El día que la revolución tocó su puerta

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“Patria, socialismo o muerte” repetía incansablemente. Durante más de una década observó con beneplácito el programa dominical que realizaba el expresidente Chávez y luego el disparate del toripollo bailarín que le sucedió. Celebró cada expropiación y cada trabajador despedido de la industria petrolera por motivos políticos. Asistió a cuanta marcha fue convocada en contra de la “derecha endógena” y no hubo familiar o vecino “escuálido” al que no le quitó el habla.

“Rodilla en tierra” aplaudió el control cambiario para ejercer el control político sobre la empresa privada nacional y enderezar a los medios de comunicación que se atrevieran a desafiar a su “revolución bonita”. Cada semana se tomaba un café con algún camarada luego de extenderle la mano con admiración a Jorge Rodríguez y montar su respectiva foto en twitter.

Justificó una a una las 28.000 muertes violentas que sucedieron en el país el año pasado y cada venezolano asesinado protestando lo tildó de golpista. La escasez de productos y las vejantes colas las negó hasta hace pocos días cuando admitió su existencia y la responsabilidad de “la derecha internacional”.

La más mínima critica a alguna de las políticas gubernamentales generaba inmediatamente en Carmen un cambio extremo de humor, a tal punto que sus familiares y amigos optaron por tratar de evitar tocar el tema político frente a ella, aunque a veces resultaba bastante difícil porque tema político significaba para ella incluso cosas tan cotidianas como hablar de un se acabó el papel sanitario, se me dañó la batería del carro y ya no consigo una nueva, me atracaron ayer y hoy también, no se consigue nada en el mercado, o los precios están por los cielos.

Así pasaron los años, hoy en día ya se cuentan 18 (aunque juzgando por el deterioro del país parecieran 200) y finalmente la revolución de Carmen se consolidó. No le falta un solo ingrediente al Estado totalitario que se empeñó en apoyar durante casi dos decadas. Ahora es tiempo de celebrar el triunfo de la revolución. Sin embargo, aunque no haya medios de comunicación que informen y el gobierno venezolano invierta millones en propaganda, Carmen tiene un sabor amargo en su boca. Sin éxito trata de buscar fuera de sí misma un culpable. Sus dos hijos junto a sus cuatro nietos huyeron del país para escapar de la asfixiante economía o la llamada “guerra económica” según Carmen. El servicio de agua ya no llega a su casa desde hace más de 6 meses. La electricidad es un ping pong interminable. Las tradicionales comidas que solía hacer se redujeron a lo que escasamente consiga en el mercado y las sillas de su comedor están ahora tan vacías como su nevera. El carro con el que se movilizaba se lo arrancó el hampa a plena luz del día y para colmo los bancos le siguen pagando su escasa pensión con billetes cuya expiración ya ha sido anunciada.

La mesa está servida para descorchar la champagne y gritar salud camarada. La mitad de los dirigentes “escuálidos” está en la cárcel, un cuarto en el bolsillo del gobierno y el otro cuarto amarrado con expedientes judiciales. Millones de venezolanos disidentes a la revolución huyeron en estampida y siguen colmando hoy los más recónditos rincones del mundo. La revolución se oye, huele, ve y se siente por donde vaya, pero aunque Carmen finja (quizás por orgullo o estupidez) no puede estar alegre, porque finalmente su tan anhelada revolución tocó su puerta. Solo le queda seguir gritando: Hasta la victoria siempre camarada.

Víctor Bolívar
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