artificiales que interconectan los más apartados rincones del planeta, o la ingeniería genética que multiplica la producción y la calidad de los alimentos, es fruto prácticamente exclusivo pero incluyente de una civilización confiada a la lógica y a sus crecientes exigencias.

Convengamos, es que tampoco en el oriente, o, mejor, los varios orientes que existen, encontramos alternativas valederas frente a los principios, valores y bienes políticos fundados en la libertad, la paz, la justicia, la solidaridad. Imperfectos, por muy muy imperfectos que sean, el denuesto ha cobrado demasiada fuerza y ha generado una terrible desconfianza, llevándonos a situaciones extremadamente paradójicas: por ejemplo, el silencio cómplice a sabiendas de las matanzas de cristianos en Nigeria, la defensa del terrorismo islámico por cuenta de las comunidades de LGTBQ+ ahora vetadas en Francia para propulsar una candidatura presidencial de izquierda o de lo que se conoce por tal. 

Precisamente, lo político, la política y los políticos occidentales, con las excepciones que deshonran, no dependen únicamente de la fuerza bruta y, a veces, ni siquiera de la más sutil, después de generar ese algo llamado Estado en cualesquiera versiones.

Las teocracias no lo requieren, al menos, como una experiencia impersonal, institucional, reglada que pongan en duda la naturaleza y el orden de sus jerarquías terrenales.

Todo esto viene a colación, porque – así lo sentimos – la política misma ha perdido sentido como una experiencia de la sensatez y, a favor del más burdo espectáculo, no requiere de inquietud y explicación, de denuncia y debate,  de cálculo y estrategia, de táctica y coyuntura.

Es el “como vaya viniendo, vamos viendo” del nunca bien ponderado Eudomar Santos, sometida a la improvisación, al azar, a la espera de un milagro aunque flaqueé y demasiado la fe.

Es en el mismo mundo occidental, reino de las emociones y las industrias afines, añadida la política, en el que paulatinamente perdemos nuestras libertades, nuestras inspiraciones y aspiraciones, y hasta el sentido común gracias a las mentiras, a las falacias, a la extorsión.

Cada quien cree que puede concebir y parir un gigantesco dado, cargarlo y maquillarlo para ser y ejercer el liderazgo que se lanza raudo y decido en cualquier tablero.

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