Venezuela ¿Dónde quedó tu sabor?
La pequeña Venecia, la que parte siempre de un sofrito. La que guisa, que fríe y que asa en budare. Cielo que llueve dulce sobre tierra salada. Que en cada rincón sabe igualito pero a la vez distinto. Madre ama de casa que cocina para compartir y matar antojos. País que come del ganado, del mar y la caza. Que sabe a papelón, yuca, ají dulce, plátano, queso, pero sobre todo a maíz. El consentido de muchos de nuestros platos emblemáticos, sin lugar a dudas. Elemento fundamental de nuestro propio y autóctono pan de cada día: la arepa. Bandera gastronómica. Desayuno, almuerzo, merienda y cena. Tan rica y completa, que cae bien a cualquier hora del día y con el relleno que sea.
Hoy, ese obsequio de la divinidad se ha hecho más esquivo que nunca. Sólo los privilegiados o los más vivos pueden volver a saborear su inconfundible textura. Ya no es la misma, de hecho se ha reinventado. De afrecho, avena, zanahoria, auyama. Ahora la masa recibe auxilio de otros agentes. No es tan malo, comprobamos una vez más su versatilidad. Pero no por querer hacerlo. Muchos tienen atacazos artísticos en la cocina y quieren innovar. Sin embargo, la mayoría experimenta por necesidad. Esa de tener que rendir el producto de tres letras porque está escaso.
Nuestra cocina nació de inventos. De resolver con lo que había. Para muestra la deliciosa hallaca, que fue producto de las sobras que dejaban los españoles durante la colonización.
Los aborígenes no solo adquirieron la religión y el idioma, sino también ingredientes y técnicas de cocción que se convirtieron en parte fundamental de nuestra gastronomía. Hasta los esclavos africanos contribuyeron con la formación de nuestros hábitos culinarios. Posteriormente, la gran inmigración de personas provenientes de Europa y el medio oriente fue dejando aportes que convertirían a la comida criolla en una gama de aromas inconfundibles.
Hoy, esos sabores se deterioraron. Criollos y extranjeros se han ido. Los inmigrantes que tuvieron el chance, ya volvieron a su logar de origen. No quieren retornar. Observan desde lejos cómo la nación que los acogió en tiempos difíciles, se descompuso sin compasión. Los otros, aquí siguen, sobreviviendo como venezolanos que son. Saboreando la misma tierra que nosotros.
Incompletos, así estamos. Nuestros platos y el país. Pabellones sin caraotas, cumpleaños sin tortas, familias sin tres comidas diarias.
No me conformo con recordar a qué sabe. Quiero que entre todos, busquemos en sus más recónditos lugares e intentemos rescatar su aroma. Que conozcamos otra vez su diversidad, que gusta y alimenta. Que nuestros paladares se enamoren tanto de ella, que cuando queramos darnos un gustazo quincenal, decidamos revivir sus sabores. Que a pesar de los inconvenientes, nos quedemos a degustarla sin cesar. Que nuestras papilas añoren y extrañen su sazón al mismo tiempo, y entre todos la deseemos tanto que vuelva a ser como una vez fue, y que afuera sientan la tentación de volverle a dar un mordisco, y otro, y otro.
Por ahora, Venezuela sabe a lo que queda, pero pronto, su magia volverá a ser como antes.
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