Trump y las lecciones de guerra de George W. Bush
La madre de todas las bombas
Según Clausewitz, la guerra es la continuación de la política por otros medios. Pero ello bajo una restringida definición de “política”, limitada a la maximización del poder. Y además en el corto plazo: toda decisión militar de hoy tiene impacto en la agregación de poder mañana.
Es que, en otro sentido, la guerra termina con la política normal; aquella que se basa en negociaciones, cooperación, alianzas e instituciones, y que asume la interacción de dichos procesos en una repetición indefinida. Después de la guerra, la política empieza de nuevo y, a menudo, debe hacerlo de cero.
La guerra modifica el mapa, como ocurrió después de la Segunda Guerra y Vietnam en el siglo anterior e Irak en este. Aún en la victoria, como en Irak, nada queda como era antes. Esto para entrar en tema, los ciclos cambiantes de la política exterior de Estados Unidos, sus guerras y el lugar de Trump en ellos. Lugar que ha decidido ocupar cabalmente en las últimas dos semanas.
Nótese, Trump atacó Siria la semana anterior con 59 Tomahawks y luego lanzó la bomba convencional más destructiva del mundo en Afganistán, sobre túneles donde habría combatientes de ISIS. Todo ello mientras asegura estar listo para atacar a Corea del Norte e Irán. Es la recreación del eje del mal de George W. Bush, solo que expandido y exacerbado peligrosamente. De hecho, Bush había sido más cauto con Corea del Norte.
La referencia no es accidental. Ocurre que Bush también llegó a la Casa Blanca desprovisto de una clara visión de política internacional. Presentó un tímido esbozo de reversión del internacionalismo de Clinton pero sin una específica agenda propositiva. Fue el ataque terrorista de septiembre de 2001 que dio forma a una política exterior hasta entonces ausente.
Como Trump hoy, su relativo aislacionismo inicial derivó en unilateralismo jacksoniano, un Estado fuerte y liberado de las ataduras del sistema internacional. Una idea cuyo éxito depende de la temporalidad con la que se la evalúa. Esto es, Bush logró la victoria militar en Irak, derrocar y ejecutar a Saddam Hussein. Es solo que la destrucción del Estado en Irak generó peligros subsiguientes de mayor magnitud. La fantasía de la unipolaridad fue eso, una fantasía, y fue breve.
Trump no parece haber reflexionado suficiente sobre las lecciones de Irak. El colapso del régimen de Saddam modificó el equilibrio de poder regional en favor de Irán, que a partir de entonces se transformó en el árbitro de la región. El colapso del Estado, a su vez, permitió el surgimiento de actores no-estatales. ISIS, autodefinido como “Estado Islámico”, es precisamente resultado de la disolución de la autoridad política centralizada en Bagdad.
Por su parte las dos guerras simultáneas, en Irak y en Afganistán, causaron el problema de la sobre-extensión territorial y sus múltiples vulnerabilidades, aun para el aparato militar más formidable del planeta. Tanto que algunos propusieron reintroducir el servicio militar obligatorio.
El impacto de ambas guerras en el presupuesto generó un déficit que creció todavía más con la recesión de 2008-09. Ello obligó a racionalizar la fuerza militar y reasignar recursos. Es cierto que Obama fue un presidente reticente a la intervención, según se le critica con frecuencia, lo cual obedeció menos a su ideología que a encontrarse con un presupuesto en rojo y un ejercito sobre-extendido y desfinanciado.
Allí originan buena parte de las amenazas de hoy. Corea del Norte aceleró su programa nuclear, mientras que Irán comenzaba con el suyo. El terrorismo yihadista hizo pie firme en la región y de allí se expandió hacia Europa, facilitado por el colapso del Estado también en Libia y Siria, y sus consecuentes crisis de refugiados.
Este legado directo de la invasión de Irak en 2003 y de aquella política exterior no apuntalan el camino que propone Trump. Por el contrario, los riesgos actuales ilustran la necesidad de volver a la cooperación y al multilateralismo. Las células terroristas que operan en Berlín y en Estocolmo no pueden ser combatidas con bombardeos. Y la única manera de sostener el unilateralismo de hoy sería con recursos fiscales virtualmente ilimitados.
Es por cierto un déjà vu. Trump propone un significativo aumento del presupuesto militar junto a una reducción de impuestos. Neófito en relaciones internacionales pero hombre de negocios, la próxima pregunta sería cómo espera reconciliar dicha ecuación. Solo con más endeudamiento, en su mayoría con países con los cuales el presidente anuncia al mismo tiempo conflictos comerciales. China y Japón son los principales acreedores externos de Estados Unidos.
Trump ha prometido una América grande, haciéndola próspera, segura y poderosa. Hoy parece volver sobre un camino ya recorrido; un camino inconsistente que no exhibe demasiados logros en ninguna de esas tres áreas. Y que además ha hecho al mundo más incierto.
Credito: El País
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