Quitar el color en mi celular me hizo apreciarlo más en la vida real – The New York Times

Por: Julia Angwin

Desde hace mucho, veo con escepticismo la histeria actual que pinta a nuestros teléfonos como máquinas adictivas que están destruyendo un mundo analógico que solía ser prístino. Pero hace unos meses, hasta a mí me empezó a preocupar un poco estar dedicando demasiadas horas a una vergonzosa mezcolanza de comentarios políticos y videos de TikTok sobre maquillaje. Por eso, cuando me topé con un artículo sobre los beneficios de cambiar el teléfono a un esquema de colores en blanco y negro, pensé en probarlo.

El resultado fue impactante. En cuanto hice el cambio, dejé de sentir la urgente necesidad de mirar mi iPhone, un impulso que no sabía que era tan fuerte hasta que desapareció. Cuando los colores se tornaron grises, una sensación de alivio embargó todo mi cuerpo.

Se había cortado un cordón invisible. Dejaba el teléfono en mi habitación cuando iba de mi oficina en casa a la cocina. Me olvidaba de revisarlo durante horas, en lugar de minutos. Cuando sí lo usaba, lo dejaba rápidamente en cuanto terminaba la tarea para la que lo había tomado. La cantidad de horas que pasaba al día usando el teléfono se desplomó un 40 por ciento, hasta un promedio de cuatro horas y 40 minutos al día; todavía vergonzosamente alto, pero ya no las vertiginosas ocho horas o más que solía promediar.

Sigo sin estar de acuerdo con el actual pánico moral por la dependencia del teléfono, una reacción exagerada que ha dado lugar a leyes mal concebidas que prohíben el uso del teléfono en la escuela, que les prohíben a los niños el acceso a las redes sociales, que les exigen a los visitantes de los sitios web que demuestren su edad antes de acceder a determinados sitios e incluso obligan a examinar los mensajes de texto en busca de contenido ilegal. Creo que, en gran medida, esas leyes no son más que restricciones peligrosas a nuestra libertad de expresión y de asociación disfrazadas de medidas de protección infantil. Pero mis aventuras en escala de grises me han llevado a la desafortunada conclusión de que mi propio uso del teléfono era un poco más compulsivo de lo que me había percatado, y que a todos nos vendría bien un poco de ayuda para luchar contra nuestras compulsiones.

Los científicos están aceptando cada vez más un concepto denominado “uso problemático del teléfono inteligente”, que se define como “el antojo recurrente de utilizar un teléfono inteligente de un modo que es difícil de controlar y que conduce a un deterioro del funcionamiento diario” en un análisis realizado en 2020 de cientos de artículos sobre el tema.

Y dentro de este marco, algunos describen el uso problemático del teléfono inteligente más como un comportamiento obsesivo compulsivo que como una adicción. Inicialmente, dicen los investigadores, los adictos buscan el placer; los obsesivo-compulsivos buscan un alivio.

Eso me llegó. Para mí, revisar el teléfono suele ser una manera de aliviar la ansiedad de que quizá hubiera alguna crisis que tuviera que salir corriendo a atender.

Mi vida en línea en blanco y negro tiene algunos pequeños inconvenientes. Como los botones de contestar y rechazar de mi teléfono son grises, a veces cuelgo una llamada que quería contestar. Afortunadamente, hoy en día a nadie le importa que simplemente le devuelvas la llamada. Los juegos no eran tan divertidos, así que empecé a jugar en mi iPad y descubrí que me agradaba la separación entre trabajo y juego que esto imponía: iPhone para lo aburrido; iPad para la diversión. Ver TikTok en el iPad es raro, así que sigo intentando verlo en el teléfono de vez en cuando, aunque en blanco y negro no es tan atractivo.

El ajuste más difícil fueron las fotos. Mi marido me envió fotos grises de un precioso atardecer. Mi hija me mandó una selfi con su traje de Halloween disfrazada de mariquita. Se veía rara y un poquito gótica, hasta que miré en mi computadora y la vi de rojo. Al final, descubrí un truco que me permite cambiar brevemente de color oprimiendo tres veces el botón lateral.

Pero he descubierto que siempre que vuelvo al color, aunque sea brevemente, me desespero por volver a desactivarlo lo antes posible. Ahora que mis ojos ya no están acostumbrados al brillo, los colores del teléfono me parecen demasiado vivos, demasiado cegadores, como si estuviera mirando una valla publicitaria de LED de Times Square.

A los dos meses y medio de haber comenzado esta travesía, mi uso del teléfono sigue siendo de unas cuatro horas al día. Y estoy muy segura de que nunca volveré a usar color en mi teléfono.

Podrá sonar cursi, pero para ser sincera, siento que desactivar el color en el teléfono ha hecho que sea más consciente y que aprecie más el color y la belleza de la vida real. Ahora que ya no recurro a mi teléfono para divertirme, me encuentro buscándolo de otras formas: leyendo más libros, viendo más películas, planeando más reuniones con amigos, pasando el rato con mis hijos. Y eso es algo a lo que sí quiero ser adicta.

Fuente: The New York Times

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