El viaje del conocimiento

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En este artículo quiero invitarlos a viajar al futuro. A ese donde ya habremos conquistado otras galaxias. Imaginémoslo y luego volvamos atrás, indagando y haciendo hipótesis, para entender qué pasos tuvimos que dar para que ese viaje fuera real. Lleguemos, visualicemos el objetivo y devolvámonos entonces de nuevo al presente, a nuestro punto de partida. Imaginemos que en ese viaje descubrimos cuál fue la clave del éxito, y nos sorprendemos al entender que fue la adquisición de nuevos conocimientos con lo que pudimos evolucionar nuestra tecnología, lo que nos ayudó en la conquista de nuevos planetas.

En su libro “El Universo en tu mano”, el científico Christophe Galfard hace una buena analogía sobre el conocimiento al comparar entre sí las especies que han dominado la Tierra. Unas se extinguieron y otras continúan escribiendo su historia. Explica que la supervivencia de las especies no depende del tamaño, fuerza o agilidad que posean, sino más bien del conocimiento que éstas adquieran. Afirma por lo tanto que la causa de la extinción de los dinosaurios trasciende al meteorito que chocó al planeta en aquellos tiempos, pues esa suerte también la podremos tener nosotros, con la diferencia de que gracias al conocimiento y al desarrollo de tecnología, podríamos evitar un acontecimiento semejante. Así, pues, nuestra extinción dependerá de otros factores.

Existen muchas formas de adquirir conocimientos, pero la principal es la educación. Y para poder desarrollar tecnología de punta no basta con tener muchas escuelas y universidades, ni que esos institutos sean de calidad. Eso no basta. Desarrollar tecnología exige ir más lejos: hay que romper los viejos esquemas que siguen vigentes aun hoy en muchas partes de Latinoamérica.

Uno de los más importantes es el problema del acceso al conocimiento mundial. El periodista Andres Oppenheimer, en su libro “Basta de Historia”, nos lleva de paseo por diferentes países para extraer, de cada uno, una estrategia concreta que en esos lugares y culturas funcionaron, y que en Latinoamérica se pueden aplicar. Uno de los países que más llamó mi atención fue Singapur. A pesar de ser una isla que no cuenta con ningún tipo de recursos naturales exportables, a pesar de que hasta el agua potable la compra a países vecinos, como Malasia, encontraron en el recurso humano la manera de llegar al desarrollo. Son solo seis millones de habitantes, y gracias a la apuesta en educación, en cuatro décadas lograron convertirse en un país desarrollado, no “en vía al desarrollo”, como muchos países latinoamericanos. Es por esto que en Singapur la educación es una obsesión nacional, porque fue lo que les permitió salir del tercermundismo. Son ahora los primeros productores de plataformas petroleras submarinas y unos de los mayores exportadores mundiales de sistema de control de aeropuertos y puertos. Además, sus empresas de ingeniería y arquitectura están esparcidas por el mundo y han construido, entre otras obras, uno de los centros comerciales más grandes del mundo —ubicado en Dubai—. Todo esto solo contando con una pequeña población y sus conocimientos.

¿Cómo transformaron la educación? Esa pregunta me la hice mientras leía el capítulo del libro dedicado a Singapur. La repuesta era simple: La apertura al conocimiento global. Aplicaron tres elementos básicos que los ayudaron a posicionarse entre los mejores del mundo en educación: Lo primero que implementaron fue adoptar el inglés como idioma principal. Nos guste o no, es el idioma del comercio. Como segunda política, invitaron a las mejores universidades del mundo a establecerse en la isla para hacer programas en conjunto con las de Singapur. Y por último, para a hacer más efectiva su apertura, el estado promueve excursiones periódicas al extranjero. Una de las experiencias que comparte Oppenheimer con sus lectores es la de unos niños de segundo grado de primaria, quienes como parte de su educación de literatura, viajan a Inglaterra a conocer la cuna de Shakespeare.

¿Pero cómo enviaremos a nuestros niños a Europa, en medio de esta crisis económica?

Paradójicamente, Singapur gasta menos en educación, en comparación al tamaño de su economía, que cualquier país latinoamericano. Mientras en promedio los países de la región gastan un cinco por ciento del PIB en educación, Singapur gasta un tres por ciento. Además, si tomamos en consideración la cantidad de divisas que ingresaron por concepto del alza de las materias primas en los últimos años, habría sido una posibilidad cierta. A esto se refería el polímata venezolano, Uslar Prieti, cuando dijo su famosa frase “Debemos sembrar el petróleo”: los ingresos por conceptos de materias primas debemos invertirlos en una educación en cantidad, de calidad y abierta a los conocimientos mundiales.

Cuando se dio la nacionalización del petróleo en Venezuela en los años 70 del pasado siglo, además de la obligación por parte de las trasnacionales de construir varias refinerías, también tenían que entrenar y colocar a venezolanos en puestos gerenciales al frente de operaciones de envergadura. Esa apertura al conocimiento extranjero dio paso para que hoy, las más importantes empresa petroleras del mundo, cuenten en su nómina mayor con al menos un venezolano.

Si analizamos estas posibilidades en un marco teórico le encontramos lógica, pero llevarlo a la práctica no es tan sencillo. En el camino aparecen otras dificultades que, vistas bien, nos harán encontrar nuevas soluciones. Es por eso que investigando y leyendo realicé este articulo para que, basándonos en hechos teóricos, juntos encontremos el camino para ponerlos en prácticas. Me despido preguntándoles: ¿Cuál sería el primer paso? y ¿Qué nos está faltando para comenzar? Deja tus comentarios en cualquiera de las redes sociales con las etiquetas #Educate o #accionaLA y en los próximos artículos las analizaremos.

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