Disneymarx
Nada casual, el oficio político traspasó los límites de un aligeramiento tal que hizo posible el éxito de los más improvisados hasta llevarlos al poder para imponer un orden cultural afincado en la consigna fácil, el gesto moralista, la actitud banal y revanchista, como la desesperada relación que suscita una literal supervivencia. El peor elenco en toda la historia venezolana que todavía gusta de apodarse como marxista, siendo el adjetivo una complejidad que los amilana, ahora pretende arrastrarnos a todo en su inevitable descenso.
Corear el nombre de Fidel, invocar la figura de Guevara, correr tras el fantasma del imperialismo yankee, citar orondamente a Mariategui, Castoriadis y – así como se lee – Alfonso Guerra, según el repertorio por encargo del oficialismo, no les da la prestancia que tanto desea. Ni siquiera les concede la gracia de sentirse ornamentalmente revolucionarios, por diligentes que se digan los amanuenses.
A despecho del PCV que no honra su historia, añadido el enfrentamiento a las directrices de la Cuba que persistió con el foquismo, en las postrimerías de los sesenta del XX, la actual dirección predominante del Estado está en manos de los sectores de la ultraizquierda que intentó avivar las llamas en las décadas siguientes. No por casualidad, beneficiarios también golosos de las viejas bonanzas petroleras que los condicionó y moldeó, y – tampoco por casualidad – combatidos en su momento por el verbo de Radamés Larrazábal.
Gobierna, si es que lo hace al administrar y obtener dividendos de nuestras precariedades, buena parte de aquellos cómodos sectores, apedreadores de oficio en las afueras de una universidad que les sirvió de refugio (además de becarlos), turistas por igual de Orlando como de las capitales de la Europa Oriental, bohemios según la ocasión, con una íntima vivencia del país adinerado que también – poco a poco – nos vació de sentido, principios y valores, sueños y argumentaciones, programas y estrategias. Encapuchados por diferentes causas y circunscritas, como la gremial, la ecológica o la feminista, repudiaron toda interpretación cultural-política de nuestras realidades, acogida la acepción de José Rodríguez Iturbe para la ideología, la cual les exigía demasiado en reflexión y trabajo, tildada de inútil y sospechosa, privilegiando la táctica y el oportunismo que los arrastró y recreó en el ámbito mágico-religioso que sintetiza el llamado chavismo.
El orden cultural impuesto en estos años, acomplejándolos, logró impactar asimismo a los socialcristianos, liberales, socialdemócratas, tecnotrónicos y a los más genuinos marxistas, por citar las escuelas que, empero, terminarán por sobrevivirle al desafiarlo por la densidad, sensatez, seriedad, profundidad y coherencia del – ojalá – otro modo de hacer, pensar y sentir la política y lo político. Significa superar las condiciones creadas por un socialismo que, curiosamente, emprendieron los alérgicos a la letra de Karl y que tampoco ríen con Groucho, contentos con la versión Disney que los privilegios del poder les asegura.
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