El vicepresidente de Brasil deberá sanear las cuentas públicas sin que estalle el descontento
El experimento Temer
En la Argentina se está cursando un ensayo misterioso. Mauricio Macri, en minoría parlamentaria, debe reordenar la economía con antipáticos ajustes. Frente a él, el kirchnerismo desplazado cuestiona su legitimidad y se envuelve en la bandera de la justicia social. La peripecia puede ser un espejo que adelanta. El ciclo que se inicia en Brasil tiene con el de Argentina un aire de familia. Cuando reemplace a Dilma Rousseff, el vicepresidente Michel Temer deberá superar una crisis económica parado sobre una plataforma de poder más estrecha aún que la de Macri. Y, como Cristina Kirchner, el PT no se ve en la oposición. Se ve en la resistencia. El fin de la ola de bonanza encuentra a los dos mayores países sudamericanos intentando un experimento similar. Vidas paralelas.
El equipo de Temer debe satisfacer cuatro condiciones: ganar la confianza del mercado, evitar acusaciones de corrupción, facilitar la formación de una mayoría legislativa, y prevenirse de una tormenta social.
Temer va despejando incógnitas. Todo indica que Henrique Meirelles será su ministro de Hacienda. Y José Serra será su canciller.
Meirelles es aplaudido por el sistema financiero. Ganó admiración, en un contexto muy distinto, floreciente, como presidente del Banco Central con Lula da Silva, que para el mercado era Lucifer. La nueva designación sería una broma de la historia. Meirelles era el economista que Lula aconsejó a Dilma para el segundo mandato. Pero ella prefirió a Joaquim Levy.
La oposición del PSDB, el partido de Fernando Henrique Cardoso, mira a Meirelles con recelo. Teme que lidere un programa demasiado impopular. Cuando comenzó a circular el nombre del banquero, Cardoso señaló: “No tengo nada contra él, pero el próximo ministro debe tener una visión”.
Meirelles seleccionaría al nuevo presidente del Banco Central. Quien genera más expectativa es Ilan Goldfajn, el economista jefe del banco Itaú.
Serra es el mejor interlocutor de Temer en el PSDB. Con él, Itamaraty, la cancillería brasileña, tendrá un perfil comercialista. Serra, que nunca se enamoró del Mercosur, será duro con la Argentina. Es el peor momento para negociar: los dos países atraviesan una recesión. Frente a Venezuela, en cambio, habrá una coincidencia: el nuevo Gobierno brasileño, en la senda del de Macri, condenará a Nicolás Maduro. Con una inflación que amenaza con alcanzar el 700% a fin de año, a Maduro le queda sólo una salida: aferrarse a la mano del papa Francisco, que le envió una misteriosa carta. La fórmula de Raúl Castro.
Meirelles y Serra comparten una expectativa. Ambos sueñan con la presidencia de Brasil. Acaso se inspiran en un antecedente conocido: Cardoso llegó a la cumbre después de haber sido el exitoso canciller y ministro de Hacienda de Itamar Franco, un presidente surgido del impeachment (destitución) de Fernando Collor de Mello.
La perspectiva electoral de 2018 condiciona todo el juego. Sobre todo en el PSDB, la principal oposición a Dilma. Allí, Cardoso propone, en combinación con Serra, integrar el equipo de Temer avalando a los ministros del partido. Gerardo Alckmin, el gobernador de São Paulo, prefiere mantener la independencia, limitando el apoyo a la tarea legislativa. El PSDB es la tercera fuerza en diputados, con 52 escaños. El PMDB de Temer tiene el bloque más numeroso, de 67 bancas. Le sigue el PT que, con 60, será la principal oposición.
Armar una mayoría requiere 257 votos. En consecuencia, Temer tendrá que repartir posiciones entre distintos partidos y, al mismo tiempo, garantizar la calidad moral del Gabinete.
Rousseff pretende adelantar las elecciones para este año. Declara que el impeachment esconde un golpe para garantizar la impunidad de muchos legisladores involucrados en el escándalo de Petrobras. Personificó ese argumento en Eduardo Cunha, el presidente de la Cámara, del PMDB, el partido de Temer. Cunha es investigado por el Supremo Tribunal Federal, que podría hacerle renunciar.
La exaltación moral que recorre Brasil puede acorralar al próximo Gobierno. En otra escala, el fenómeno también ocurre en la Argentina. El escándalo de corrupción que sacude a Cristina Kirchner se origina en la obra pública, que es el negocio en el que hicieron su fortuna Franco Macri, el padre del presidente, y Nicolás Caputo, su mejor amigo y antiguo socio.
El kirchnerismo arguye que las investigaciones judiciales son la coartada con la que el poder económico pretende vengarse de una revolución igualitaria. Dilma y el PT van más allá: denuncian un golpe. Sobre esa acusación se planta una oposición despiadada contra Temer, que empieza desde ahora. Con el Tesoro sin recursos, la presidenta anunció el domingo pasado un aumento en los subsidios sociales. Sigue los pasos de la señora de Kirchner, quien antes de abandonar el poder anegó la Administración con nuevos empleados, transfirió fondos a las provincias, y regaló dólares en el mercado de futuros, motivo por el cual tal vez sea procesada.
Como Macri, Temer enfrentará un reto delicado: sanear las cuentas públicas sin que estalle el descontento social. Como Macri, apuesta a un gran programa de infraestructura. Como Macri, deberá hacer equilibrio entre la credibilidad del mercado y la legitimidad de la política.
Este artículo fue originalmente publicado en El País de España. (www.elpais.com)