Necesitamos instituciones no revoluciones
Uno de los grandes problemas (por no decir el mayor) que tenemos en la Venezuela actual, deriva de la debilidad institucional, el cual afecta los espacios económicos, políticos y sociales. Para explicar qué importancia tienen estas, debemos partir analizando qué son las instituciones.
Desde la visión de Berger y Luckman las instituciones son creadas en primer lugar por hombres y para hombres, por medio de la repetición constante o habituación, asumiendo que los mismos poseen una naturaleza filosófica en la cual es mucho más importante la manera en la cual se ve y asume a sí mismo, así que de base debemos asumir que las instituciones no se corrompen, sino que las personas las corrompen por sus intereses personales. Adicionalmente otra categorización que utiliza el profesor del IESA Rodríguez Sosa junto con Pardo, citando a North “(…) las instituciones son aquellas reglas y normas, sean formales o informales que delimitan el accionar de los miembros de una sociedad en la arena política, económica y social a través del marco de incentivos que ellas generan”.
Estas dos definiciones parecerían contrapuestas, pero las instituciones no son entelequias, por lo cual son funcionales en la medida en que logren por medio del consenso entre ciudadano y Estado, obligarse a cumplir unas reglas de juego que alcancen un sano desenvolvimiento para el país, donde se evite la discrecionalidad y se legisle por y para todos, además de entender que un Estado no es un padre (con esa visión de marxismo romántico que está tan sutilmente integrada en gran parte de la sociedad venezolana).
Acemoglu y Robinson en su libro Why nations fail, nos expone con gran detalle casos históricos de países que pudieron prosperar como sociedad; derribando mitos que se le atribuyen a teorías deterministas de la prosperidad, aquellas que pretenden explicar la prosperidad o la pobreza a partir de la geografía, la raza, la religión o la cultura (como ya había explicado el profesor Ángel Alayón) ya que todo país tiene características específicas que pueden funcionar a favor o en contra, pero son los incentivos de las instituciones hacia las personas las que lograrán ir calando en la población venezolana, en la cual el militarismo es algo que no solo es muy fuerte sino que es aceptado por gran parte de la sociedad civil, y en donde preferimos al caudillo (aun cuando todos los caudillos son personalistas no todos los personalismos son caudillistas desde la visión de García Pelayo) “que nos haga entrar en cintura” por encima de unas reglas inclusivas pero con la obligatoriedad de cumplirlas para el bien común.
Únicamente lograremos deslastrarnos de nuestros vicios como sociedad, si primero los identificamos y hacemos públicos, solo así podremos comenzar a pensar en un plan de acción a seguir y primordialmente tener en cuenta que es un proceso lento y metódico, muy distinto al gusto de las revoluciones de cambio caracterizadas por golpe y porrazo.
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