El arte es más fuerte que la crisis
José Yánez: Las manos de un orfebre autodidacta
El café estaba listo; José Yánez tomó un sorbo y respiró hondo. “Uso la orfebrería para encontrarme conmigo mismo. Cuando trabajo, me olvido del mundo y de mis problemas” confesó a Guayoyo en Letras. Él es un hombre menudo y de tez parda. Hoy vive de la orfebrería, pero José se dedicó a muchos otros oficios. La Crisis Bancaria en la Venezuela de 1994 lo dejó desempleado. Para José, reinventarse era obligatorio. Su historia siempre fue anónima, urbana. “Tuve muchas pasiones”, comentó al recordar aquellos años. Hay arrugas en sus ojos, surcos en sus labios.
La orfebrería es el arte de labrar y moldear metales preciosos, como el oro, plata, cobre y otras aleaciones. Esta disciplina es antigua. Princesas, caballeros y faraones decoraban sus cuerpos, objetos cotidianos y artilugios de guerra con diseños acabados en el metal. Y en el 2016, es el sustento de José, un caraqueño de mediana edad y desconfiado del cuestionario periodístico. Ante las primeras preguntas fue cortante, dudoso.
“La gente me pide accesorios y piezas con todo tipo de formas. No me gusta limitarme; les digo que me envíen una imagen de lo que quieren y si es posible, yo lo hago”, dijo el orfebre. Entre sus colecciones y victorias, José creó moléculas de ADN, neuronas, estrellas de 12 puntas, corazones, clarinetes y violines. Pequeñas esculturas hechas anillos, dijes, zarcillos y brazaletes. Su trabajo más difícil (recordó), fue armar la estrella de 12 puntas de tres centímetros de diámetro. “La señora que la pidió quedó fascinada, imagínate, y yo rogué para que no me lo volviera a pedir”, mencionó entre carcajadas. El café hizo efecto, Yánez estaba animado.
Contó que la mejor inversión que hizo fue comprar una laptop en el 2011. Su trabajo es freelance. Se subscribió a todos los portales de ventas que pudo conseguir y a los dos meses de actividad en la red, logró hacer su primera venta en la web de Mercado Libre. “Gracias a Dios tengo buena reputación”, comentó. El 70% de sus ingresos provienen del Mercado Libre y 80% de sus clientes son del interior del país. Sus accesorios están hechos de resina, madera, cobre, plata y oro. Lo que la escasez le permita.
Yánez rememora su primer empleo como archivista a los 18 años. Transcurría el 1978; año de elecciones presidenciales, Luis Herrera Campins y la visita del futbolista Alfredo Di Stéfano a Venezuela. El futuro orfebre solo necesitó de dos meses en aquella empresa para convertirse en archivista auxiliar contable. Al poco tiempo, inició sus estudios de computación. José habló de esta época con monotonía, tranquilidad. Las cosas iban bien.
“Después me fui a trabajar en una sociedad de corretaje de seguros”, continuó. José se dedicó al mundo de los Seguros durante 15 años. Pasó de joven archivista a gerente. Fue entonces cuando el colapso financiero de los 90 lo dejó sin trabajo, como a muchos otros venezolanos. La compañía para la que trabajaba quebró; la empresa le pertenecía a uno de los banqueros que ante la Crisis Bancaria tuvo que dejar el país. José no podía encontrar trabajo. “Yo era un individuo caro por mi experiencia en el medio. Tenía mucha noción de cómo asegurar grandes negocios. No estaba dispuesto a vender mi conocimiento por poco dinero”, confesó entre pausas. El café ya estaba frío.
José (en el argot criollo) es un “todero”. Apasionado, obsesivo. La crisis económica que lo dejó en la bancarrota terminó empujándolo al arte de doblar metal. Montó un taller en casa, creó sus herramientas. Exploró la bisutería. Moldeó átomos en cobre, nudos celtas, notas musicales, nombres en escritura élfica, árabe y chino. A Yánez siempre le gustó armar y desarmar “cosas”.
“Hago muchos accesorios en idioma élfico, porque me fascina la trilogía del Señor de los Anillos. Me encantan los libros de R.R Tolkien”, confesó José.
“En estos momentos de crisis reinventarse es muy importante. Desarrollar otras capacidades asegura la oportunidad de sobrevivir”, insistió el orfebre. Él se considera un autodidacta. Un día decidió hacer una inversión: se compró un curso de inglés. Con el tiempo, José dio clases de inglés a niños y también dedicó diez años de su vida a la enseñanza del béisbol en la escuela menor “Alegría”. Según él (y con pudor), Alegría fue una de las mejores escuelas infantiles de Caracas. De todas sus pasiones, esta es la más íntima, la más entrañable. José adora el béisbol. Los roces políticos y su tendencia opositora le quitaron la escuela Alegría al señor Yánez. Hace tiempo que ya no da clases. La escuela cerró.
José sonrió. “La orfebrería es mi sustento, mi equilibrio y el punto de conexión con cosas muy importantes en mi vida, gracias a ello conocí a Evelyn”, dijo. Yánez está enamorado. Tomó la mano de Evelyn; “nos entendemos”, mencionó tímido. Ella también aprende el oficio de la orfebrería. Comentó que José es buen profesor, paciente.
En el 2008, Yánez entró formalmente en el mercado de la bisutería. Describe sus inicios como un alumno que toma notas. Visitaba los centros comerciales, dibujaba las piezas en las vitrinas y registraba sus precios. Se hizo de su propio archivo para competir con los vendedores de las grandes casas comerciales. Para Yánez, la mayoría de los orfebres quieren ganar todo un sueldo con el trabajo de una pieza, un anillo, una gargantilla; pero José puede hacer copias y producciones de su autoría a la mitad del precio en comparación con los grandes mostradores en las tiendas físicas o en la red. “No es imposible entregar un trabajo de buena calidad y con un precio accesible para la mayoría de los bolsillos”, mencionó.
Estaba entusiasmado; dejó sobre la mesa de Guayoyo en Letras una alfombrilla con muestras de su trabajo. Para él es obvio que no puede competir contra los grandes productores de bisuteria China o India que llegan en containers a Venezuela. Mostró la primera pieza que hizo con Evelyn, un anillo con técnica de resina aplicada a la orfebrería. Brillante, metálico. “De repente no salvo el mundo con esto, pero cumplo con el anhelo de alguien al darle una pieza que no pudo conseguir en otra parte”, finalizó José, uno de esos venezolanos que trabaja en lo que le apasiona; y aunque parezca una paradoja, orillado a su talento por la crisis del país.
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